Los sufrimientos del presente forman parte de la alegría que ya viví y de la alegría que tendré para siempre en el cielo
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Hoy Jesús me señala la meta de mi camino hablando de su propio camino. Él va a morir en la cruz como lo haré yo, porque no puedo dejar la cruz a un lado.
La meta tiene que ver con el paraíso, con el cielo. Sé que voy a vivir para siempre:
“En aquel tiempo, empezó Jesús a explicar a sus discípulos que tenía que ir a Jerusalén y padecer allí mucho por parte de los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, y que tenía que ser ejecutado y resucitar al tercer día”.
Jesús hoy se lo explica así a sus discípulos, pero ellos no entienden, es demasiado pronto, piensan como los hombres:
“Pedro se lo llevó aparte y se puso a increparlo: – ¡No lo permita Dios, Señor! Eso no puede pasarte”.
Yo pienso como Pedro. No quiero que lo malo suceda en mi vida. No quiero perder lo bueno que estoy viviendo. Amo el éxito, la fama, la vida, la alegría, la paz, el amor, la sonrisa, el abrazo.
No quiero que se acabe lo que me da alegría. Huyo del dolor, de la muerte, de la pérdida, del fracaso, del final de lo bueno, de la tristeza, del odio.
Las alegrías de esta vida le dan sentido a mi camino. Añoro siempre la alegría del domingo, del día de fiesta, de las vacaciones. La alegría de esos momentos de cielo en la tierra sostiene mis pasos.
Tengo claro la verdad de las palabras de C. S. Lewis en Tierras de penumbra: “El dolor de entonces es parte de la felicidad de ahora. El dolor de ahora es parte de la felicidad de entonces”.
Presente y futuro van siempre de la mano. Lo que vivo ahora pertenece a lo que viva para siempre. El pasado, el presente y el futuro están unidos.
Por eso quiero vivir la felicidad del momento como un regalo inmenso sin pensar en el futuro incierto. Sé que forma parte del dolor que vendrá, pero vivo la alegría en presente.
Al mismo tiempo el dolor que sufro ahora es parte de un futuro lleno de paz y alegría y también está unido a las alegrías que ya he vivido y llenan de luz el pozo de mi alma.
Sin miedo
Todo está unido en mi interior y en el corazón de Dios. No quiero vivir con miedo a perder la alegría del momento que tengo ahora ante mis ojos.
Pedro no quería perder lo que tenía ante sus ojos. Lo había dejado todo por seguir a Jesús y no quería que ese sueño se acabara.
La felicidad de tener Jesús a su lado cambiando el mundo era lo que le llenaba de paz y esperanza. Pensar en perder a Jesús le llenaba de oscuridad el alma.
Tenía claro que quería que ese momento de Tabor en su vida fuera eterno. No quería perder su alegría. Pensaba como los hombres, es la realidad. Me pasa a mí tantas veces cuando no quiero que se acabe nunca lo que ahora disfruto.
Santa Teresita del Niño Jesús decía que la morriña de los domingos es añoranza del cielo y tenía razón. Quiero retener la gloria del presente, la felicidad pasajera que se me esfuma entre los dedos.
Quiero sostener entre mis manos lo que más feliz me hace. Cada día alegre que vivo va llenando de agua el pozo de mi alma.
No vivo con miedo a que pase. Porque toda esa alegría forma parte del dolor que un día traerá a mi alma el perder lo que ahora amo. Y entonces ese dolor estará mitigado, suavizado, por la alegría ya vivida y guardada como un tesoro.
Al mismo tiempo sé que ese dolor será sólo parte de la alegría eterna que un día viviré en el cielo. Miro hacia mi pasado, me anclo en mi presente y sueño con un cielo cargado de estrellas.
Mientras tanto sentiré que la nostalgia del cielo se hace más fuerte con la ausencia, con la pérdida y la carencia. Pero no quiero mirar a Jesús como lo mira Pedro, lleno de reproches.
Quiero que Jesús me mire conmovido, no como hoy mira a Pedro:
“Jesús se volvió y dijo a Pedro: – Quítate de mi vista, Satanás, que me haces tropezar; tú piensas corno los hombres, no como Dios”.
Quiero confiar en Dios en mi vida. Él me sostiene en la pérdida y me levanta en las caídas. Él me llena de paz y esperanza y me regala momentos de cielo.
Sé que los dolores del presente forman parte de la alegría que ya viví y de la alegría que tendré para siempre en el cielo.
Por eso no me turba pensar en la cruz, en la muerte, en el horror que no deseo, del que huyo. La meta final es la vida, la alegría, la esperanza. Esa mirada llena de esperanza es la de Dios en mí.