¿Qué sabemos del ARN? Hablamos con Juan Pablo Tosar, experto en temática ARN, sobre las vacunas, cómo se han realizado y sus riesgos
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Entrevistamos a Juan Pablo Tosar, Licenciado en Bioquímica, Magíster en Biología y Doctor en Biología Molecular por la Universidad de la República, Uruguay (UdelaR). Es docente e investigador de la Facultad de Ciencias (UdelaR) y del Instituto Pasteur de Montevideo. Su trayectoria como investigador en la temática del ARN es extensa y reconocida tanto a nivel nacional como internacional. Conversamos sobre su trabajo y otros temas de interés y actualidad, tales como las vacunas basadas en ARN mensajero.
Hace unos meses leímos un artículo en el portal de la BBC en español que habla de un “descubrimiento potencialmente revolucionario”: ¿podrías contarnos un poco sobre eso?
En nuestro laboratorio buscamos moléculas de ARN que viajen por la sangre y que podamos, en el futuro, utilizar para diagnosticar enfermedades de forma temprana. En particular, diseñamos un método que nos permitió descubrir que ciertas moléculas llamadas “ribosomas” existen afuera de las células. Los ribosomas están hechos principalmente de ARN y son la maquinaria molecular que fabrica proteínas dentro de la célula ¿Qué hacen fuera de ella? No lo sabemos, y es lo que estamos intentando entender. Nuestros hallazgos fueron publicados y destacados en la tapa de una revista científica muy respetada en la temática. Además, a mitad del año pasado nos hicieron una entrevista que salió publicada en la revista Nature, que es una de las revistas de ciencia más importantes y leídas del mundo.
Mencionas muy seguido la palabra “ARN”: parece que investigas en una temática que se ha vuelto famosa.
Si, hasta hace poco tiempo atrás, cuando me pedían que explicara lo que hago dedicaba bastante tiempo a explicar qué es el ARN, al que me refería como “el hermano desconocido del ADN”. Pero luego surgió la pandemia del coronavirus, que es un virus cuyo genoma está hecho de ARN, y al que buscamos combatir con vacunas, algunas de las cuales también están hechas de ARN, entonces esa sigla que parecía tan exótica se ha vuelto parte de nuestra vida cotidiana. Se habla más del ARN que de fútbol, últimamente.
Y se dicen cosas como que esas vacunas de ARN podrían alterar nuestros genes: ¿eso tiene fundamento?
Para nada. Parte de mi trabajo consiste, a nivel experimental, en introducir ARN en células y visualizarlo en cierto tipo de microscopios. El ARN, una vez dentro de la célula, no ingresa al núcleo, que es donde reside el ADN (la molécula donde se almacena nuestra información genética). Además, el ARN no tiene la capacidad, por sí mismo, de alterar el ADN de nuestras células. Algunos virus, como el virus de la inmunodeficiencia humana (HIV), logran insertar su genoma de ARN en el de las células que infectan. Pero eso lo logran mediante una maquinaria molecular que no está presente en las vacunas.
Además, cualquiera que trabaje con ARN sabe que se degrada rapidísimo. Esa es su función dentro de la célula: durar poco. Y en ese lapsus de tiempo otorgar las instrucciones para fabricar ciertas proteínas. En este caso, el ARN mensajero de las vacunas de las empresas BioNTech/Pfizer o Moderna sirve de molde para que nuestras células fabriquen una de las proteínas del virus que provoca la covid-19, y así “entrenar” a nuestro sistema inmunológico. Al cabo de cierto tiempo, el ARN es degradado por enzimas que hay en la célula y desaparece sin dejar rastros.
Esto no quiere decir que sea imposible que pasen cosas inesperadas. La ciencia, al ser la aventura de adentrarse en lo desconocido, no puede descartar ninguna posibilidad, sino que debe evaluarlo todo de forma experimental. Pero: ¿existe una base racional para sostener un miedo de que las vacunas de ARN puedan modificarnos genéticamente? No; ese miedo carece de todo fundamento en base a la evidencia disponible.
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Entiendo. Pero existe cierta preocupación de que estas vacunas se diseñaron y fabricaron en tiempo récord ¿ves eso como un problema?
Antes de seguir quisiera hacer algunas aclaraciones: yo no investigo directamente en la temática de los virus ni de las vacunas. Así que no pretendo presentarme como un experto en estos temas. Pero con doce años de experiencia de investigación en biología molecular, puedo distinguir qué es una preocupación con fundamento y qué es, sencillamente, un rumor pernicioso.
