Ante la gravedad de la epidemia, las palabras clave son dos: responsabilidad y adaptaciónConforme aumentan los contagios de Coronavirus en todo el mundo, se expande también una epidemia mucho más dañina: la del miedo. Las medidas que se han tomado a lo largo de los últimos meses en muchos lugares – suspensión de clases, cuarentenas, toques de queda, confinamiento y aislamiento – afectan a nuestra vida diaria.
Pero sobre todo, nos abocan a situaciones anómalas que nos provocan inseguridad:
- ¿Cuánto va a durar?
- ¿Cómo va a cambiar mi vida diaria?
- ¿Qué sucede con mis seres queridos?
Y sin embargo, es precisamente ahora el momento de mantener la calma y practicar una virtud muy necesaria: la resiliencia ante la adversidad.
Esta resiliencia se traduce en dos claves: responsabilidad y adaptación. Ambas palabras están relacionadas con la madurez.
¿Podría ser esta epidemia una ocasión que nos ayude a crecer moralmente y a madurar como personas y como sociedad?
Responsabilidad
Respecto a esta primera palabra, la epidemia del coronavirus nos recuerda una verdad que a menudo olvidamos en nuestras sociedades individualistas: tenemos que ser conscientes de que los comportamientos individuales no afectan solo a quienes los cometen, sino que inevitablemente repercuten en los demás, sobre nuestro prójimo, las personas con las que estamos físicamente en contacto: familiares, amigos, compañeros de trabajo…
Y entre ellos, hay personas más vulnerables, por motivos de edad o por enfermedad previa, que corren un gran riesgo, pero esto no significa que los más jóvenes estén a salvo de las complicaciones más graves de la infección por Covid-19. Igual que con la gripe común, también una persona sana puede contraer una pulmonía y morir por insuficiencia respiratoria a pesar de los cuidados.
Adaptación
El hombre es el ser vivo que en la historia del planeta ha afrontado los mayores cambios en el ambiente natural y en la organización social, demostrando una extraordinaria capacidad de adaptación que le han permitido la supervivencia y la expansión numérica actual.
Cuando se usa el término adaptación, de hecho nos referimos a la posibilidad, y al mismo tiempo, a la necesidad para un individuo, un grupo o una población de volver a encontrar un equilibrio frente a acontecimientos fuertemente estresantes o incluso traumáticos, que de lo contrario podrían ser gravemente destructivos.
Para adaptarnos a circunstancias adversas, y más cuanto más negativas sean, estamos llamados a desarrollar nuestra resiliencia, una capacidad que no es privilegio de unas pocas personas extraordinarias, sino de todos nosotros, aunque cada uno según su capacidad.
La psicología nos ha enseñado todo esto, como nos recuerda un artículo de Elettra Pezzica en Psicologia contemporánea, a partir de 1973 cuando Norman Garmezy, estudiando los orígenes de la esquizofrenia, observó que, contrariamente a las previsiones, un gran porcentaje de hijos de pacientes afectados por esta gravísima patología psiquiátrica no presentaban trastornos mentales, sino que al contrario, desarrollaban con normalidad sus habilidades intelectuales y sociales, incluso fortalecidos por su condición objetivamente desventajosa.
Otros estudios posteriores realizados por Emmy Werner en niños de una isla de Hawaii de alto riesgo (por pobreza, depravación afectiva y patologías psíquicas de los padres) llegaron a conclusiones parecidas. (Ibidem)
¿Qué nos enseña esto en los tiempos oscuros del Coronavirus?
Que ante todo, para ser resilientes, no debemos resignarnos a la pasividad sintiéndonos a merced del destino: estar en cuarentena en casa no significa vegetar esperando la catástrofe, o al contrario, la “resurrección”.
Afrontemos el peligro, que en efecto estamos corriendo, pero no como una amenaza grave, sino como un reto comprometido que tenemos la capacidad de vencer todos juntos, y que cuando lo superemos, nos habrá dado la posibilidad de crecer a nivel personal y comunitario, recuperando valores esenciales hoy olvidados o descuidados.
Reaccionemos contra la tentación del catastrofismo y del derrotismo, con el que abdicamos de nuestras responsabilidades renunciando a activar nuestros recursos, sean pequeños o grandes, pero que los tenemos, y apreciemos y alentemos a quienes entre nosotros están haciendo el máximo esfuerzo por ayudar a los demás, sobre todo en el ámbito sanitario.
¡Ser resilientes significa cultivar de manera concreta la esperanza y la confianza!
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