Cómo mantener la llama del amor El enamoramiento acontece, sucede, no se puede exigir. Simplemente un día me levanto y me encuentro fascinado. Por una presencia, por un camino, por una vida.
El enamoramiento es esa fase del amor que lo disculpa todo, lo perdona todo, lo sobrelleva todo. La vida se llena de luz, de alegría y todo parece tan fácil. ¿Cómo hago para vivir siempre enamorado?
Hay que querer de verdad con toda el alma esa vida que amo, a esa persona a la que amo. Hay que poner no sólo el sentimiento sino la voluntad y querer elegir lo que me seduce.
Decía Sor Verónica, fundadora de la comunidad Iesu Communio:
“El acto de libertad de creer y querer de verdad. Queremos muchas veces la vida sin romper con lo que nos mata, sin dejar las redes que nos esclavizan. Entonces no lo quieres. Cuando te enamoras quieres a esa persona sin pensar en todo a lo que renuncias. Si sigo jugando a juegos de muerto no quiero la vida. Hay que querer de verdad”.
La fuerza más poderosa
Quiero ese amor verdadero y profundo que me permite vivir cada día enamorado, que es el que me lleva a elegir el bien en mi vida.
El amor mueve mi alma hacia el bien. ¿Es el amor lo que mueve el mundo? ¿Qué mueve mi corazón? El amor y el odio. Dos caras de la misma moneda.
¡Cuántas personas que se llegan a amar profundamente en un momento de su vida luego se alejan, se distancian y se odian!
El amor profundo que se han tenido se convierte en odio. ¿Es eso posible? ¿Cuántas cosas hago movido por el amor? ¿Cuántas por el odio? ¿O es la indiferencia la que hace que mis pasos se derramen lentamente por los caminos?
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Sin amor no hay fuego, no hay pasión, no hay vida. Quedan la indiferencia, la pereza, la dejadez, la frialdad. Falta ese amor que es como un fuego que quema el corazón por dentro.
Los enamorados caminan de la mano por la calle. Se miran y tiemblan. Sonríen sin motivo y hacen locuras el uno por el otro. Es el comienzo de un camino.
Me gusta mirar a esos matrimonios ya mayores que se siguen mirando enamorados, con fuego en el alma. Es la fidelidad de un amor maduro. El fuego conservado con el paso de los años.
No desaparece el amor, no se convierte en odio, tampoco en frialdad ni tibieza. ¿Cómo se puede alimentar la hoguera del amor?
Tengo que aprender a decir te quiero. A demostrar con caricias todo mi amor guardado. Aprender a buscar la felicidad del amado.
No me cuesta sufrir ni renunciar por aquel a quien amo. Me alegro con sus victorias, lloro de emoción con sus logros, sufro en sus derrotas.
Quiero un amor descentrado, un amor maduro que se haga oblación sincera, un amor que dure con el paso del tiempo. Nunca se apaga la llama.
“Te quiero más que ayer. Te amo como nunca he amado a nadie”. Las palabras están vacías si no contienen obras, gestos, frutos que brotan de la tierra de mi vida.
Escoge amar
Tengo ante mí el mal y el bien, puedo elegir el acto de amor o la omisión por dejadez, por pereza. Puedo elegir la fidelidad cotidiana o dejarme llevar por pasiones pasajeras.
Puedo olvidarme del amor primero y sentir que ahora Dios me pide otra cosa. Que soy joven aún y merezco otra vida. Puedo olvidar esos años pasados, olvidar el amor y llegar a creer que nunca fue, que nunca hubo.
Puedo desamar lo amado. Y odiar al que tanto amaba. Puedo olvidar mi historia en mis amores humanos. Es frágil la memoria del corazón.
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Puedo olvidarlo todo y sentir que mi vida se sigue jugando en el amor que doy, en el amor que recibo. Al final de mis días me recordarán por esas elecciones tomadas desde el amor. La vida que entregué sin guardarme nada. La vida que consagré sin esperar nada.
Amar hasta que duela, como me pide Jesús sabiendo lo difícil que es amar de esa forma, es imposible si no dejo que sea Él quien ame a través de mis palabras, de mis obras, de mis renuncias.
Quiero querer. Quiero aprender a amar dejándome amar por ese amor que todo lo eleva. Miro a Jesús y sigo su camino. Elijo el bien. Lo elijo a Él para siempre.