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Del agobio exterior a la paz interior

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Carlos Padilla Esteban - publicado el 15/04/21
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Sin presiones, con respeto, entra con Jesús hasta tu núcleo más íntimo y descubre a Dios

Jesús trae la paz. Él entra. No presiona, simplemente pasa y me deja su paz.

A menudo yo me aferro a mis planes, a mis seguridades. Me siento cómodo atado a mi vida tal y como es y no quiero que nada cambie en ella.

Cierro las puertaspara que no entren los que desean mi mal. He construido muros para no ser herido, para que no me hagan daño.

SZCZĘŚLIWE PORAŻKI

Me he protegido tantas veces de los que no me aman... Tengo miedo. ¿Por qué tengo miedo?

Porque no confío en Dios, en su amor, en su vida. Porque no me creo que su amor me baste para ser feliz.

Y vivo buscando la felicidad en tantos bienes que no dependen de mí, son pasajeros. He construido una vida artificial y en ella quiero ser feliz.

Y me alejo de todos los que me amenazan con sus propios planes y deseos. No veo en ellos a Dios. No descubro en ellos buenas intenciones. Sólo desean mi mal, pienso, y me pongo a la defensiva.

No soy un hombre libre. Y pierdo la paz en esa esclavitud que he convertido en una forma de vida.

Quiero controlarlo todo para que salga según mis deseos. Que no cambie nada cuando todo va bien y que cambie todo cuando nada funciona. A mi manera.

Cierro las puertas donde me siento seguro.

Gracias a Dios Jesús entra pese a mis resistencias. No puedo impedir que entre y me dé su paz. Y esa paz suya me calma. Es la paz del resucitado.

Hay cosas en la vida que tienen mucha importancia. Es justo que me preocupe cuando suceden.

Tienen que ver con la salud, con la verdad de mi vida, con la justicia, con el amor. Son sucesos y situaciones donde es razonable que pueda perder la paz por el miedo.

Pero no todas las cosas que me inquietan merecen la pena. Hay sucesos y situaciones que son superficiales y no deberían afectarme mucho, pero lo hacen.

Ahí veo mi inmadurez. Comenta el papa Francisco:

Hay cosas que suceden y tocan un nivel más hondo de mi vida. Son las cosas que tienen que ver con el mundo de Dios.

Es la paz que viene de lo alto, del Resucitado. Él me da su paz y esa paz quisiera que fuera definitiva. No quiero perderla ante la primera contrariedad que sufra en el camino.

Una paz honda que me haga libre y profundo. Una paz verdadera que impida que me turbe ante los pequeños problemas que trae la vida.

No me quiero quedar en lo inmediato, en lo superficial.

El otro día escuchaba una propaganda:

Vivo inquieto queriendo saber cuál es el último trending topic o el último video viral o la última foto más difundida o la última noticia sobre algún tema crucial.

Me importa lo actual, lo inmediato, lo que está pasando ahora. Y vivo sin paz, inquieto y agobiado por todo lo que sucede a mi alrededor.

Sin paz en mi alma, sin calma en mi corazón. Angustiado, intranquilo, agobiado por lo que puede llegar a suceder.

En esta pandemia de noticias en desarrollo me agobia que no pase pronto este virus y la situación que me atormenta no pase rápido. Y le exijo a Dios que cambie todo.

Me quedo en la superficie de las aguas del río que pasa por mi corazón. Aguas revueltas, confusas, en las que no puedo ver el fondo del río.

Es cierto que sumergirme en las aguas de mi alma tiene sus riesgos. Como esos buceadores que se sumergen en cuevas profundas recorriendo galerías estrechas.

No pueden mover los pies con fuerza porque si lo hacen moverán la arena del fondo y las aguas se volverán turbias.

Si sucede no podrán ver la salida y no lograrán subir a la superficie cuando les falte el oxígeno.

Cuando me sumerja dentro de mi alma quiero hacerlo con calma. Sin prisas. Sin mover mucho los pies para no levantar la arena del fondo.

Quiero ir buscando a tientas los caminos que me llevan a mi interior. Me dejo sumergir en lo más hondo.

No fuerzo. No presiono. Dejo que Dios me guíe de su mano en mi interior. Él puede hacerlo.

Y allí tomo mis miedos y se los entrego a Dios. Le pido que me dé su paz, esa paz que nada podrá quitarme y me permitirá distinguir las cosas por las que merece la pena que me preocupe y aquello que no es relevante.

Dejaré de dar valor a las noticias pasajeras que vuelan rápidamente. No me agobiaré intentando llevar el control de mi barca en el mar abierto.

Sólo Dios sabe cuál es la ruta que me conviene, yo lo ignoro. Dejo de hacer planes porque sólo Él tiene la paz que calma mis ansias.

Simplemente dejo que entre y me calme por dentro. Y acabe de golpe con mis miedos.

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