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El aislamiento social crónico es un factor de mortalidad

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Cecilia Zinicola - publicado el 31/08/20
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La pandemia ha trastocado el modo de relacionarnos con los demás y a medida que los meses pasan, profesionales de la ciencia y la salud se manifiestan sobre la importancia de trabajar, tanto desde los organismos gubernamentales como cada ciudadano en casa, para mantener vivos los vínculos humanos.

Según han sugerido varios estudios, está comprobado que el principal factor de bienestar y felicidad está dado por las relaciones que las personas tienen, dejando en un plano inferior otros factores como la riqueza, la fama o el poder que también están involucrados en un contexto de grandes cambios como el que estamos atravesando.

El Dr. Manes, neurocientífico argentino con un Master en Sciences por la Universidad de Cambridge, ha hablado en varios medios alertando sobre los efectos más recientes que la pandemia está provocando en la salud mental.

Según el reconocido neurólogo, el virus está tomando lo mejor de nuestra especie que es nuestra capacidad social y la necesidad que tenemos de vincularnos, para usarlo en nuestra contra generando más soledad y con ella, graves problemas para la salud.

El aislamiento social es un peligro real y es importante recordar que las recomendaciones de la OMS hablan de un distanciamiento físico, pero no social. Poner en práctica el aislamiento físico es importante para evitar la propagación de la COVID-19, pero permanecer socialmente unidos es fundamental para no dejar que el virus nos quite lo mejor que tenemos.

Durante los últimos años hubo una fuerte tendencia a que las sociedades se vuelvan más individualistas y las conexiones sociales más pobres. Se han registrado en términos generales menos reuniones familiares, menos bodas, menos hijos y menos amigos con quienes compartir lo cotidiano de la vida. Esta negación de la naturaleza social, ha llevado a pagar un precio alto.

Antes de declararse la pandemia de la COVID- 19, ya había datos que sugerían que existía una “pandemia de la soledad” en países industrializados tales como los Estados Unidos en donde a pesar de los altos ingresos y el gozo de cierta estabilidad económica, el 40% de la población decía sentirse sola en forma crónica en algún momento de su vida.

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De modo similar el Reino Unido fue otro de los países que ha tenido que enfrentar este dilema creando el llamado “Ministerio de la Soledad” en el año 2018 sabiendo que la soledad era algo muy frecuente y que estaba produciendo serios problemas de salud con un gran costo para la sociedad. De hecho, el aislamiento social crónico es considerado hoy más dañino que la polución ambiental, el tabaquismo, el alcoholismo o la obesidad.


¿Por qué se puede morir por soledad?

La soledad mata porque, según lo explica la ciencia, esta debe entenderse como una necesidad física. Cuando tenemos hambre hay cambios cerebrales que nos llevan a autopreservarnos, es decir, a buscar alimento. Lo mismo ocurre cuando estamos solos. El cerebro entra en un estado de autopreservación y se encienden las alarmas en nuestro cuerpo recordándonos que necesitamos del contacto humano.

Uno de los hallazgos clave surgidos de la neurociencia en los últimos años subraya la naturaleza inherentemente social del cerebro. El cerebro en su complejidad es sobre todo un órgano social. De hecho, se cree que la capacidad de vivir en grupos complejos que adquirió nuestra especie ha sido clave para tener el cerebro que hoy disfrutamos.

Las conexiones sociales son una necesidad básica e igual de importantes para nuestra supervivencia, tales como comer y dormir. Es fundamental para el ser humano relacionarse y sentirse parte, ser aceptado en la escuela, en una relación romántica o compartir buenas noticias con la familia. Todo esto motiva a una variedad de pensamientos, sentimientos y acciones.

El vínculo humano es irremplazable y por eso crear y mantener vínculos profundos es una de las cosas que nos dan más bienestar. No se trata solo de contar con alguien para hablarle sobre nuestros proyectos o anhelos o pedirle ayuda, sino de pasar tiempo cara a cara y a diario; algo que con la pandemia hemos ido perdiendo.

Durante el período de tiempo que ha aumentado el aislamiento social, los niveles de felicidad han disminuido y las tasas de depresión se han multiplicado, tal como muestra una investigación reciente realizada por la Fundación INECO en Argentina donde 6 de cada 10 argentinos han manifestado síntomas de depresión.

La necesidad de estar conectados es evidente, pero no solamente lo es para aquellos que están en situaciones más vulnerables a la soledad como las personas mayores, sino también los jóvenes, ya que siguiendo los resultados de la misma investigación, se ha comprobado que están siendo la población más afectada y necesitada de vínculos: 8 de cada 10 jóvenes en Argentina tienen síntomas de depresión y más de 6 de cada 10, síntomas de ansiedad.

Se habla de estar viviendo una “nueva normalidad” no como algo totalmente diferente, sino como un escenario en el que estas tendencias ya presentes se están acelerando y se hace urgente encontrar un balance adecuado para salir adelante conservando aquello que es esencial para la salud humana.

La ciencia nos está diciendo que tenemos que enfrentar la crisis con un sentido colectivo, como seres sociales y humanos protegiendo nuestros vínculos; recurriendo al aislamiento físico pero utilizando todos nuestros recursos para estar juntos:

  • Llamar a diario a familiares y amigos
  • Quedar para charlar a través de una videollamada
  • Dejar mensajes
  • Contactar con gente que hace años que no vemos o con personas que sabemos que viven solas. 


La pandemia nos desafía en un aspecto muy humano y tiene que ayudar a sacar lo mejor de nuestra especie: la cooperación, el altruismo y la inteligencia colectiva contrarrestando el individualismo, la competencia y el interés personal. La fórmula del “sálvese quien pueda” no sirve porque nadie puede salvarse solo en una situación que nos afecta a todos.

Al contrario, son tiempos para hacer florecer la empatía, la resiliencia y el cuidado por los demás: poner en práctica nuestra habilidad de imaginar qué piensa o siente el otro, enfrentar adversidades saliendo más fortalecidos y buscar el cuidado antes que el miedo para no paralizarnos sino actuar con responsabilidad teniendo en cuenta el bien común.

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