Después de la pandemia de Covid-19 serás mejor, más sabio si has sabido enfrentar tus horas y tus miedos
Me han quitado los abrazos y los besos. Los encuentros y las risas. Me han hecho evitar el contacto físico, el roce, la ternura, el cariño.
Me han quitado las reuniones, las confesiones y las misas. Los paseos por el parque y los cines. El café en el bar, las compras, el deporte.
Me han quitado muchas cosas y lo entiendo, me he detenido.
Hay un bien mayor que esa felicidad vana que busco con ahínco haciendo cosas. Esa felicidad de estar yo bien, sin problemas, de prosperar adecuadamente en la vida. Ese afán mío por tener, por hacer, por lograr. Ese sueño tan humano, tan de carne, tan de tierra.
Me lo han quitado todo de un plumazo. Y me han llevado a cuidarme para cuidar a otros. Y yo sonrío. Porque si algo no pueden quitarme es la alegría ni tampoco la esperanza.
No pueden lograr que viva sin un sentido. No pueden, atándome a mi casa, a las patas de mi cama, matar mi sonrisa, silenciar mi canto, opacar mi luz.
No puede este virus detener la primavera, apagar la voz de mil cantos, evitar mis aplausos para esos que dan su vida por salvar mil vidas.
No pueden agotar mi creatividad en ese afán mío por ocupar mis horas, mi tiempo, mi vida. No puede la enfermedad cerrar mis ojos, oscurecer mi ánimo.
Me haré contador de historias. Soñador de mil sueños. Reiré con mis chistes, con los de otros. Lucharé, resistiré, venceré. No solo yo, sino todos.
No caerá sobre mí nunca el desánimo ni la pena. No dejaré de gritar que hay vida más allá de los hospitales. Que hay sueños resistentes a las derrotas.
No dejaré de soñar con las alturas, encendiendo el mundo con un fuego nuevo. Respiraré muy hondo queriendo que no se apaguen los pulmones.
Alentaré a las plantas para que den sus flores. Inventaré melodías entre bosques de luces. Amaneceré feliz cada mañana. Y volveré a abrazar, a sentir la vida que florece.
No me quitarán la sonrisa de mis labios. Y sentiré que la vida ha crecido con fuerza en mi interior. La soledad me habrá dado hondura. Las privaciones, libertad interior ante la vida.
El dolor físico y espiritual me habrán unido más a la cruz de Cristo. Me sentiré más libre, más pleno. Esa distancia infinita entre cada uno se acortará de nuevo. No estará mal dar la mano, un beso, un abrazo. No me sentiré extraño en las distancias cortas.
Pero quizás habré aprendido algo nuevo. Me habré acostumbrado a estar conmigo mismo. Sin distracciones, sin miedos ni agobios. La soledad no es mala compañera, aunque sea impuesta.
Ya no contagiaré, ya no me contagiarán. Esos anhelos llenan hoy mi alma al vivir el presente. Cada hora pasa a su ritmo. No corre el tiempo, no se escapa.
Es como un desgranar los misterios del rosario, cada ave María, muy lentamente. No tendré la agenda llena. Quizás sí de encuentros virtuales programados. Pero poco más.
El mundo se detiene. Y no logran quitarme la sonrisa. Algunos querrán sacar ventaja de todo esto. Otros pensarán que alguien tiene la culpa.
Aparecerán los que no esbocen sonrisas. Y los que quieran aumentar el odio y la rabia.
Y habrá otros, hombres de bien, con bondad en el alma, que vivan salvando vidas, entregando la propia. Dando su tiempo, invirtiendo sus horas. Por salvar más vidas por encima de la muerte.
Y muchos rezarán en lo escondido. Y habrá solidaridad donde antes había egoísmo. Y se harán servicios gratis que antes se cobraban.
La primavera irá venciendo el frío. Lo hará sin percatarse del mal que aqueja al mundo. Seguirá su curso desde la semilla muerta y enterrada. Con el sol que irá tomándole horas a la noche.
Y sentiré que soy más viejo, o quizás más joven. Pero más sabio al fin si he sabido enfrentar mis horas y mis miedos. Si he vivido con conciencia nueva. Si me he dejado modelar por el Dios de mi camino.
Oculto entre mis cuatro paredes, atado como yo a las patas de mi cama. Clavado a mi propio madero desde el que observo la vida sin poder andar entre la gente, entre los bosques.
Recluido en un aparente mal sueño que es esta vida misma que Dios me ha dado. Esta vida y no otra.
Y ese Dios al que increpo, o suplico pidiéndole aire, esperanza, y luz. Ese mismo Dios es el que dibuja con gesto pícaro una sonrisa en mi rostro.
Para que dé esperanza a otros y siembre luz en esta noche. Y sea yo uno de esos brotes verdes que entre las arenas del desierto parece desafiar a la muerte. Porque el bien siempre vence al mal. Y la generosidad es más fuerte que cualquier egoísmo.