Maestra generosa, aguerrida misionera, mística y profeta, una apasionada escritora y una valiente fundadora reconocida como santa
“Dos sedientos Jesús mío, Tú de almas y yo de saciar tu sed, ¿qué nos detiene pues?” (Santa Laura Montoya).
La labor misionera en favor de los indígenas que emprendió la Madre Laura durante muchos años es digna de una gran mujer, de una poco común para la época en la que le tocó vivir.
Nacida en un pequeño pueblo de Antioquia (Colombia) el 26 de mayo de 1874, nadie nunca pensó que Laura, una maestra -como muchas en su época- llegaría a ser una pionera, una luchadora, un gran ejemplo para las mujeres de su tiempo y de la actualidad.
Ella creyó en la dignidad de un pueblo que aún hoy es olvidado: el pueblo indígena.
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A Laura le dolía muchísimo la situación en la que vivían, porque el indígena no era tenido como persona sino como un salvaje, como un ser que no era humano.
Es por eso que a los 39 años, decide trasladarse a Dabeiba, un pueblo alejado en Antioquia, para trabajar con los indígenas Emberá Katíos.
En compañía de 6 catequistas, y en una mula, se adentró en las montañas antioqueñas con el fin de llegar a su destino. Ella lo escribiría muy bien en su autobiografía:
“El 8 de septiembre de 1910, día de la natividad de María, escribí carta para el presidente de la República, pidiéndole apoyo para emprender la obra de los indígenas y el 24, día de las Mercedes, recibí contestación favorable. (…) Los caballeros y señoras de Frontino nos visitaron y todos se reían del proyecto, cual si se tratara de aventuras de Julio Verne.
Salimos de Uramita tan contentas como si fuéramos a Roma. Dabeiba había sido nuestro delirio; bien sabían ellas que era como la encarnación de mi sueño… Ana Saldarriaga vio dos enormes culebras y no avisó porque iba a caballo y si hablaba la tumbaba la mula. Eso no tiene nada de difícil porque sí eran abundantísimas las serpientes en aquel sitio.
Ese mismo día dejamos a un lado nuestros títulos de señoritas. Hicimos el convenio de llamarnos hermanas, para asegurar mejor el respeto. Inmediatamente después que propuse a las compañeras esto del nombre, me contestaron que me llamarían Madre.
Mi autoridad no fue blanda, fue tan enérgica como lo necesitaba el compromiso que con Dios y con los hombres teníamos, aparte del supremo dolor de las almas. Comprendí muy claro que, de las energías y abnegación de las primeras, dependía el éxito de la empresa y el probarle al mundo que la obra era posible, en manos de mujeres”
(Historia de las Misericordias de Dios en un Alma).
Nadie podía entender que una mujer se dedicara a ese tipo de labores. Muchos consideraban que las ideas de Laura eran liberales y trataron de impedir su empresa misionera.
Sin embargo, el 14 de mayo de 1914, no sin oposición y con muchas privaciones, Laura fundó la Congregación de las Misioneras de María Inmaculada y Santa Catalina de Siena, integrada por ese primer grupo de amigas que la acompañaron a Dabeiba.
A partir de entonces se dedicó a establecer con las hermanas centros cercanos a las comunidades indígenas, cuya casa principal estaba en Dabeiba.
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La Madre Laura escribió más de 30 libros en los cuales narró sus experiencias místicas, y luego de toda una vida entregada los demás, falleció en Medellín el 21 de octubre de 1949.
Esta gran mujer fue una maestra generosa, una aguerrida misionera, una mística y profeta, una apasionada escritora y una valiente fundadora.
Ella representa y recibe el legado de grandes mujeres que han formado el tejido social latinoamericano. Por algo la primera santa colombiana es una mujer.