Guía para quienes no podrán participar en la santa Misa del martes de 13 de abril o para quienes quieran prepararse espiritualmente para la celebración eucarística.
Esta celebración de la Palabra de Dios en casa se dirige a quienes no puedan participar en la santa Misa del martes, 13 de abril, a causa de la pandemia o de otros impedimentos.
Asimismo, esta celebración puede convertirse en una excelente preparación para vivir con provecho la eucaristía de esese domingo en el que celebramos la Resurrección de Jesús.
Guía para la celebración
- Si usted se encuentra solo, es preferible leer las lecturas y oraciones de la misa de este domingo (que también podrá encontrar en esta guía) o seguir la misa por televisión o en Aleteia a través de esta página especial creada por Aleteia para Semana Santa. Esta celebración requiere al menos la participación de dos personas.
- Esta celebración se adapta particularmente a un marco familiar, de amistad o de vecinos. Ahora bien, en el respeto de las medidas del confinamiento, es necesario verificar si está permitido invitar a los vecinos o amigos. En todo caso, durante su celebración, deberán respetarse estrictamente las consignas de seguridad.
- Es posible seguir la celebración imprimiendo este texto en papel o directamente a través del propio dispositivo electrónico (teléfono móvil, tablet, ordenador).
- Se ha de colocar el número de sillas necesario ante un espacio de oración, respetando la distancia de un metro entre cada uno.
- Se encenderán una o varias velas, que deberán colocarse en un soporte incombustible (por ejemplo, un plato de porcelana o cristal). Al final de la celebración, se apagarán las velas. Se adornará, en la medida de lo posible, el espacio de oración con flores o plantas. Se colocará una cruz o crucifijo.
- Se designa a una persona para dirigir la oración, quien establecerá la duración de los momentos de silencio.
- Se designa el lector de la lectura.
- Se pueden preparar cantos apropiados.
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MARTES DE LA SEGUNDA SEMANA DE PASCUA
Celebración de la Palabra
“El Hijo del hombre debe ser levantado en la cruz, para que los que creen en él tengan vida eterna”.
Nos sentamos. La persona que guía la celebración toma la palabra:
Hermanos y hermanas:
exultemos de alegría y demos gracias:
el Hijo del hombre ha sido exaltado,
y, en Él, podemos vivir la felicidad eterna.
El triunfo de Cristo
es el triunfo de toda la humanidad,
su triunfo es el triunfo de cada uno de nosotros:
es el culmen de la Historia de la Salvación.
Hermanos y hermanas,
si la Historia de la Salvación solo buscara
liberar a la humanidad de las garras del mal y de la muerte,
no hubiera sido necesaria la muerte de Dios.
Pero el culmen de la Historia de la Salvación,
tal y como el Padre la ha concebido en su designio paterno,
exigía que el mismo Dios entregara su vida como prenda de amor infinito.
El culmen final de la historia de la salvación
consiste en que el ser humano
reciba la adopción divina:
Dios se ha hecho hombre y ha muerto
para que el hombre resucite y, en Él, se convierta en hijo de Dios.
Por este motivo, la resurrección de Cristo
y su exaltación están íntimamente ligadas:
Jesús de Nazaret nuestro hermano en humanidad,
y Dios, el Señor de la vida,
son el mismo Ser.
De este modo, el plan del amor de Dios
se revela en su profundidad inaccesible:
el Hijo de Dios ha muerto y resucitado
para que todos recibamos la vida eterna,
y no una vida eterna cualquiera,
una vida eterna verdaderamente divina.
Pausa.
En este martes de la segunda semana de Pascua,
continúan las circunstancias excepcionales
que nos impiden participar en la celebración de la Eucaristía.
Sin embargo, hoy más que nunca,
Señor Jesús, tú nos pides actualizarla
amándonos los unos a los otros,
como Tú nos has amado.
Después de tres minutos de silencio,
todos hacen la señal de la cruz, diciendo:
En el nombre del Padre,
del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén
El guía de la celebración sigue diciendo:
Para prepararnos a acoger la Palabra de Dios
y de este modo se convierta en motivo de purificación para todos nosotros,
reconozcamos con humildad nuestros pecados.
