A la hora de reconcebir al personaje de H.G. Wells, Leigh Whannell ha optado por un thriller psicológico influido por el cine de fantasmas
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Si la industria del cine se ha quedado estancada en la (re)lectura de la novela de H.G. Wells que concibió James Whale en 1933 es porque, en el fondo, y más allá de la escalofriante idea del villano que puede desaparecer a voluntad, la obra original no proponía más que una nueva vuelta de tuerca a la figura genérica del mad doctor.
De ahí que las posteriores adaptaciones del mito –al menos, las que no se han limitado a abusar de los efectos especiales para mostrar objetos flotando en el aire– le hayan dado vueltas, básicamente, a las consecuencias morales (y psicológicas) de alterar el orden natural.
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Consciente de ello, Leigh Whannell ha decidido darle un giro al personaje, alejándolo de la ciencia-ficción más pura al plantearse una cuestión básica: ¿qué es un hombre invisible, sino, a grandes rasgos, el fantasma de un ser humano?
A partir de dicha idea, el guionista y productor se aleja de Wells para concebir un thriller en el que vuelca su experiencia dentro de la franquicia terrorífica Insidious, y en general sus colaboraciones con James Wan.
Ahí reside la clave de este nuevo El hombre invisible: esos espacios vacíos que nos muestra el director nos transmiten la inquietud que su protagonista Cecilia (Elisabeth Moss) siente hacia el fantasma que supone su maltratador ex novio Adrian Griffin (Oliver Jackson-Cohen), de forma real y figurada.
Porque lo que le acosa no es sólo un ente incorpóreo, sino también el recuerdo traumático de una relación tóxica que ha acabado transformándola en una mujer temerosa, encerrada en sí misma.
En el fondo, no importa, pues, si detrás de todo ello realmente hay un acosador invisible o todo proviene de la psique destrozada de Cecilia, porque el resultado es el mismo: su sufrimiento, su caída en desgracia, forma parte del proceso de transformación y/o (auto)reencuentro de una mujer hundida que, inevitablemente, ha de reflotar y encontrar la fe necesaria para sobrevivir.
Ahí es donde El hombre invisible saca a relucir su auténtica naturaleza de drama psicológico sobre el maltrato, así como sobre la incomprensión y la insolidaridad colectivas a las que muchas mujeres, por desgracia, han de enfrentarse día a día.
De forma muy inteligente, Whannell remarca, desde la primera secuencia del filme, lo amenazante que resulta la figura de Adrian.
Una naturaleza violenta, desquiciada –muy bien transmitida por un Jackson-Cohen que le saca muchísimo partido a sus breves apariciones en pantalla–, que infecta el resto del metraje, cargándolo de una tensión contenida que se sostiene, sobre todo, en una interpretación aterrorizada de Moss que no anda lejos de algunas fases de la serie El cuento de la criada.
Es, precisamente, ese temor sordo lo que sostiene el lado genérico de El hombre invisible: la imposibilidad de adivinar de dónde vendrá el peligro, o si éste existe siquiera, es lo que (des)coloca al espectador y le provoca una incomodidad que sostiene –por supuesto, con altos y bajos para no sacar al público del relato– prácticamente hasta el clímax.
Ficha Técnica
Título original: The Invisible Man
Año: 2020
País: Estados Unidos
Género: Terror
Director: Leigh Whannell
Intérpretes: Elisabeth Moss, Oliver Jackson-Cohen, Aldis Hodge, Storm Reid, Harriet Dyer, Michael Dorman