“Pierdo la libertad y no soy capaz de tomar el control de mi camino, alguien dentro de mí me lleva por donde no quiero ir…” ¿Y si estar poseído fuera más común de lo que pensamos?Un día, Jesús expulsó demonios de un endemoniado. Era un hombre con un espíritu inmundo. Un hombre dominado por esa presencia maligna. Un hombre esclavo, sin voluntad libre.
Jesús viene hasta él y con su palabra lo libera. Su palabra crea una realidad nueva en él. Y el hombre se siente libre, lleno de paz y de vida.
La presencia del demonio puede llegar a poseer a una persona. El demonio influye sobre mí y me tienta, y me ata, y me esclaviza. Pierdo la libertad y no soy capaz de tomar el control de mi camino. Alguien dentro de mí me lleva por donde no quiero ir.
Jesús puede liberar
Huyen los demonios cuando escuchan la voz de Jesús. Si me creyera este relato yo sería más libre. Jesús habla dentro de mí y me libera. Cuando el demonio que me esclaviza escucha su voz, lo obedece y me deja tranquilo.
Pienso en el poder de Jesús, en su Palabra. Su autoridad acaba con todos los demonios que me esclavizan. Su autoridad la reconoce el demonio y Él vence en mí. Se impone por encima de mi voluntad enferma y debilitada y trae paz a mi corazón.
Pienso en ese Jesús al que sigo, en el que creo. Ese Jesús que cambia mi corazón cuando le dejo entrar.
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Cuando el mal nos posee
Yo también me siento poseído en muchas ocasiones. No hago lo que quiero hacer. Reacciono con violencia en lugar de con paz. Me consume la ira cuando se alteran mis planes y no se hacen realidad mis deseos.
La envidia me lleva incluso a desear el mal de mi prójimo. Me enferma que otros tengan más éxito y felicidad que la que yo poseo. Me dejo llevar por los placeres que me tientan.
La gula, el sexo, el consumismo, las redes sociales, los vicios anulan mi voluntad y me hacen vivir como un esclavo. No soy el que quiero ser.
Me prometo una y otra vez volver a empezar y vencer el mal en mi vida. Pero me cuesta creer que sea posible. ¿Cómo voy a dejar esos hábitos malos que me quitan la libertad con tanta facilidad?
Busco todo tipo de métodos. Pido ayuda. Busco quien me dé sabios consejos. Pero caigo de nuevo. Me siento a veces como ese endemoniado que dejaba de ser él cuando se siente poseído, por la rabia, por la ira.
Le pido a Jesús que grite dentro de mí y me saque de mi esclavitud, de mi tristeza, de mi oscuridad, de mi pecado. Que libere mi fuerza de voluntad tan debilitada. Y también le pido que grite y haga brillar ante mí esos sueños e ideales que Él ha tejido en la piel de mi alma.
Más allá de la oscuridad
Decía el padre José Kentenich:
“Dios puede dedicarse en todo momento a su ocupación predilecta. Por eso se ocupa siempre del objeto de su amor. ¿Y quién es ese objeto?: Yo. Si lo creyésemos, si esa convicción nos calara hasta la médula, seríamos los hombres más felices del mundo”.
Si creyera en el amor de Dios sería más feliz. Él me ama más allá de mis límites y deficiencias. No ve la oscuridad, no se fija en mi pecado, no se centra en mis ataques de rabia, pasa por alto mis dependencias y ve la belleza de mi corazón que vive enredado en una maraña de sentimientos confusos que me atan.
Jesús es el que me libera. Su palabra sana, salva, levanta, cuida. Su palabra es creadora dentro de mi corazón. Él puede hacerlo. Puede servirse de instrumentos que Dios pone en mi camino.
Personas que tienen a Jesús muy dentro y sanan con su mirada, con sus palabras, con sus obras y gestos. Sus abrazos me liberan y sus sonrisas me salvan. Creo en el poder de las palabras de los que tienen autoridad.
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Jesús también puede liberar a través de mí
Y creo que yo también con mis palabras puedo transformar a las personas. Puedo cambiarlas porque mis palabras crean, transforman la realidad. Hacen que los demás, los que me escuchan, cambien. Puedo lograr que sus vidas sean mejores.
Por eso pienso mucho antes de hablar. Y digo lo que edifica, no lo que destruye. Lo que une, no lo que divide. Lo que anima, no lo que desalienta.
Mido mis palabras que pueden dar vida o quitarla. Quiero tener a Jesús dentro de mí para poder hablar sus palabras y lograr sus milagros.
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[1] Dorothea Schlickmann, José Kentenich, Una vida al pie del volcán