Jorge Luis Borges, una de las plumas literarias más fascinantes del español, una de las preguntas más persistentes subsiste: ¿En qué creía Borges?Conoce el lector de Borges que su sinceridad en la literatura difícilmente pueda ser tenida en cuenta. Desde citas absolutamente apócrifas pero verosímiles, entremezcladas con referencias a clásicos de todos los tiempos, en su obra crea personajes que pueden ser desde un orgulloso y culto nazi que busque autojustificarse a notables autores que reescriben el Quijote, todos falsos pero increíblemente verosímiles. Borges reza los sueños religiosos que evoca o inventa, cree en el perdón cristiano, la cábala judía, el panteísmo. ¿Es quien dice ser en su obra, pero en cuál de sus cuentos?
Interrogado en entrevistas, se ha llamado ateo o agnóstico, pero a la vez ha expresado envidia por aquellos que creían. Negaba a Dios, pero lo respetaba, y lo buscaba en su obra casi de manera permanente, buscando descifrarlo, desandar sus laberintos. El filósofo Santiago Kovadloff se refirió a Borges y a Dios en una edición del Atrio de los Gentiles que tuvo lugar a finales de 2014 en palabras luego recopiladas por la revista Criterio. Borges, decía Kovadloff, no accede al enigma de Dios desde la fe religiosa sino desde la imaginación poética. Y para Borges, como define el padre Osvaldo Pou, es más poética la duda que la afirmación de la fe.
Está claro que admiraba a los hombres de fe como Chesterton, incluso admiraba más esa fe encarnada que la Fe de los hombres, y en particular la de los argentinos. Borges escribe en Discusión: ‘los católicos (léase los católicos argentinos) creen en un mundo ultraterreno, pero he notado que no se interesan en él. Conmigo ocurre lo contrario; me interesa y no creo’.
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Borges, en literatura y entrevistas, que acaso son lo mismo, ha expresado que le cuesta llamar a Dios con el nombre de Dios, porque supondría por ejemplo individualizar una Trinidad que la doctrina enseña y en la que él, reconoce, no termina de creer. Su padre agnóstico, recordó alguna vez, le decía sin embargo que “el mundo es tan extraño que hasta la idea de la Trinidad es algo posible”.
Aún sin creer, Borges hace caso a su madre católica, que cuentan antes de morir le pidió que recé un Avemaría cada noche. Cosa que él hizo. Y solicitó el sacramento de la unción de los enfermos poco antes de morir.
¿Creía o no creía Borges en Dios? La duda persiste en la respuesta, aunque quizá no en la búsqueda. Para Borges, comprender la existencia de Dios fue una fascinante búsqueda de toda su vida.
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En el Argumentum Ornithologicum Borges comparte otra de sus enigmáticas piezas de búsqueda de Dios y emulando el argumento ontológico de San Anselmo escribe:
Cierro los ojos y veo una bandada de pájaros. La visión dura un segundo o acaso menos. No sé cuántos pájaros vi. ¿Era definido o indefinido su número?
El problema involucra el de la existencia de Dios. Si Dios existe, el número es definido, porque Dios sabe cuántos pájaros vi. Si Dios no existe, el número es indefinido, porque nadie pudo llevar la cuenta.
En tal caso, vi menos de diez pájaros (digamos) y más de uno, pero no vi nueve, ocho, siete, seis, cinco, cuatro, tres o dos pájaros. Vi un número entre diez y uno que no es nueve, ocho, siete, seis, cinco, etc.. Ese número entero es inconcebible, ergo, Dios existe.
La retórica borgiana puede llevar al lector a dudar si es que acaso con su argumento Borges está parodiando los argumentos lógicos de la existencia de Dios o simplemente está aportando el suyo. Vicente Cantarino, analizando este poema, ya en 1976 concluía tras una extensa revisión del argumento que una u otra visión, la parodia o la honesta argumentación, llevan a la misma conclusión: Dios existe. Cantarino titula ese artículo: Borges: filósofo de Dios.
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