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A menudo me escriben lectores de Aleteia preguntándome por la oración. Es un tema recurrente y uno de mis favoritos. Somos simples creaturas con una vida temporal, pasajera en este mundo, pero tenemos un alma inmortal.
Todos somos vasijas de barro que custodian un enorme y valioso tesoro de eternidad.
Somos más, templos del Espíritu Santo.
Y aún más…: hijos de Dios, creados a su imagen y semejanza.
Dios te desea, ¿y tú a Él?
Y este Padre celestial anhela estar en contacto con sus hijos, desea que lo busquemos y lo amemos libremente. Pudo hacer las cosas de formas, diferentes, pero eligió darnos el libre albedrío, la libertad plena para amar y buscarlo y estar con Él.
Somos libres y decidimos nuestro futuro en la eternidad, de acuerdo a nuestras acciones.
La oración es la mejor forma de estar en la presencia de Dios. Me parece que fue santa Teresa de Jesús quien dijo: “El que no reza, no necesita diablo que lo tiente”. Y san Alfonso María de Ligorio lo explicó con unas fuertes palabras, que golpean el alma: “Quien reza, se salva; quien no reza, se condena”.
Es evidente: aquel que no reza, debilita su alma; su relación con Dios se deteriora, cae con extrema facilidad en el pecado y termina apartándose del Padre.
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La oración, necesidad esencial
Necesitamos orar para comunicarnos con Dios. Hablar con Él. Tienes las escrituras para escuchar su voz y conocer su voluntad en tu vida.
La pregunta que muchos se hacen es: “¿Me escucha Dios?” Tienen serias dificultades y no comprenden por qué rezan y parece que Dios no los oye ni les responde. “¿Qué debo hacer? Rezo cada día y todo sigue igual. No encuentro una salida”.
Dios es amor y nos ama a todos, incondicionalmente. Por tanto, el camino es el amor.
Creo que fue la Madre Teresa de Calcuta quien dio con la clave de este misterio. Una persona se le acercó un día atribulado sin saber qué hacer. La Madre Teresa le sugirió:
“Tú dedícate a amar. El resto vendrá por añadidura”.
Y el Padre Pío nos da otra clave que falta en esa ecuación como un camino de vida: “la fe”. Lo sabemos por su famosa frase:
“Ora, ten fe y no te preocupes”.
Ama, reza, confía… y verás
Por tanto, mi recomendación siempre será la misma, pues hemos aprendido de aquellos que recorrieron el camino de la santidad, siempre vivieron en la presencia de Dios y fueron escuchados:
“Dedícate a amar, a todos, en todo momento, aunque no te amen. Ora y ten fe”.
El resto vendrá por añadidura. La experiencia de los años me ha enseñado que nuestro Dios es extraordinario, Todopoderoso bueno. Es un padre excepcional. Siempre escucha nuestras oraciones y responde a sus hijos: “Aquí estoy”. ¡Ánimo! Todo saldrá bien.