Debo reconocerlo, Jesús en el sagrario es mi mejor amigo, verdaderamente un amigo extraordinario. Y no es para menos, siendo el Hijo de Dios. Puedo decirlo con alegría:
“Mi mejor amigo es el hijo de Dios, que mora en el sagrario, prisionero de amor por nosotros”.
Hay días como hoy en que me siento a contarte mis vivencias con Jesús y experimento su presencia a mi lado. Es como un suave viento que me envuelve. Me llena de un gozo sobrenatural. Es tanto su amor que se desborda y tienes la necesidad de amar, sobre todo a los que te hacen daño.
Si conocieran el amor de Dios, sus vidas serían diferentes.
Conversando con Jesús
Imagino a Jesús a mi lado. Coloca su mano sobre mi hombro en un gesto de amistad verdadera. Sonríe complacido:
―Vaya que me cuestas, Claudio.
―Lo sé Jesús, y te lo agradezco. Sé que no soy el mejor de los amigos. Mi terquedad me sobrepasa. Cada vez que tuerzo el camino, llegas Tú y lo enderezas. Siempre que caigo, me tiendes la mano y me levantas. Cada vez que dudo o tengo tristeza, llegas y me dices: “Aquí estoy, Claudio, contigo. ¿Cómo no amarte con todo el corazón?“.
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