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¿En qué consistirá la vida eterna y qué haremos todo el tiempo en el cielo?

Paradis

Représentation du Paradis, aquarelle.

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Ary Waldir Ramos Díaz - publicado el 11/12/20
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La reflexión sobre la eternidad del cardenal Raniero Cantalamessa. Segunda predicación de Adviento en la presencia del Papa.

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El “anuncio de la vida eterna”, ha sido el tema desarrollado por el cardenal Raniero Cantalamessa O.F.M. Cap en la segunda predicación de Adviento. Tuvo lugar este viernes, 11 de diciembre, en el Aula Pablo VI del Vaticano, con la debida distancia entre los participantes por la covid-19.

El predicador de la Casa Pontificia inició su reflexión sobre “la precariedad y la transitoriedad de todas las cosas”. También mencionó el contexto actual de la pandemia que pesa sobre lo etéreo. Y propuso el pensamiento de la vida eterna como “el anuncio más consolador que nos ofrece la fe en Cristo”.

El predicador citó al Papa Francisco:

La tormenta desenmascara nuestra vulnerabilidad y deja descubiertas esas seguridades falsas y superficiales con las que hemos construido nuestras agendas, nuestros proyectos, nuestras costumbres y prioridades” (bendición “urbi et orbi” del 27 de marzo).

“Cuando perdemos la medida de todo lo que es la eternidad: las cosas y los sufrimientos terrenales arrojan fácilmente nuestra alma a tierra. Todo nos parece demasiado pesado, excesivo”.

«“Cuando perdemos la medida de todo lo que es la eternidad: las cosas y los sufrimientos terrenales arrojan fácilmente nuestra alma a tierra. Todo nos parece demasiado pesado, excesivo”. »

Vida eterna

¿En qué consistirá la vida eterna y qué haremos todo el tiempo en el cielo?”, cuestionó el cardenal Cantalamessa. Lo hizo en presencia del Papa, además de cardenales, arzobispos, obispos, prelados de la Familia Pontificia, empleados de la Curia Romana y del Vicariato de Roma, entre otros.

“La respuesta, sostuvo, está en las palabras apofáticas del Apóstol” Pablo: «Ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni el hombre puede pensar lo que Dios ha preparado para los que lo aman”. (1 Co 9).

En su meditación, explicó que para el creyente,  “la eternidad no es sólo una promesa y una esperanza, o, como pensaba Karl Marx, un volcar en el cielo las expectativas decepcionadas de la tierra”.

“Una fe renovada en la eternidad no nos sirve sólo para la evangelización, […] Su primer fruto es hacernos libres, no apegarnos a las cosas que pasan: aumentar el propio patrimonio o el propio prestigio”.


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Anhelo de plenitud

“Es también una presencia y una experiencia. En Cristo «la vida eterna que estaba junto al Padre se hizo visible». Nosotros —dice Juan—, la hemos oído y visto con nuestros propios ojos, contemplado y tocado (cf. 1 Jn 1,1-3)”.

Cantalamessa afirmó que esta presencia de la eternidad en el tiempo se llama Espíritu Santo, pues “se le define como «las arras de nuestra herencia» (Ef 1,14; 2 Cor 5,5), y se nos ha dado porque, habiendo recibido las primicias, anhelamos la plenitud”.

Negar la vida eterna y vivir la expectativa de la eternidad también distraen del compromiso con la tierra y el cuidado de las relaciones con los demás y con la creación misma, explicó.

El cardenal recuerda que:

“Antes de que las sociedades modernas asumieran la tarea de promover la salud y la cultura, de mejorar el cultivo de la tierra y las condiciones de vida del pueblo, ¿quién ha llevado a cabo estas tareas más y mejor que ellos —los monjes en primera línea— que vivían de fe en la vida eterna?”.

“El deseo natural de vivir siempre, distorsionado, se convierte en deseo, o frenesí, de vivir bien, es decir, placenteramente, incluso a expensas de los demás” (…)”

Pensar en la eternidad infunde valor para compartir en los momentos difíciles

Cantalamessa cita el Cántico de las Criaturas de San Francisco de Asís, que lejos de alejar a los seres humanos de su acción y compromiso en el mundo, lo confirma. Y dice del santo fundador:

“El pensamiento de la vida eterna no le había inspirado despreciar este mundo y las criaturas, sino un entusiasmo y gratitud aún mayores por ellos y había hecho que el dolor actual fuera más llevadero para él”.

Pensar en la  eternidad – sostuvo – “ciertamente no nos exime de experimentar con todos los demás habitantes de la tierra la dureza de la prueba que estamos experimentando. Sin embargo, al menos debería ayudarnos a los creyentes a no sentirnos abrumados por ella; y a ser capaces de infundir valor y esperanza incluso en aquellos que no tienen el consuelo de la fe”, concluyó el predicador.

Asimismo, invitó a orar:

“Oh, Dios, que unes los corazones de tus fieles en un mismo deseo: Concede a tu pueblo amar lo que prescribes y esperar lo que prometes. Para que, en medio de las vicisitudes del mundo, nuestros ánimos se afirmen allí donde están los gozos verdaderos”.

Aquí la primera predicación de Adviento:


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