¿Dejas de hacer algo porque cuesta o no nos apetece? Aquí tienes argumentos para combatir esas ganas de procrastinar (que a todos nos asaltan)
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¿Cuántas veces pensamos “lo haré más tarde” o “ahora no me apetece”? La pereza es como las raíces de una higuera: se extienden a lo largo y a lo ancho, abarcan todo el terreno posible, y cuando uno se da cuenta han adquirido tanta fuerza que son capaces de levantar el asfalto del suelo o derribar paredes cercanas que creíamos indestructibles.
Consentirnos detalles de pereza es comenzar a perder la batalla porque, como todas las virtudes, se empieza por abandonarse en cosas pequeñas pero uno comienza a deslizarse por una pendiente: cada vez las cosas nos parecen más costosas, apetece menos trabajar, decimos que no a afrontar cuestiones difíciles…
¿Salimos perdiendo si cedemos a la pereza? Desgraciadamente sí.
Cada vez que decidimos no levantarnos a la hora prevista y ronroneamos en la cama, cada vez que dejamos para otro día la tarea de hoy, cada vez que hacemos a medio gas el trabajo y solo cumplimos para cubrir el expediente… Nos estamos haciendo daño.
¿Por qué es perjudicial ceder a la pereza?
Porque las personas nos forjamos con los hábitos, día a día.
De forma que si yo renuncio a cumplir hoy con mi deber y mañana hago lo mismo, creo en mí el hábito de incumplir esa tarea. Cuesta luego arrancar los malos hábitos y hay que redoblar esfuerzos. Es como si me hubiera roto una pierna y deberé hacer rehabilitación, me costará más hacer el simple movimiento de andar.
La pereza va ligada a la soberbia, la vanidad, la avaricia, la lujuria…
Si doy rienda suelta a la pereza, estoy bajando mi nivel de preparación contra el resto de defectos. Descuidar la pereza es dejar que entre el aire frío por una rendija: será más difícil calentar una habitación entonces.
Si eres perezoso, es posible que te pierdas cosas interesantes -y cosas importantes- en tu vida.
Por ejemplo, para un perezoso es difícil preparar un examen, unas oposiciones… y todo lo que exige un trabajo constante durante un cierto tiempo. También es posible que si no nos levantamos a la hora prevista, un día perdamos un tren o nos cierren la puerta por no llegar a la hora a un lugar.
Es fácil encontrar excusas.
El perezoso tiende a las explicaciones que justifican su acción: “es que no me avisaron”, “pensé que podría…”. Se trata de un proceso mental (en el que interviene la voluntad, ojo) por el que hacemos laxa nuestra conciencia: el primer día que no va a clase el perezoso está pensando en ello a menudo y sabe que está mal hecho, al cuarto día ya ni se preocupa.
Si uno es perezoso y deja los asuntos para más tarde, luego dispone de menos tiempo para hacer lo que debe.
Eso obliga a trabajar con prisas y a hacer las cosas con menos atención de la que necesitan.
Si hay pereza, uno vive con el capricho de hacer primero lo que más le gusta o le apetece.
Eso hace que desdibujemos nuestras prioridades y al final queda por hacer lo más importante (porque era más arduo). Recuerdo que cuando era estudiante, en época de exámenes me vino mil veces la tentación de dejar de estudiar y ponerme a ordenar el cajón de la mesa donde estudiaba. ¿Te ha ocurrido algo similar a ti? Me sigue pasando de mil modos ahora: son distracciones a las que uno debe poner freno para concentrarse en lo prioritario.
La procrastinación hace que se acumulen tareas.
Así, si uno procrastina en los trabajos de la casa, se encuentra en muy poco tiempo con una montaña de ropa por lavar o doblar, con veinte mugs en el fregadero o con un dedo de polvo sobre las estanterías. Y no hablo de pisos de estudiantes.
La pereza no solo perjudica a los demás sino también a uno mismo.
Destruye las virtudes y por lo tanto perjudica el carácter: ser perezoso hace que una persona se vuelva irresponsable, blanda, abandonada, inconstante, mentirosa y poco confiable.
La pereza tiene muchas máscaras.
Por ejemplo, la de los sentimientos. “Ahora no me siento preparada emocionalmente para hacer este trabajo”, “mejor dejamos para mañana esta conversación”… Otra máscara: la de la falsa preocupación por los demás, que nos llevaría a hacer primero lo que tiene una dimensión social (del club deportivo, de una asociación, etc.) mientras abandonamos deberes personales, religiosos o familiares.
Una cita para la reflexión
Hay un texto bíblico que resume los males que despliega la pereza. Está en el Libro de los Proverbios y dice:
“Yo pasé junto al campo de un holgazán y junto a la viña de un falto de entendimiento, y vi que las ortigas habían crecido por todas partes, los cardos cubrían la superficie y su cerco de piedras estaba demolido.
Al ver esto, me puse a reflexionar, miré y aprendí la lección: “Dormir un poco, dormitar otro poco, y descansar otro poco de brazos cruzados: así te llegará la pobreza como un salteador y la miseria como un hombre armado.” (Pr 24, 30-34).
No hay que entender esa ‘pobreza’ solo en el sentido material sino como pobreza del ser humano en todo su conjunto. De ahí que luchar contra la pereza sea un espléndido combate que hay que tomar en serio.
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