Ser amado es un derecho fundamental que proviene del valor único de cada persona La dignidad es algo tan importante… A menudo no me siento digno del amor de Dios. La dignidad me habla de derechos fundamentales. ¡Cuántas personas hoy viven sin dignidad porque se la han quitado! Comenta el papa Francisco:
“Mientras una parte de la humanidad vive en opulencia, otra parte ve su propia dignidad desconocida, despreciada o pisoteada y sus derechos fundamentales ignorados o violados”.
Pierdo mi dignidad cuando pisotean mis derechos. Me quitan lo que me corresponde como ser humano. Dejan de amarme respetando mi dignidad más sagrada. Una mujer decía: “Necesito que me recuerden que soy digna de ser amada”.
¿Qué es lo que hace digna a una persona?
Entonces hay una dignidad profunda que tengo. La dignidad de los hijos de Dios. Soy digno de ser amado y nadie puede hacerme pensar lo contrario.
Nadie puede pasar por encima de ese derecho fundamental. Tengo una dignidad y me siento digno de ser amado. Porque tengo un valor único, íntimo. Un valor sagrado con el que Dios me ha creado. Escribe el padre José Kentenich:
“Nuestro corazón ha sido creado para el amor; en él encuentra su dicha y felicidad, en él se abre lo más íntimo de sí a fin de entregarse totalmente para vivir en él y florecer; y nada ansía tanto el corazón como encontrar un objeto digno de su amor con el que pueda unirse totalmente, en el que pueda derramarse por completo. Por eso nos consideramos dichosos cuando podemos amar a una criatura que nos cautiva por su belleza o con la que estamos unidos por lazos de parentesco o de amistad”.
El amor me hace sentirme digno. El saberme amado me devuelve la nobleza que puedo haber perdido. Valgo porque Dios me ama. Ese amor nadie me lo puede quitar nunca.
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Ese amor de Dios que en ocasiones no siento, no veo. No lo merezco, no lo gano haciendo buenas obras o actos meritorios. Pero mi dignidad de hijo me hace valioso a los ojos de Dios. Soy digno.
Pero me siento una persona indigna…
Pero a la vez me identifico con las palabras del profeta Juan Bautista. Su bautismo es con agua. El de Jesús será con fuego. Juan señala a Jesús:
“En medio de vosotros está uno a quien no conocéis, que viene detrás de mí, a quien yo no soy digno de desatarle la correa de su sandalia”.
No es digno de desatarle las sandalias, tarea de los sirvientes. No es digno de ponerse a servir a Jesús.
Yo tampoco me siento digno ni siquiera de desatar las sandalias de Jesús, de limpiar sus pies, de servirle la mesa. Porque Él lo es todo para mí y yo soy pequeño.
Es una paradoja. Por un lado mi dignidad de hijo que es sagrada. Por otro lado mi indignidad por ser tan débil y pecador. Me siento identificado con las palabras de María en el Magníficat:
“Engrandece mi alma al Señor y mi espíritu se alegra en Dios mi salvador porque ha puesto los ojos en la humildad de su esclava”.
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La clave: la misericordia
Dios se ha fijado en mi pequeñez y me ha elevado por encima de mi propio valor. Su amor inmenso hace que valga más mi vida. Soy tan valioso porque Dios me mira con misericordia y no se fija sólo en mis méritos.
Le conmueven mis manos débiles tratando de tocar su manto con ímpetu. Le impresionan mis deseos de subir a las cimas de las montañas sin tener fuerza suficiente para lograrlo. Pero dentro de mí hay una dignidad escondida, la de ser hijo, la de ser niño.
Justamente Dios viene a hacerse carne de mi carne y devuelve la dignidad a mi carne empecatada. Esa visión me impresiona. Mi carne llena de su luz, de su amor, de su esperanza, transfigurada por Él.
Dios restaura
Por eso me gusta especialmente este tiempo de Adviento. Este tiempo de espera, de anhelo, en el que me preparo para que Dios acampe en mi alma y me devuelva la dignidad que los hombres han mancillado.
Cuando no me han mirado con respeto, cuando me han exigido lo que no quería darles, cuando han mancillado mi nombre con infamias, cuando han traicionado mi confianza ingenua hacia ellos, me siento herido en mi dignidad.
¡Cuántas personas son tratadas de forma indigna! ¡En cuántas relaciones de amor no se respeta la dignidad de la persona amada!
La dignidad es un don de Dios. Ante Él nunca seré digno de ser amado. Pero Él se abaja sobre mí, me levanta entre sus brazos y me regala la gracia para saber cuánto valgo. Esto es Navidad. Y de ahí brota mi alegría.
[1] Papa Francisco, Encíclica Todos hermanos
[2] Amelia Noguera, Escrita en tu nombre
[3] King, Herbert. King Nº 2 El Poder del Amor