Sigue el rito penitencial:
Señor, ten misericordia de nosotros.
Porque hemos pecado contra ti.
Muéstranos, Señor, tu misericordia.
Y danos tu salvación.
Que Dios Todopoderoso tenga misericordia de nosotros,
perdone nuestros pecados,
y nos lleve a la vida eterna.
Amén.
Se pronuncia o canta:
Señor, ten piedad.
R/. Señor, ten piedad.
Cristo, ten piedad.
R/. Cristo, ten piedad.
Señor, ten piedad.
R/. Señor, ten piedad.
porque el Señor, nuestro Dios omnipotente,
ha empezado a reinar. Aleluya.
Nos sentamos. El lector asignado lee la primera lectura.
PRIMERA LECTURA
Lectura del libro de los Hechos de los Apóstoles (4, 32-37)
La multitud de los que habían creído tenía un solo corazón y una sola alma; todo lo poseían en común y nadie consideraba suyo nada de lo que tenía.
Con grandes muestras de poder, los apóstoles daban testimonio de la resurrección del Señor Jesús y todos gozaban de gran estimación entre el pueblo. Ninguno pasaba necesidad, pues los que poseían terrenos o casas, los vendían, llevaban el dinero y lo ponían a disposición de los apóstoles, y luego se distribuía según lo que necesitaba cada uno.
José, levita nacido en Chipre, a quien los apóstoles llamaban Bernabé (que significa hábil para exhortar), tenía un campo; lo vendió y puso el dinero a disposición de los apóstoles.
R/.Te alabamos, Señor.
El mismo lector u otro asignado lee el Salmo 92.
SALMO RESPONSORIAL
El Señor es un rey magnífico.
R/. El Señor es un rey magnífico.
Tú eres, Señor, el rey de todos los reyes.
Estás revestido de poder y majestad.
Tú mantienes el orbe y no vacila.
Eres eterno, y para siempre está firme tu trono.
R/. El Señor es un rey magnífico.
Muy dignas de confianza son tus leyes
y desde hoy y para siempre, Señor,
la santidad adorna tu templo.
R/. El Señor es un rey magnífico.
El Hijo del hombre debe ser levantado en la cruz,
para que los que creen en él tengan vida eterna.
R/. Aleluya, aleluya, aleluya.
Lectura del santo evangelio según san Juan (3, 7-15)
En aquel tiempo, Jesús dijo a Nicodemo: “No te extrañes de que te haya dicho: ‘Tienen que renacer de lo alto’. El viento sopla donde quiere y oyes su ruido, pero no sabes de dónde viene ni a dónde va. Así pasa con quien ha nacido del Espíritu”. Nicodemo le preguntó entonces: “¿Cómo puede ser esto?”
Jesús le respondió: “Tú eres maestro de Israel, ¿y no sabes esto? Yo te aseguro que nosotros hablamos de lo que sabemos y damos testimonio de lo que hemos visto, pero ustedes no aceptan nuestro testimonio. Si no creen cuando les hablo de las cosas de la tierra, ¿cómo creerán si les hablo de las celestiales? Nadie ha subido al cielo sino el Hijo del hombre, que bajó del cielo y está en el cielo. Así como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así tiene que ser levantado el Hijo del hombre, para que todo el que crea en él tenga vida eterna”.
El Evangelio concluye sin aclamación.
Todos se sientan. El guía repite lentamente,
como si se tratara de un eco lejano:
En lo más profundo de nuestro corazón,
dejemos resonar estas palabras de Jesús,
que la Iglesia nos propone en este día:
“El Hijo del hombre debe ser levantado en la cruz,
para que los que creen en él tengan vida eterna”.
Permanecemos cinco minutos en silencio de meditación personal.
PADRE NUESTRO
El que guía la celebración introduce el Padre Nuestro.