Vayamos por partes:
En primer lugar: solo algunas de las vacunas que se están aplicando actualmente utilizan la tecnología del ARN mensajero. Otras tantas vacunas que también se están aplicando en distintos países utilizan estrategias mucho más “clásicas”, por decirlo de alguna manera. Así que es difícil hacer generalizaciones sobre “las vacunas de coronavirus” porque son unas cuantas y diferentes entre sí. Algunas están aún siendo evaluadas, y otras se han ya evaluado como efectivas y seguras, han sido aprobadas por distintos países, publicaron sus resultados y se están aplicando masivamente.
Perdón que te interrumpa, pero es precisamente esto a lo que iba: la pandemia surgió a fines de 2019, el virus se identificó, aisló, secuenció y caracterizó a principios de 2020, y las primeras vacunas se aprobaron para su uso menos de un año después: ¿no es muy poco tiempo?
Sí y no.
¿Podrías explicar eso?
Nunca antes una vacuna se había aprobado tan rápido. Eso es cierto. En este caso no una, sino múltiples vacunas. Pero a veces se pierde la dimensión de cómo todo es más rápido con el avance tecnológico. El genoma humano se terminó de secuenciar en 2003. Costó 13 años y una inversión de 3000 millones de dólares. Hoy puedo secuenciar un genoma humano invirtiendo unos pocos miles de dólares, en unos pocos días. Todo se puede hacer cada vez más rápido.
En este caso, debido a epidemias anteriores a otros coronavirus como el SARS y el MERS, hace años que existen investigadores trabajando en vacunas contra los coronavirus. Ni bien se publicó la secuencia de este nuevo coronavirus (SARS-CoV-2) en enero de 2020, estos grupos adaptaron sus plataformas al nuevo virus, pero ya tenían la mayor parte del trabajo adelantado. Luego apareció todo el dinero del mundo para que el avance no tuviera, en lo económico, restricciones.
Eso vaya si acelera muchísimo las cosas: la situación no tiene precedentes. Las distintas etapas de los ensayos clínicos se hicieron de forma solapada en vez de secuencial. Cuando hablo de ensayos clínicos me refiero a los estudios que se hacen sobre voluntarios antes de aprobar una vacuna o un medicamento. A algunos de estos voluntarios se le administra lo que sería la vacuna y a otros una inyección salina que no contiene la misma (lo que llamamos placebo), pero nadie sabe qué recibe.
Se monitorean efectos adversos, pero hay que dejar que pase el tiempo para que se enferme un número suficiente de personas en el grupo placebo, y ver si se enfermaron menos en el grupo vacunado. Si la enfermedad que se busca prevenir demora años en desarrollarse, el ensayo clínico demorará años. Pero para prevenir un virus en el medio de una pandemia donde hay países con decenas de miles de casos activos: los ensayos clínicos se pueden hacer bastante rápido si se parte de un número grande de voluntarios.
¿Y a nivel de seguridad?
La seguridad se evalúa en los ensayos clínicos desde el principio. Hay personas en el mundo que fueron vacunadas hace ya nueve meses, y se las sigue monitoreando. Si se aprueba una vacuna, es porque los ensayos clínicos mostraron que los efectos adversos son muy infrecuentes, y en caso de existir, no de extrema gravedad. Además, la seguridad se continúa monitoreando activamente post-aprobación. Al día de hoy, se llevan administradas 95 millones de vacunas de covid-19: nadie murió a causa de ellas. Por otro lado, hay unos 100 millones de casos de covid-19, con dos millones de muertos a causa de esta enfermedad.
¿Y a largo plazo?
No lo sabemos. Pretender postergar la aprobación de las vacunas hasta no tener datos de seguridad a largo plazo equivaldría a no tener vacunas durante la pandemia, lo que prolongaría la duración de la misma. Y ahí sí no sería ya un miedo a lo desconocido, sino que podemos proyectar qué es lo que pasaría. El miedo a lo desconocido es entendible y lo comparto, pero no hay razón concreta válida para justificar el temor de que estas vacunas puedan dar problemas a largo plazo.
Cada vez que sale un nuevo modelo de avión, por poner un ejemplo, se lo estudia pormenorizadamente para descartar desperfectos que comprometan la seguridad. Pero nadie puede decir qué pasará con esos aviones luego de diez años de uso, aunque estén diseñados para funcionar por mucho tiempo más. Lo desconocido siempre implica un riesgo, pero la ciencia nos permite cuantificar el riesgo y el beneficio.
Y para el caso de las vacunas de coronavirus que han publicado los resultados de sus ensayos clínicos, el riesgo parece ser extremadamente bajo y el beneficio es muy alto, tanto a nivel individual como colectivo.