La encrucijada de Bielorrusia distorsiona el equilibrio entre las potencias mundiales
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El presidente de Bielorrusia, Aleksandr Grigórievich Lukashenko, es el único dictador de Europa y lleva 26 años en el poder. Este mes se celebraron unas elecciones que ningún país democrático las ha aceptado como válidas, a causa de muchas irregularidades. Lukashenko ganó con el 80 por 100 de los votos emitidos y la oposición solo tuvo un 10 por ciento.
Tras las elecciones, centenares de miles de bielorrusos se han echado a la calle, en todas las ciudades, para protestar por el fraude electoral, por la corrupción, y han solicitado el fin de la dictadura, la instauración de una auténtica democracia y la liberación de los presos políticos. En definitiva, un cambio de régimen.
Los bielorrusos de la oposición, de una oposición por el momento pacífica, no cuestionan el posicionamiento internacional del régimen actual, sino la falta de libertad y el fin de un régimen corrupto. Piden hablar con Lukashenko y al respecto se ha creado un consejo de transición, que dialogue con el gobierno y llegar a unas nuevas elecciones, con garantías internacionales, que no las hubo en las del 9 de agosto. Hasta ahora se han registrado 7.000 detenidos y el ministerio de Defensa ha dicho que no dudará en sacar al ejército si no se respetan los símbolos y valores nacionales.
Lukashenko responde que las elecciones son válidas y que no irá a una nueva convocatoria electoral. Se exhibe con un fusil y un chaleco antibalas, amenazadoramente. Ha dicho que sofocará con mano dura (despidos, cárcel, etc.) a quienes vayan a las huelgas, pero la gente sigue las protestas en la calle, desoyendo sus amenazas. La tensión es alta: con banderas bielorrusas de la I Guerra Mundial (blanco con una franja roja) que se enfrentan a la bandera oficial de molde soviético-comunista, aunque sin la hoz y el martillo. Los partidarios del régimen actual dicen que la bandera de la oposición es la del régimen colaboracionista con los nazis, pero estos responden que la bandera es anterior a los nazis.
Mientras tanto, la candidata de la oposición a Lukashenko unificada en las elecciones a la presidencia de Bielorrusia, Svetlana Tijanóvskaya, se ha refugiado en Lituania. Manifestaciones a favor de la oposición se han registrado también en este país.
La Premio Nobel de Literatura (2015), la bielorrusa Svetlana Alexiévich, de 72 años, la han llamado a declarar porque está a favor de la oposición a Lukashenko. Ella se lo esperaba: “en cualquier momento llaman a la puerta y me detienen” asegura en una entrevista a El País.Y añadió: “En Bielorrusia estamos indefensos. Lo que sucede es horrible” y ha hecho un llamamiento a la comunidad internacional para apoyar a la oposición a Lukashenko.
Bielorrusia no ha tenido una identidad nacional hasta el fin de la primera Guerra Mundial, pues su territorio estaba bajo el dominio de Lituania y de Polonia. Después de la segunda Guerra Mundial (1945) Bielorrusia fue anexionada a la Unión Soviética, hasta la disolución de ésta en 1990. Su población actual es de cerca 10 millones de habitantes. El 60 por ciento dicen que son religiosos y de estos el 82 por ciento son ortodoxos, los católicos son el 7,5 por ciento y el resto pertenece a otras religiones. El Vaticano, de momento, nada ha dicho sobre el conflicto bielorruso, aunque se sabe que es partidario del entendimiento y de la paz.
¿Estamos ante otra Ucrania? No, ha dicho el “ministro de Asuntos Exteriores” de la Unión Europea, Josep Borrell (en Europa a este cargo se le llama “Alto Representante de la Unión Europea para Asuntos Exteriores”). Bielorrusia no es Ucrania, ha manifestado Borrell al diario El País. Ucrania quería ser europea y enarbolaba banderas europeas, pero Bielorrusia no enarbola ninguna bandera más que la suya histórica. No quieren ir a Europa. Es más, en una manifestación pública, en la capital Minsk, los manifestantes quitaron dos banderas europeas inmediatamente. Tampoco quieren ser marionetas de los rusos, ¿Qué quieren entonces?
Josep Borrell responde: “no hay banderas (europeas en las manifestaciones), pero sí cierto deseo de occidentalización y de democratización. Hemos movilizado 50 millones de euros para los bielorrusos, pero no tenemos varitas mágicas. Europa no quiere otra Ucrania… Lukashenko es como Maduro: nosotros no le reconocemos, pero hemos de tener tratos con ellos”.
En efecto Europa tiene bastantes intereses en Bielorrusia, aparte de una frontera común. Según los analistas políticos de Bielorrusia, parece que el conflicto será largo. La Rusia de Putin apoya a Lukashenko, como antes apoyó al presidente ucraniano, Víktor Yanukóvich, exiliado después en Rusia, pero con menos fervor.
Esto no es Ucrania, no hay una lucha por el alineamiento internacional de Bielorrusia, y Putin no está del todo dispuesto a apoyar a Bielorrusia hasta el final, con sus fuerzas armadas.
En cuanto a los Estados Unidos, las relaciones con Bielorrusia son escasas, ya que rompieron el año 2008 por no respetar Lukashenko los derechos humanos. Según el secretario adjunto para Asuntos Políticos de Estados Unidos, David Hale, la reanudación de relaciones diplomáticas en 2018 no significa que Washington pida a Bielorrusia que elija entre Oriente u Occidente.
Hay otro factor: China. Pekín ya ha dicho que no le gusta la agitación bielorrusa, y tampoco le gusta que este país tenga una dependencia excesiva de Rusia. China ha hecho importantes inversiones dentro de su programa “la ruta de la seda” (Belt and Road Iniciative), y en estos casos lo que más interesa a China es que los países que reciben inversiones sean políticamente estables, informa Asia News.
Los europeos, al igual que los Estados Unidos, ya han dicho, tanto a Vladimir Putin como a Xi Jinping que no intervendrán en el conflicto, más allá de ayudas puntuales a la oposición. A Europa, dijo Josep Borrell, lo único que le interesa es que en Bielorrusia se instale un gobierno democrático.
Dicho esto, la pelota está en el tejado de Rusia. ¿Cuál será la decisión final? Lukashenko, que cumplirá 66 años en agosto, en su largo régimen ha tenido varias vacilaciones, y hasta llegó a acusar a Rusia, antes de las elecciones del 9 de agosto pasado, de haber infiltrado agentes rusos que estaban trabajando y decantando las elecciones en contra suya y a favor de la oposición liderada por Svetlana Tijanóvskaya.