Faltan abrazos y caricias, diálogos y silencios en intimidad, compartir las penas y las alegrías, amor en los vínculos que sanan el alma… Y el corazón llora en silencioLa soledad es un mal de mi tiempo. Esa soledad que la pandemia ha acentuado al confinarme en mi casa, solo.
Miro la vida de tantas personas que se encuentran solas y viven atrapadas en redes sociales. Solos sin contacto humano y con muchos vínculos virtuales.
Faltan abrazos y caricias. Diálogos y silencios en intimidad. Falta compartir las penas y las alegrías. Falta amor en los vínculos que sanan el alma. Y el corazón llora en silencio.
El otro día leía una reflexión de Inma Álvarez en Aleteia:
“La percepción subjetiva de soledad: el 38,5% afirma que no se siente querido por nadie, el 21,1% afirma que no tiene un grupo de amigos. El 17,6 % siente que no tiene a nadie a quien llamar. Las relaciones personales también flaquean: El 10,8% dice que no tiene a nadie de confianza con quien hablar, y más de una de cada cuatro personas dice que no habla nunca o casi nunca sobre sus sentimientos o inquietudes con otros”.
Me impresionan los datos. Son cifras frías que hablan de una realidad dura. La soledad forzada, el silencio obligado, el corazón cerrado a la fuerza.
En el fondo incomunicados
Veo a muchas personas que están solas pero no desean estarlo. No tienen a nadie con quien hablar de su vida, nadie con quien compartir sus sentimientos, nadie en quien dejar su dolor, nadie que les ayude a calmar su angustia, nadie que les haga sonreír y les quite algo de su pena.
Hay muchas vidas solitarias y perdidas. ¿Qué puedo hacer? Me conmueve ese dolor que hiere las entrañas. Brota con fuerza ese deseo de encontrar a alguien en medio del camino, del desierto.
El amor nunca se puede exigir, ni un abrazo. Este confinamiento obligado sólo ha aumentado la sensación de aislamiento de muchos. Han surgido más barreras, más distancias, más muros.
Hay más soledad a mi alrededor para ser precavidos y evitar el contagio. La soledad se convierte en un mal frecuente.
Te puede interesar:
Cada vez nos sentimos más solos, y no es (solo) el coronavirus
Intimidad abandonada
¿Me encuentro solo? Dentro de mi camino, de mi familia, entre mucha gente, ¿me siento solo?
Quizás tengo muchos amigos en cifras, mucha gente conocida, muchas personas que me conocen y yo las conozco. Muchos en mis redes sociales, pero nadie con quien hablar de mis cosas más íntimas.
Nadie que permanezca en los momentos más difíciles, en medio de mis dudas y lágrimas. Sé que no ha nacido el hombre para estar solo, para no tener vínculos, para vivir en esa soledad de paredes vacías y puertas cerradas.
Uno puede vivir el infierno en la tierra. Rechazo esa soledad muda que me empobrece y me endurece.
Pero alguien llega
Dice la Biblia que Dios va a salir a buscarme cuando esté solo y perdido:
“Yo mismo en persona buscaré a mis ovejas, siguiendo su rastro. Como sigue el pastor el rastro de su rebaño, cuando las ovejas se le dispersan, así seguiré yo el rastro de mis ovejas y las libraré, sacándolas de todos los lugares por donde se desperdigaron un día de oscuridad y nubarrones. Buscaré las ovejas perdidas, recogeré a las descarriadas; vendaré a las heridas; curaré a las enfermas: a las gordas y fuertes las guardaré y las apacentaré como es debido”.
Dios va a venir a mi soledad, cuando esté perdido, desperdigado, herido. Cuando me encuentre sin rumbo y sin nadie a quien recurrir. Cuando no tenga a nadie con quien compartir la vida y no sepa dónde ir.
Él va a venir a mí para que pueda descansar a su lado, recostado sobre su pecho, dormido sobre sus hombros. Comenta el padre José Kentenich:
“Nunca tendremos un motivo justificado para quejarnos de una soledad insoportable. Dios está presente en nosotros en todo momento como nuestro compañero de amor. Y no sólo del modo en que lo está en las demás criaturas sino de una forma inefablemente más íntima y viva a través de la gracia”.
Dios no quiere que esté solo. Quiere que ame y me sienta amado. Quiere que tenga vínculos sanos que me enseñen cómo es el amor de Dios en mi vida. Por eso viene hasta mí para que note su presencia, para que no pierda la paz.
Nunca encerrarse
No quiere que esté solo, quiere que viva en comunión de amor con otros. Y me enseña a salir de mí. Comenta T. S. Eliot:
“¿Qué es el infierno? El infierno es uno mismo, y es solitario. No hay allí nada de lo que se pudiese huir ni a donde se pudiese huir. Se está siempre solo”.
La soledad en la que me encierro es mi infierno. Contradiciendo a Sartre que decía que el infierno eran los otros creo yo que es justo lo contrario.
Te puede interesar:
El Papa: Cerrarse es una forma de resistirse al Espíritu Santo
Los otros pueden ser mi cielo, mi salvación, mi salida. Pueden ser el abrazo que me saque de mi amargura en soledad, el beso que me levante de la muerte, la mirada que crea en mí cuando yo dudo.
Los otros pueden ser mi camino de esperanza, mi hogar donde echar raíces, mi entorno sagrado en el que poder ser yo mismo.
Entonces la soledad es el infierno del que huyo. No quiero esa soledad que me atrapa en la que me alimento de mi propia indigencia y frustración.
Dios no quiere que me amargue en soledad. Eso es lo contrario al cielo, no me salvo solo, no soy feliz solo.
Jesús viene a mí para que experimente su amor y pueda salir de mí a dárselo a otros. Que no me aísle es lo que desea. Que no tema arriesgar mi vida amando.
No puede ser que haya tanta gente sola. Algo está fallando. El infierno es esa soledad.
[1] King, Herbert, King Nº 2 El Poder del Amor
[2] T.S. Eliot, Die Cocktail Partey