Si en todas partes del mundo estos días santos han sido distintos, solos y duros, imagínense en esta Venezuela en plena pandemia, con una mega inflación que ya se devora las divisas, sin vacunas y con el sistema de salud más precario que se pueda concebir.
Ha sido una semana compleja, donde hemos visto de todo.
Los “cristos” de la actualidad, muriendo o huyendo en Apure bajo las balas de la guerrilla enredada en un inacabable tiroteo con el ejército venezolano, al cual subyacen los más oscuros intereses.
Los sacerdotes intentando, con todos los medios a su alcance, no apartarse de sus fieles.
La jerarquía eclesiástica y los equipos laicales involucrados se mantienen entre dos aguas turbulentas: organizar una beatificación y hacer lo posible por acompañar la Semana Santa en cada hogar, en cada familia.
Pero nadie se ha rendido. Desde un comienzo, el cardenal Baltazar Porras remarcó: “Que no se diga que la Semana Santa está suspendida”.
Y no lo ha estado, más bien, si cabe, ha sido mejor vivida, con más recogimiento y gran devoción, en familia, en grupos pequeños, desde el alma.
Y con mayor énfasis en el drama humano que sufren las grandes mayorías.
Porras acaba de denunciar el mercado negro de vacunas que crece en este país donde quienes mandan no permiten la entrada de ellas, tal y como han impedido la llegada de ayuda humanitaria a lo largo de estos años de grandes penurias.
La gente no se resigna a morir y si el régimen no se abre en auxilio del pueblo, no faltan negociantes que ven la ocasión de lucrar con la necesidad.
Así pasa con el dólar y así está ocurriendo con las vacunas. La gente las necesita y buscan la manera de ponerlas, aun adquiriendo las caras y clandestinas.
Los sacerdotes inventan y reinventan pero hemos tenido alivios. Iniciativas pastorales que han llevado esperanza a las comunidades, especialmente a los enfermos.
La gente no podía aglomerarse en la basílica de Santa Teresa, como es lo usual… pues sacaron a la calle al Nazareno de San Pablo, la imagen más venerada para los caraqueños de todos los tiempos.
Su día especial es cada Miércoles Santo. Si la gente no puede ir al Nazareno, pues el Nazareno irá hasta ellos.
Estuvo 12 horas en un vehículo, protegido por un vidrio, recorriendo los rincones de la ciudad.
Especialmente emotivo fue el momento en que llegó a las inmediaciones de cada clínica y hospital, repletos de enfermos de Covid, para alivio de los recluidos. La gente salió a la calle a implorar por la salud y la vida.
El cardenal Porras escribió el Jueves Santo:
La esperanza inundó el alma de los caraqueños al paso del Nazareno…y nadie se atrevió a detenerlo.
Hubo clarinadas previas. Sigamos sus notas...
Ubaldo Santana, administrador apostólico de la diócesis de Carora, lanzó un alerta el Domingo de Ramos, sin ramos pero con mucho mensaje:
Las columnas, redes sociales y medios de comunicación han servido para que circulen escritos, exhortaciones y documentos que llevan el Evangelio a cada ciudadano, en el espíritu de las celebraciones de estos días santos.
El P. Alfredo Infante (sj), director del Centro Arquidiocesano Rafael Arias Blanco –en honor a aquel arzobispo de Caracas cuya pastoral, un día 1 de mayo, desató el cronograma insurreccional contra rl dictador Marcos Pérez Jiménez- elaboró un editorial en estos términos:
La asistencia a los desvalidos sigue su curso sin interrupciones.
Caritas desarrolla jornadas nutricionales y de apoyo a las madres sin recursos en varias zonas del país, simbolizando una iglesia unida e interesada en el bienestar de sus comunidades.
La inminencia del día en que se beatificará a nuestro santo “médico de los pobres” es un incentivo y aliciente muy poderoso para la movilización de voluntarios en estos proyectos eclesiales de colaboración a través de las periferias.
En este “tiempo extraño”, como lo llamó en su columna el presidente de la Academia de la Lengua, Horacio Biord Castillo, estamos experimentando la acción profética y salvífica de una Iglesia en salida, que sabe para dónde salir y cómo caminar en comunión.
El padre Luis Ugalde, destacado jesuita, apuntó en su muy leída columna semanal:
La Semana Santa no es una semana de tristeza. Ella comienza con la entrada gloriosa de Cristo a Jerusalén, y culmina con su triunfo sobre el mal y sobre el pecado, sobre el demonio y la muerte, con su gloriosa resurrección al amanecer del domingo de gloria.
El cardenal Jorge Urosa Savino, arzobispo emérito de Caracas recordó:
Con esa enérgicas palabras inició Mons Mario Moronta, obispo del Táchira y primer vicepresidente de la Conferencia Episcopal, una de sus homilías.
Hay que cerrar las iglesias porque son un foco de contaminación, acto seguido, colocaron piquetes de la Guardia a las puertas de los templos. Indignado, el obispo reaccionó llamándolo estupidez.
Cumplen con todas las normativas sanitarias de seguridad. Pero los restaurantes, clubs nocturnos y toda clase de comercios y mercados, están abiertos.
Una contradicción que revela una torva intencionalidad a la cual el prelado salió al paso con duras palabras. Retiraron los piquetes.
Algunos templos permanecen cerrados y otros abren para determinados oficios, guardando estrictamente la normativa y la distancia social. No se sabe de contaminados.
Pero hay quienes se las han ingeniado para cumplir con los actos litúrgicos permitiendo la participación de la gente.
El obispo de La Guaira, Mons Raúl Biord Castillo, enviaba este whatsapp con foto incluida:
“Este padre lavó los pies a sus dos hermanos que viven con él, en Misa celebrada en el techo de la iglesia que está frente al aeropuerto de Maiquetía y frente a los bloques -edificación donde vive mucha gente humilde-. La gente la seguía desde su apartamentos –pisos- pues tenía altavoces. Más ventilación, imposible, pues hoy había mucho viento”, ironizó.
Efectivamente, fue una oportunidad y una emoción para toda esa gente, una zona muy populosa, poder seguir la ceremonia desde sus casas.
Es bueno acotar que el Cristo de Maiquetía es una de las figuras sagradas más veneradas en Venezuela.
Por sus milagros, registrados desde la época de la colonia hasta nuestros días, es llamado también “El Cristo de La Salud”.
Los lugareños son muy devotos y cada procesión es tan concurrida que tal vez sea la razón por la cual no salió este año.
En compensación, los sacerdotes han inventado maneras de celebrar con la gente, como este que subió al techo y celebró el Jueves Santo a cielo abierto. ¡Bravo! Ha sido consuelo y alternativa al encierro.
Nuestros pastores no sólo huelen a oveja. Las cargan encima. Las cuidan y atienden. Esta vivencia tan terrible ha germinado una Iglesia más robusta, más unida y más comprometida. ¡Bendito sea Dios!