Fieles a la recomendación del Salvador,
y siguiendo su divina enseñanza,
nos atrevemos a decir:
Se reza o canta el Padre Nuestro:
Padre nuestro,
que estás en el cielo,
santificado sea tu nombre;
venga a nosotros tu reino;
hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo.
Danos hoy nuestro pan de cada día;
perdona nuestras ofensas,
como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden;
no nos dejes caer en la tentación,
y líbranos del mal.
E inmediatamente todos proclaman:
Tuyo es el reino, tuyo el poder y la gloria, por siempre, Señor.
El guía sigue diciendo:
Acabamos de unir nuestra voz
a la del Señor Jesús para orar al Padre.
Somos hijos en el Hijo.
En la caridad que nos une los unos a los otros,
renovados por la Palabra de Dios,
podemos intercambiar un gesto de paz,
signo de la comunión
que recibimos del Señor.
Todos intercambian un gesto de paz. Si fuera necesario, siguiendo las indicaciones de las autoridades, este gesto puede hacerse inclinando profundamente la cabeza hacia el otro o, en familia, enviando un beso a distancia con dos dedos en los labios.
Nos sentamos.
COMUNIÓN ESPIRITUAL
El guía dice:
Dado que no podemos recibir la comunión sacramental,
el Papa Francisco nos invita apremiantemente a realizar la comunión espiritual,
llamada también “comunión de deseo”.
El Concilio de Trento nos recuerda que
“se trata de un ardiente deseo de alimentarse con este Pan celestial,
unido a una fe viva que obra por la caridad,
y que nos hace participantes de los frutos y gracias del Sacramento”.
El valor de nuestra comunión espiritual
depende, por tanto, de nuestra fe en la presencia de Cristo en la Eucaristía,
como fuente de vida, de amor y de unidad,
así como de nuestro deseo de comulgar, a pesar de las circunstancias.
Podemos ahora inclinar la cabeza,
cerrar los ojos y recoger nuestro espíritu.
Pausa en silencio
En lo más profundo de nuestro corazón,
dejemos crecer el ardiente deseo de unirnos a Jesús,
en la comunión sacramental,
y de hacer que su amor se haga vivo en nuestras vidas,
amando a nuestros hermanos y hermanas como Él nos ha amado.
Permanecemos cinco minutos en silencio en un diálogo de corazón a corazón con Jesucristo.
Podemos elevar un cántico de acción de gracias.
Nos ponemos de pie, y todos juntos pronunciamos esta oración:
a los que has salvado,
para que los redimidos por la pasión de tu Hijo
se alegren con su resurrección.
Él, que vive y reina por los siglos de los siglos.
BENDICIÓN
La persona que guía la celebración, con las manos juntas,
pronuncia en nombre de todos la fórmula de la bendición:
Por intercesión de san N.
[patrón de la parroquia, la familia, el país…],
de todos los santos y santas de Dios,
que el Señor de la perseverancia y la fortaleza
nos ayude a vivir el espíritu de
sacrificio, compasión y amor de Cristo Jesús.
De este modo, en comunión con el Espíritu Santo,
daremos gloria a Dios,
Padre de Nuestro Señor Jesucristo,
por los siglos de los siglos.
Amén.
Todos juntos mirando hacia la cruz,
piden la bendición del Señor:
Descienda sobre nosotros la bendición de Dios,
y permanezca siempre.
Amén.
Todos hacen la señal de la cruz.
Los padres pueden hacer la señal de la cruz en la frente de sus hijos.
Es posible concluir la celebración elevando un cántico a la Virgen María.
Regina caeli, laetare, alleluia,
quia quem meruisti portare, alleluia,
resurrexit sicut dixit, alleluia;
ora pro nobis Deum, alleluia.
Reina del cielo, alégrate, aleluya.
Porque aquel a quien mereciste llevar, aleluya,
resucitó según su palabra, aleluya.
Ruega al Señor por nosotros, aleluya.
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Para seguir santificando la Resurrección del Señor, Aleteia le ofrece recursos de oración y celebración en su página especial de Pascua.
Asimismo, usted podrá encontrar, de manera gratuita, otros recursos en la página web de Magnificat.