Obedecer las normas de aislamiento, aunque cueste, nos beneficia a todos. No es mejor ciudadano ni más listo el que se las salta. El confinamiento nos pone ante un reto personal: ¿soy capaz de obedecer las normas que obligan a estar aislados? ¿Lo soy cuando nadie me ve?
Siempre que el Estado dicta una ley, cada ciudadano se la aplica. Decide si la quiere vivir o no. De no hacerlo, sabe que se expone al castigo.
En el caso del confinamiento a causa de la pandemia del coronavirus, quedarse encerrado en casa (salvo las excepciones previstas) ha sido la norma general en algunos países. Pero ha habido quien creía que podía hacer trampas, del estilo “voy por la calle con una pecera y digo que estoy paseando mi mascota” (ocurrió en España, sí).
¿Somos más listos?
Hay quien cree que escabullirse de la ley es señal de inteligencia: uno es más listo que el vecino porque se salta el confinamiento y monta una barbacoa con los amigos en la terraza de su casa. No ha pensado que un contagio entre amigos puede acabar con 15 personas en cuidados intensivos y a punto de perder la vida.
Cuando ya parece que ha pasado lo peor y comienza el desconfinamiento, el Estado vuelve a marcar pautas. Las libertades siguen restringidas pero se establecen límites más moderados: por ejemplo, en el caso de España, las salidas de los menores de 14 años una hora al día.
¿Qué ocurre si yo decido que en esa salida los niños se encuentran con sus primos y juegan juntos en la calle? ¿Qué ocurre si en esa hora de paseo aprovechamos para acercarnos a casa de los abuelos y que ellos simulen que van a comprar el pan, así podemos darnos un achuchón?
En esas preguntas vemos solo la parte positiva: abuelos y nietos juntos de nuevo, primos que se reencuentran…
Pensar “para qué” existe esa limitación
Formular estas “trampas” es no entender el fondo de la cuestión: ¿para qué estamos confinados?
Una característica esencial de la obediencia en los adultos es que es inteligente. Uno ha de poner la cabeza para pensar:
- Qué es lo que se me manda.
- Por qué se me manda.
Me mandan confinamiento porque:
- Es la manera de evitar el contagio.
- Es el modo de no permitir que se colapse el sistema sanitario por el número de contagiados al mismo tiempo.
¿Seré libre si desobedezco?
Cuando uno pone la inteligencia, y es consciente de por qué debe obedecer, sigue siendo libre de hacerlo o no.
Si no obedece, lo más probable es que haya consecuencias: una multa o, sin multa, el riesgo de contagio de coronavirus al haber entrado en contacto con otras personas.
¿Soy libre si decido desobedecer las normas de confinamiento y desescalada del confinamiento? No, no soy libre.
Al desobedecer, se pone de manifiesto que era libre para decidir. Sin embargo, la libertad solo existe cuando yo he escogido el bien (en este caso, vivir el confinamiento).
Escoger la opción mala no es ser libre. Cuando no obedecemos, no somos libres.
Por poner un ejemplo:
Si desobedecemos, somos como el que se sube a un Porsche y libremente decide ponerse a 340 km por hora y estrella el coche. Esa persona manifestaría que disponía de libertad pero no la empleó debidamente. Se queda sin el Porsche y, tal vez, pierde la vida.
Nos convertimos en un peligro
Acercar a tus hijos a sus abuelitos cuando la ley todavía no lo permite, escaparte a la casa de la novia, organizar una fiesta de cumpleaños entre amigos, celebrar el día de la madre con visitas sorpresa… no es ser más listos. Es ser un peligro: para el que lo hace y para los de su alrededor.
Hay que desconfiar de esa tentación que puede acecharnos: “nadie se enterará”, “no va a pasar nada”… Qué típico de la mentalidad latina, por otra parte. Con las ganas que todos tenemos de volver a estar juntos…
Qué hacer
En estos momentos va bien poner en marcha nuestros activos:
-pregúntate el sentido de esta prohibición.
-pregúntate si la prohibición es justa y proporcionada (si no lo fuera, estaríamos eximidos, pero no es el caso).
-pregúntate qué ocurrirá si tú no la cumples.
-pregúntate si estás dispuesto a pagar el precio de la desobediencia.
El miedo al castigo es un freno, pero no debería ser el motor de nuestras acciones. Solo debe funcionar como último recurso. En la vida, no debo regirme por el miedo al “palo” como los animales, sino por el propósito de vida que me lleva a una meta mucho más ambiciosa.
Una ayuda imprescindible
Para alcanzar esa meta, hay que tomarse las prohibiciones como las señales de tráfico: no nos perjudican sino todo lo contrario, nos ayudan a llegar a nuestro destino.
Buen confinamiento y buen desconfinamiento a todos.
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