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Su testimonio se ha convertido en luz para miles de personas. Ayer falleció en Sevilla. Como dice Lucía -su mujer- es “un santo con corbata”.
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El pasado fin de semana, Lucía publicaba esta foto en Instagram. Miguel, en su silla de ruedas, observaba a los dos pequeños de sus cinco hijos, que celebraban su Primera Confesión.
La hicieron en casa, bajo la atenta mirada de su padre. Esa mirada, la de un padre orgulloso, profundamente trascendental porque la enfermedad le ha unido a la Cruz hasta convertirle, sin él quererlo, en un faro para miles de personas. Esa mirada, la de un padre que se sabe cerca de Dios Padre y que ve, en esa habitación, el abrazo de Dios a sus hijos.
Después sufrió un empeoramiento de su estado de salud. Tuvo que ingresar en el Hospital Virgen del Rocío de Sevilla, donde este miércoles –como dice su cuñado Elías, sacerdote- “entró por la puerta grande en el Cielo”. Lucía, a través de las redes sociales, anunciaba su fallecimiento y daba las gracias por tantísimas muestras de cariño.
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El pasado 30 de octubre publicábamos en Aleteia su testimonio.
Mandé a Miguel, buen amigo mío desde hace muchos años el artículo. Nos comunicábamos por WhatsApp porque él no podía hablar. Yo le mandaba notas de voz y él me respondía con textos.
Me agradeció el artículo, pero con su habitual sinceridad me confesó que tenía miedo. No se sentía un ejemplo. Siempre ha sido una persona muy humilde, y estaba abrumado por cómo su caso estaba difundiéndose.
Él, que nunca le gustaba ser el centro de atención pese a ser un líder natural, de repente se veía en el foco. Si no le gustaba en sus mejores momentos, imaginen así, sin hablar, en silla de ruedas, enfermo. Me decía “no somos tan buenos”, en referencia a Lucía y él.
Un diario nacional le acababa de hacer otra entrevista, y hasta le habían grabado un vídeo testimonial. Sentía vértigo.
Le insistí en que no había dicho nada de él que no fuera ya antes de la enfermedad, una persona diez, pero que ahora, quizás fuera parte de su misión dar testimonio de cómo encontrar a Dios y encontrarse con Dios en una enfermedad tan cruel, como contrapunto a quienes defienden la eutanasia como único camino ante el sufrimiento. Se me entrecortaba la voz cuando le pedía eso.
Y él, con una simple frase de texto, me mandó “un abrazo inmenso” que sentí como si me lo estuviera dando físicamente, el que me hubiera gustado darle yo. Y vaya si han dado testimonio. Su forma de afrontar la enfermedad en familia les ha convertido en una fuente de inspiración para miles de personas.
Lucía publicaba en Instagram cosas de su día a día en familia. Con fotos tan radiantes por la belleza que entrañan que no necesitan filtros, y con la certera prosa de una filóloga conseguían transmitir con cada publicación la grandeza de un matrimonio enamorado, generoso, volcado con sus hijos, con todos los que le quieren… y confiados absolutamente en la Voluntad de Dios. Sin trampa ni cartón.
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La crudeza de la enfermedad, sin ocultar los momentos duros y las lágrimas, pero demostrando que no era postureo cuando decían que “no hemos hecho nada para merecer este regalo que nos permite vivir la vida con una perspectiva diferente y, sin duda, nos aporta una felicidad verdadera y profunda”.
Lucía decía que la meta de este camino que les tocaba recorrer juntos era el Cielo. Él ya está allí, “un santo con corbata” le llama su mujer. Yo diría más: un santo contemporáneo, un santo de familia. Su huella en la Tierra es muy profunda. Quienes le conocemos sabemos que –si Dios quiere- también intercederá para grandes milagros desde el Cielo.
Quien les escribe se siente muy afortunado, con la certeza de haber conocido y tratado a un santo en vida, a un amigo que se ha ido, pero con quien seguiré hablando y riendo. Y esas carcajadas suyas seguirán resonando tan fuertes y tan cercanas. Un amigo en el Cielo.
En una entrevista a ABC, en un solo párrafo, lo dijo todo: