Las teorías conspirativas ofrecen explicaciones simplistas y reduccionistas para comprender fenómenos complejos que generan una gran incertidumbre, angustia y ansiedad en la población. Por ello son muy seductoras en tiempos de crisis.
Es mucho más fácil si todo es parte de un plan, sea de parte de Dios, de la Virgen María, de los Illuminatti, de la Masonería, del demonio, de los extraterrestres o de un grupo de magnates que dominan la tierra en las sombras. Si es así, todo es más fácil de entender.
En una sociedad donde se estimula la rapidez en la información, la brevedad y la mayor simplicidad, van desapareciendo los matices, los grises donde las cosas no son blanco o negro, buenas o malas.
Saturación de información
La complejidad del mundo en el que vivimos, donde la información disponible no solo es indigerible e inabarcable, sino que no es fácil corroborar su veracidad, predispone al escepticismo por saturación.
Y a su vez, provoca la necesidad de crear relatos simples, donde los males tienen una sola causa y donde el enemigo está perfectamente identificado y es el culpable de todo. La pereza para pensar simplifica la realidad.
La sospecha sobre las propias raíces y tradiciones, la sospecha sobre la ciencia y las instituciones abre la puerta a una gran ingenuidad y credulidad a discursos que simplifiquen los problemas, sin importar la fuente. Si alguien habla mal de las voces “oficiales”, debe tener razón, se piensa.
Y para completar el cuadro, la inteligencia artificial a través de las redes sociales nos muestra lo que es más atractivo y lo que más se consume, por lo cual las noticias falsas y las teorías conspirativas tienen más presencia que la investigación seria y la formación crítica que surge desde la producción académica.
¡Pero el que lo dijo era doctor!
Hoy uno puede encontrarse con personas formadas, profesionales de todas las áreas imaginables, que adhieren a teorías conspirativas, con un discurso paranoide, que llegan a negar la evidencia científica con el pretexto de que “estamos siendo engañados por un complot de dimensiones globales”.
Sin embargo, aunque todos sus colegas estén siendo supuestamente “engañados o sean parte del engaño”, solo ellos, los nuevos profetas que quieren liberar a la humanidad de su ceguera y “mostrar la verdad”. Se apoyan en su formación y ciencia para afirmar una interminable lista de absurdos que antes uno solo podía escuchar de un líder sectario con delirio paranoide.
Hay conferencias de profesionales de la salud diciendo que una vacuna “va a modificarnos genéticamente”, o que “van a instalarnos un microchip para controlarnos”, o promoviendo el consumo de sustancias tóxicas como la supuesta cura del Covid19 e incluso de cualquier otra enfermedad.
Si ya había una larga lista de pseudociencias y pseudoterapias, dietas milagrosas y sanadores mágicos, la crisis creada por la pandemia del Covid19 los ha multiplicado en ambientes hasta ahora impensables. He leído y escuchado a médicos, abogados, sacerdotes católicos, pastores evangélicos, gurús, psicólogos y profesores, adherirse a estos relatos. E incluso repetirlos sin el más mínimo sentido crítico, sin investigar las fuentes.
Y es que, en momentos críticos y complejos, que todo tenga una explicación sencilla da tranquilidad y se construye fácilmente un enemigo identificable. Además, estas teorías ahora pueden amplificarse a través de las redes sociales, llegando a un público impensable hace tan solo unas décadas.
Conspiraciones apocalípticas
A esto se le agregan relatos con teorías extraterrestres, profecías astrológicas, y una conspiración global que incluiría al Vaticano, la Masonería y la OMS. La inmanejable cantidad de información falsa que circula en las redes sociales, sobre los temas más variados, permite que se llene de contenidos delirantes presentados como la última investigación científica o la revelación de un secreto que “los poderosos del mundo no quieren que se sepa”.
Lo más aburrido para los “conspiranoicos” es la realidad, porque es siempre más compleja que las teorías de “buenos y malos” y seguro menos atractiva para explicar, por eso menos creíble cuando escasea el pensamiento crítico.
