Descubre esta joya arquitectónica en una isla italianaEn el Monte Epomeo, en la isla de Ischia, Italia, se encuentra una maravillosa iglesia rupestre excavada en la roca, dedicada a san Nicolás de Bari. Esta capilla que fue construida en el siglo XV, tuvo un pasado esplendoroso, gracias a los adornos en mármol y mayólica. Hoy, lamentablemente, se ve bastante arruinada debido a los agentes atmosféricos y el abandono.
Ya son prácticamente irreconocibles las celdas donde los frailes se retiraban en contemplación con las más alta ambición ascética de buscar la limpieza de corazón para llegar a grandes “alturas” con el espíritu.
Sin embargo no deja de ser un lugar a donde acudir para encontrar la paz, una paz que no sólo trasmite la ermita, sino la espectacular vista que ofrece estar en la cima de una montaña a 789 metros de altura y con la fachada orientada al mar.
Un siglo después, las clarisas se asentaron en el lugar, construyendo un convento gracias a la ayuda de una noble señora llamada Beatrice Quadra. Lamentablemente las clarisas no duraron mucho en el lugar debido a la rigidez del clima y se trasladaron al Castillo Aragonés, gracias nuevamente a la intervención de doña Beatrice, que después de tantas perdidas, (esposo, hijos) ella también se unió al claustro junto a las monjas, dedicándose a las artes y la poesía.
Hoy el lugar es una de las más grandes atracciones turísticas de la isla. Los primeros de enero muchos asisten al lugar para participar de una bonita tradición, ver “nacer al Niño Jesús”.
Se puede llegar a la iglesia solo a pie, después de una hora de caminata, pero es de asegurar que realmente vale la pena como se puede apreciar en el siguiente video:
Un detalle curioso en cuanto al convento dentro el Castillo Aragonés: en ella también existe un pequeño cementerio subterráneo de las clarisas. La forma de tratar los cadáveres nos parecería hoy tétrica: Cuando moría una de las monjas, se la colocaba sentada, con el tronco erguido en un asiento de piedra. Estos asientos tenían unas cavidades, por los cuales se recogían los líquidos que emanaba el cadáver hasta momificarse. Luego, cuando se convertían en esqueletos, eran trasladados en un osario.
Las religiosas todos los días iban allí a rezar y meditar sobre la muerte, una usanza que quizás muchos podrían llamarla “macabra”, pero era algo normal en muchos religiosos de la época, meditar sobre la efímera duración de nuestra vida terrena, y apreciar el valor de la vida eterna.
Fuente: ischia.campania.it, prontoischia.it