Iniciamos la Cuaresma recibiendo el símbolo de la temporalidad el Miércoles de Ceniza. Un acto de humildad que recuerda que donde hay cenizas hubo fuego; un brasero ardiente en alguna parte.
Cenizas, signo de amor dado y de transformación. Las cenizas y el fuego son parte de una misma realidad. Son el resultado de un fuego incandescente de amor.
Transformar desiertos
La Cuaresma invita a transformar lo que nos estorba, lo que no es de Dios, lo que nos impide vivir en plenitud el amor recibido, para poder transformarlo en fuego pascual.
La Cuaresma es una invitación a vivir 40 días en el desierto, para solidarizarnos con quienes padecen desiertos diversos: falta de trabajo, de amor, de consuelo.
Y también para purificarnos habiendo resistido tentaciones; despojándonos de nuestras ansias de poder, de competición que desgasta y que malogra relaciones.
El Espíritu que acompaña
Pero no hay que temer porque no estamos solos, no vivimos estas experiencias solidarias y propias con nuestras solas fuerzas; el Espíritu de Dios nos acompaña, nos fortalece, nos guía y nos dona esperanza.
El mismo Espíritu que guió a Jesús, nos guía a nosotros. Basta que nos vaciemos de nosotros mismos para que pueda entrar otra vida, esa nueva Vida, transformándolo todo. El Espíritu devuelve la esperanza a quien vive "desiertos"; cualesquiera que sean.
Y, ahí, guiados por el amor en este desierto, Dios habla y hace una promesa: después de la sequía, florece la vida.
Artículo basado en el texto original: Luz de clara esperanza – Desierto, Cenizas de Pauline Lodder