Nadie va a negar la existencia de personas y grupos que se benefician de desgracias ajenas, ni la existencia de organismos internacionales que presionan a los Estados con determinadas políticas públicas, ni de que existan agendas que quieren imponerse. Pero eso no es evidencia de una conspiración mundial de dimensiones apocalípticas. Parece una novela de Dan Brown, pero lo viven como real.
En el ambiente New Age y sus derivados de pseudoterapias mágicas, son también incontables las personas que predican contra la medicina; y que nos invitan a optar por frenar el virus con ejercicios de meditación y pensamientos positivos, evitando así el contagio “gracias al poder de la mente”.
En este tipo de literatura o conferencias se alimenta la desconfianza en los tratamientos médicos, se promueve la desconfianza en las vacunas y se prometen “secretos” que vencen cualquier mal. Porque en general enseñan que todos los problemas vienen solamente de nuestros pensamientos, de la falta de fe o de un desequilibrio de nuestro mundo emocional.
La construcción de la teoría del complot
La fascinación y el dramatismo que tiene la historia se sostienen en su imprevisibilidad. De hecho, planes preparados durante años pueden fallar por las circunstancias y los incontables factores que entran en juego en situaciones impensables. Incluso incidentes insignificantes y no planeados pueden cambiar el curso de los acontecimientos históricos.
Y el desconcierto que generan fenómenos imprevisibles o situaciones dramáticas difíciles de comprender, les llevan a pensar que las cosas no son como nos las cuentan y que no nos están contando la verdad de los acontecimientos.
Los constructores de teorías del complot entienden que todos los acontecimientos aparentemente imprevistos fueron cuidadosamente preparados por personas que viven en las sombras, organizando la historia como un verdadero complot.
Siempre el relato será fácil de explicar, encontrando analogías con otras historias, coincidencias extrañas y siempre se hace en forma reduccionista, porque todo se reduce a pocos elementos ocultos y simples, que solo un pequeño grupo de valientes sale a comunicar. Pero obviamente ya anuncian que “no les van a creer”.
En la investigación histórica no pueden negarse los microcomplots, donde acontecimientos como la Revolución Francesa o la Revolución Bolchevique, no fueron espontáneos. Pero aún así, siempre tienen sus límites y los acontecimientos terminan yendo más lejos de cualquier plan orquestado, ya que el juego de libertades humanas tiene grandes márgenes de imprevisibilidad, que incluso ni la inteligencia artificial puede predecir.
Aunque los complots existen, la historia de la humanidad no es la historia de un plan programado donde todos están involucrados como dominadores y el resto como ciegos que no saben que son manipulados.
El complot es atractivo
Lo que es cierto es que es mucho más atractivo pensar que la historia se explica mediante grandes complots que hacer el duro trabajo de comprender la complejidad de los hechos que no responden a una sola causa. Los conspiranoicos quieren creer sus teorías y todo lo que vean o escuchen les confirmará su versión conspirativa.
Ejemplos abundan: Todavía hoy hay documentales sobre los Protocolos de los Sabios de Sión, documento que demostraría que hay un movimiento judío sionista cuyo plan es dominar el mundo entero. Pero lo cierto es que este falso documento fue creado en los ambientes antisemitas rusos y fueron ellos mismos quienes lo crearon y difundieron entre 1902 y 1903.
Hay también incontables “documentales” de teorías falsas sobre la Iglesia Católica y la vida de los Papas, como verdaderas novelas de ficción, pero que se consumen como historia.
Otro caso famoso es el de los Illuminati, que en realidad ya no existen hace tiempo, porque pertenecieron al siglo XVIII. Ahora serían los nuevos dominadores que en la oscuridad manejan a la Masonería y los grandes poderes mundiales. Y así podríamos seguir incluso con historias sobre la CIA y los Rosacruces. Incluso hay quienes llegan más lejos y ponen detrás de estas organizaciones a entidades espirituales, seres sobrenaturales o extraterrestres.
¿Será que, bombardeados por tanta información superflua, ya no queda tiempo para pensar con cierto nivel de reflexión y análisis crítico?