Durante la Segunda Guerra Mundial ayudó a salvas miles de vidas en su Hungría natal. Primera mujer en ingresar en la Dieta húngara, defendió los derechos de las mujeres. Todas sus decisiones vitales se basaron en su fe.Margit Slachta vio pasar delante de ella un mundo que se desmoronaba. El sinsentido de las leyes anti-judías promulgadas tras la invasión de Hungría por parte de los nazis despertó en ella un sentimiento de rabia e indignación. No podía quedarse con los brazos cruzados y, a pesar de que sabía que se jugaba la vida, no miró atrás cuando salió de la seguridad de su hogar para ayudar a los más necesitados. Cuando Alemania invadió Hungría, Margit era ya una mujer de más de cincuenta años que llevaba toda una vida luchando en favor de los más desfavorecidos. Y lo hizo desde la política y la fe.
La religión el centro de su vida
Margit había nacido el 18 de septiembre de 1884 en la localidad húngara de Kassa. Margit empezó a trabajar durante un tiempo en una escuela católica como maestra de idiomas. La religión era para ella el centro de su vida, el motor que impulsaba todas sus decisiones. Una de sus aspiraciones pasaba por poder formar parte del parlamento de su país para poder luchar en favor de las mujeres. Fundadora de la Unión de Mujeres Católicas, que luchaba por el voto femenino, Margit consiguió romper el techo de cristal de la política y en 1920, a sus treinta y seis años, se convirtió en la primera mujer en ocupar un escaño en la Dieta húngara.
Tres años después creó una comunidad religiosa conocida como Las Hermanas de Servicio Social. Además de luchar en el ámbito político, Margit quería trabajar directamente con los más desfavorecidos. Años atrás se había unido a la Sociedad de la Misión Social fundada por Edith Farkas en 1908 donde aprendió los entresijos de la ayuda social. Las Hermanas de Servicio Social seguían los dictados de la espiritualidad benedictina y sentían una especial devoción por el Espíritu Santo.
La política unida con los actos caritativos
Pronto fueron conocidas en Budapest, donde abrieron sus puertas a personas necesitadas, centrándose en los huérfanos, las mujeres embarazadas y desamparadas y los enfermos. También fundaron escuelas para formar a trabajadores sociales que ayudaran en el futuro en la misión de las Hermanas de Servicio Social. Daba también clases de justicia social cristiana. Margit Slachta unió así la política con la acción directa a través de actos caritativos y plasmó sus ideales en escritos espirituales y artículos reivindicativos.
Cuando en 1938 las primeras leyes anti-judías empezaron a amenazar la vida de esta comunidad en Hungría, Margit no les dio la espalda y denunció en su periódico La voz del espíritu lo injusto de tales medidas. El gobierno intentó silenciar a aquella mujer que hablaba claro sobre los derechos humanos cerrando en 1943 su publicación que ella continuó difundiendo de manera clandestina.
Ni ella ni sus hermanas se amedrentaron ante la creciente amenaza que se vertía cada día con más virulencia sobre los judíos húngaros y que culminarían con la ocupación del país por parte de los nazis y las primeras deportaciones masivas. Sus convicciones religiosas, basadas en la justicia social, no le permitían mirar hacia otro lado. Ni tan siquiera cuando sabía que su vida correría peligro.
Sin descanso, las Hermanas de Servicio Social, se trasladaron a los guetos judíos para facilitarles ropa y alimento y se jugaron la vida escondiéndolos en sus conventos. Sus actividades clandestinas pronto fueron puestas al descubierto y Margit fue detenida y torturada. Pudo salvar la vida, pero lloró de rabia por la muerte de su compañera Sára Salkaházi. Nada ni nadie, sin embargo, iban a permitir que ella y sus hermanas abandonaran su labor que salvó a más de mil judíos en Hungría.
Debió emigrar a EEUU
Cuando terminó la guerra, Margit Slachta regresó al Parlamento húngaro. En 1947 se presentó con el partido independiente conocido como Liga de Mujeres Cristianas que consiguió cuatro escaños en la Dieta. Margit había sobrevivido al horror del nazismo pero la llegada de un nuevo régimen no mejoró las cosas. El comunismo no le permitió continuar con su labor política y asistencial en su propio país. En 1949 tuvo que emigrar a los Estados Unidos con la esperanza nunca cumplida de regresar algún día a su hogar.
Margit nunca desfalleció. Con una fe inquebrantable en las leyes de Dios, creía firmemente en que debía ayudar a los demás basando su vida en los valores cristianos de caridad, solidaridad y justicia social. En 1985, once años después de su muerte, la organización judía Yad Vashem nombró a Margit Slachta Justa entre las Naciones.