Un tema de discusión complejo -en medio de la incertidumbre por la pandemia- cuya gravedad radica en que son vidas las que están en juego Algunos los llaman genéricamente “curas milagrosas”. Otros, remedios caseros. Aunque la comunidad científica a nivel mundial tiende a rechazarlos desde hace años, hay grupos médicos en distintos países que los recomiendan o, al menos, piden investigarlos.
Entre ellos, ante el coronavirus, la atención se centra hoy en el dióxido de cloro, una sustancia química usada primariamente como blanqueadora y desinfectante, pero propuesta en varios foros y espacios por su supuesto efecto preventivo y terapéutico.
En la Argentina, la discusión se da tras dos fallecimientos que podrían estar asociados a intoxicación por su consumo. Uno de ellos, un niño de cinco años de San Juan, cuyos padres reconocieron haber estado consumiendo la sustancia.
La autopsia no fue concluyente sobre la vinculación del consumo del tóxico con la falla multiorgánica que desencadenó la muerte, aunque se continuará la investigación para entender el origen. Al hombre adulto, de la provincia de Jujuy, no se le realizó autopsia por cuadro compatible aunque no confirmado de COVID-19.
No obstante, la familia reconoció que atravesaba un cuadro gripal, que había adquirido de un conocido dióxido de cloro, y que había consumido en muy poco tiempo una cantidad muy importante de la sustancia.
Además, en los mismos días, la comunicadora Viviana Canosa en su programa de televisión, tras expresar su descreencia ante las restricciones en el país –el área metropolitana de Buenos Aires lleva más de 150 días de cuarentena y restricciones- consumió de una botella de plástico el producto, frente a las cámaras.
La sorpresiva actitud le valió numerosos cuestionamientos por tratarse de algo que no sólo las autoridades gubernamentales, sino las entidades científicas nacionales e internacionales, no recomiendan.
Desde quienes defienden su consumo sostienen, entre otros argumentos, que cualquier sustancia o remedio consumido en exceso puede producir intoxicaciones, y que la industria farmacéutica ve en estas supuestas soluciones una amenaza, ante las que intensifica su presión mediática.
Y es cierto que un consumo abusivo de cualquier fármaco no indicado puede producir fallas en el organismo, y que algunas empresas dentro de la industria biomédica han tenido antecedentes probados de severas faltas a la ética profesional.
No obstante, la contundencia de la recomendación de abstenerse de su consumo, al menos en el contexto argentino, es inédita.
Organismos internacionales como la Organización Panamericana de la Salud o nacionales, en Estados Unidos la Administración de Medicamentos y Alimentos, en la Argentina como la Sociedad Argentina de Pediatría, han advertido que el consumo en altas concentraciones o cantidades como las promocionadas en los distintos productos comercializados de manera clandestina o sugeridos en internet podrían causar graves efectos adversos y que no hay evidencia de su eficacia.
Ninguna agencia sanitaria nacional lo respalda, y aunque la ley que regula su producción del Parlamento de Bolivia parece haber suscitado una esperanza entre quienes confían en sus bondades, el posicionamiento político no es acompañado por las autoridades sanitarias del país.
Según el Ministerio de Salud, el dióxido de cloro como supuesto remedio contra el COVID-19 provocó muertes en el país a causa del consumo y no es un tratamiento eficaz.
La desconfianza general en las instituciones políticas e incluso en algunos casos científicas, la falta de tratamientos posibles en contextos donde las expectativas de supervivencia ante un cuadro severo son bajas, la falta de claridad y a veces de empatía para comunicar, las idas y vueltas sobre la prevención y el comportamiento del virus cuando aún no se conocía demasiado de él.
Hasta aquí algunos de los motivos que quizá expliquen por qué aunque la comunidad científica sea contundente sobre los riesgos de los remedios caseros y los tratamientos no probados muchos aún duden de su consejo.
La gravedad del debate planteado entre las distintas posturas- nadie duda que todos quieren lo mejor para su salud y la de los suyos- radica en que son vidas las que están en riesgo. Y si tomar decisiones fuese algo tan fácil, Aristóteles hubiese dejado una guía práctica tras su discernimiento sobre la deliberación.
En este contexto de pandemia, pareciera no haber elementos sólidos para creer que los organismos científicos de todo el mundo estén queriendo opacar deliberadamente las supuestas bondades de este tipo de remedios caseros. Es cierto que la ciencia, y todos, tenemos muchas oportunidades de aprendizaje tras la pandemia.
Pero hoy, con un sistema de salud al que no le sobra una cama y un recurso, y al que hay que recurrir en caso de necesidad, fiarnos de su consejo parece la mejor opción.
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