En consulta, he recibido testimonios de quienes han aceptado en sus vidas a medios hermanos, nacidos por la infidelidad del padre. También a quienes tienen una incapacidad psicológica y emocional para establecer tales vínculos. Esta es una de esas difíciles historias.Una de las pruebas más dolorosas para unos hijos es ponerse en contacto con hermanos desconocidos hasta saberse la infidelidad del padre o de la madre. Aquí un caso real:
Después de su muerte, nos buscaron los hijos de mi padre, nacidos de una infidelidad en la que vivió instalado por años. Algo que nos desconcertó, pues guardábamos un profundo resentimiento hacia toda su familia.
Los dos hermanos mayores los rechazamos tajantemente. No les pasó lo mismo a nuestros hermanos menores que descubrieron que, a pesar de ser los hijos “de la otra”, como refería mi madre con profundo desprecio, habían crecido aparentemente sin mayores daños.
Eso nos hizo sentir más el dolor de lo vivido, pues habíamos quedado marcados por el recuerdo de muchas injusticias y carencias, sobre todo por la infelicidad de mi madre. Pensábamos que no era justo reconocer a los hijos de padre, en defensa de mi madre.
Mas sin saberlo, los hijos de mi padre, nuestros medio hermanos nos hicieron un bien al intentar comunicarse con nosotros.
Fue cuando nos decidimos enfrentar las sombras de nuestro pasado, cuando acudimos a ayuda especializada, cuando pudimos contar nuestra historia familiar y tomar distancia. Así logramos una perspectiva que nos permitiera asimilar nuestras heridas y comenzar sanarlas.
Esponjas de dolor
Al hacerlo, nos quedó claro que ciertamente fuimos los mayores los que absorbimos como esponjas las consecuencias de agudas carencias afectivas. Pensamos que lo natural era que la vida fuera muy dura y no aprendimos a disfrutar de sus alegrías esenciales.
También, fuimos capaces de recordar a nuestros padres, cuando eran aun jóvenes y se manifestaban un amor que nos pertenecía. Un amor de unidad por el que los escuchamos hablar de “nuestra casa”, “nuestros hijos”, “nuestra vida”.
Luego, el cáncer de la infidelidad se hizo presente rompiendo su unión, con un daño que inevitablemente abarcó toda nuestra vida en común.
Y finalmente reconocimos que de alguna manera habíamos salido adelante, solo que de cierta forma no acabábamos de valorar nuestro buen presente.
Y hubo lágrimas.
La fuerza de los recuerdos
Comprendimos entonces que debíamos darles más fuerza a los recuerdos positivos y dejar de rechazar el dolor o rebelarnos contra él, lo que solo nos hacía sufrir más. Algo contradictorio aparentemente, más era el camino para enfrentarlo adoptando actitudes compensatorias eficaces cuando este se presentase.
Significaba que el dolor de los recuerdos, dejaría de ser un sufrimiento inútil y nos ayudaría a madurar, al no inmovilizarnos en nuestro deseo de ser felices y mejores personas.
Actitudes para recuperarse
Debíamos lograrlo a partir de cuatro fundamentales actitudes:
- Aceptar que teníamos traumas y complejos de los que nos podíamos liberar en un arduo pero posible proceso de superación.
- Que podíamos llegar a ser auténticamente felices, por el contrario de lo aprendido.
- Hacernos responsables de modificar esquemas de pensamiento negativos, para no alimentarlos, admitiendo que, de no hacerlo, seríamos nosotros los que nos autoinfligiríamos el sufrimiento.
- Mantener la voluntad de recomenzar siempre, pues no sería de la noche a la mañana que mejoraríamos, sino que sería quizá una tarea de toda nuestra vida.
Así, hemos comenzado un proceso de autoconocimiento y aprendizaje, para dialogar benévolamente con nosotros mismos, quitando fuerza al drama de nuestras vidas. Eso nos permitirá ir reconociendo la diferencia entre las personas que somos en el presente, y la que éramos cuando tuvimos las negativas vivencias familiares.
La meta es que nuestro yo adulto, aprenda a prevalecer sobre nuestro yo de anteriores edades.
Ahora tenemos la decidida voluntad de perdonar a nuestros padres, aun cuando el dolor no desaparezca definitivamente de nuestras vidas. Un misterio que pondremos en manos de Dios.
También a no rechazar a nuestros medios hermanos, sino tratarlos con humano respeto. Conscientes de que son inocentes, pero también, de que no existe un verdadero compromiso moral por establecer vínculos íntimos con vidas tan lamentablemente cruzadas.
Lo haremos cuidando el buen ejemplo a nuestros hijos, al no darle carta de naturalidad a la infidelidad en el matrimonio, algo que atenta gravemente contra el amor debido en justicia, con funestas consecuencias.
Si necesitas ayuda consúltanos escribiendo a consultorio@aleteia.org
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