Irene (@soyunamadrenormal) e Israel (@soyunpadrenotannormal) cuentan su experiencia de familia muy numerosa en las redes de una forma alegre, a pesar de que su matrimonio haya sido una verdadera aventura
Irene tiene 39 años. Israel tiene 40. Ambos se presentan de formas parecidas: lo primero que mencionan es que son el marido o la esposa del otro. Y después, que tienen 9 hijos en la tierra y otros 5 que les esperan en el cielo. A sus miles de seguidores en Instagram les dicen que son ‘normales’, pero su historia no tiene nada de corriente.
Irene e Israel tienen a su hija mayor a puntito de comenzar la carrera universitaria, y para entonces “si Dios quiere” su hija pequeña seguirá en la guardería. Miriam tiene 17 años, Loreto 15, Fernando 14, Yago 11, Francisco 9, Mateo 7, el pequeño Israel 6, Esteban 3 y Carmen tiene 1. Y todavía no se les han acabado los nombres.
Sus historias -igual que su presentación- son muy parecidas hasta el día en el que se conocieron. Irene creció en una familia con 5 hermanos, iba de niña a la parroquia aunque nunca imaginó que sería madre de una familia tan numerosa. Siendo muy jovencita comenzó a vivir una “vida loca” y a buscar “divertirse” olvidándose de lo que le habían enseñado.
Israel es el mayor de nueve hermanos. Vivió una infancia feliz en una familia católica y de principios, unos principios que decidió dejar de seguir a los 18 años. Cuando su padre le dijo aquello de “mientras vivas bajo este techo…”, él decidió buscarse otro techo. Ya tenía incluso apalabrado con un colega su próxima vivienda y aventura en solitario.
Pero las vidas de Israel e Irene se cruzaron, incluso antes de que se dieran cuenta, en un momento que les cambió la vida por completo. A Irene le invitaron sus catequistas a viajar a París, a la Jornada Mundial de la Juventud convocada el Papa Juan Pablo II. A Israel, sus padres desesperados, le pagaron junto a sus hermanos el mismo viaje, con la esperanza de que encauzara su vida. Ambos pensaron lo mismo: un viaje a París, pagado, con mis amigos… ¿por qué no?
Estuvieron en el mismo lugar en el mismo año. Y el camino de su vida no se separó desde ese momento. Tanto Irene como Israel se replantearon su vida en aquella Jornada Mundial de la Juventud organizada por san Juan Pablo II. El lema de aquel evento: “¿Maestro dónde moras? Venid y lo veréis”, les tocó el corazón y les unió para siempre.
Pocos meses más tarde, cuando Israel le pide a Dios que ahora comience a guiarle, y cuando a Irene le dicen sus catequistas que ahora Dios se iba a ocupar de ella; se conocen en una convivencia. Israel recuerda “perfectamente” aquel viernes por la noche, entrando en el comedor, cuando se quedó “prendado” mirando su cara.
Cuatro años más tarde emprenderían la aventura de sus vidas. Israel de 22 años, e Irene de 21, se casaron en Madrid. Todo iba sobre ruedas: a pesar del salto de fe, siendo tan jóvenes, a Irene le surgió un trabajo, a Israel le suben el sueldo, logran comprarse una casa, y tienen a su primera hija el primer año de matrimonio, casi “de luna de miel todavía”.
Pero con su segunda hija, comienzan a “madurar y a ver que la vida es otra cosa”.
Problemas y milagros
El tercer hijo nace con problemas, e incluso llegan a acudir al hospital para despedirse de él, aunque finalmente se salvara milagrosamente.
Y en pleno momento de sequedad y de “alejamiento” en su matrimonio, llega la noticia más dramática: Irene tiene cáncer de placenta y está embarazada. Los médicos enseguida le dicen que la solución es abortar y que está en peligro, no solo la vida del bebé que espera, si no también la suya.
Irene e Israel se niegan en rotundo, pero Irene necesita tratamiento. Los médicos deciden entonces que la única vía es inducir el parto. Si no, Irene moriría. Después de hablarlo, deciden llevar a cabo la difícil operación, incluso después de haber consultado al obispo de Getafe.
Les avisaron que Nazaret nacería muerta… pero no fue en absoluto así. Vivió fuera de la tripa de su madre unos minutos, los suficientes para que Israel pudiera bautizarla. Y los suficientes, para salvar el matrimonio de sus padres.
El drama de perder a una hija y la posterior crisis y recuperación del estado de salud de Irene, hicieron que el matrimonio ‘renaciera’. Que Israel se volcara con el cuidado de sus hijas y que ambos volvieran a unirse a pesar de las dificultades.
Hoy, Irene no puede estar más agradecida mirando al pasado. En ese momento, agradecida por estar viva, a pesar de que le dijeran que no podría volver a tener hijos. Pero en Irene -a pesar del dolor- nacía algo más: una esperanza y una fe fortalecida. Se dio cuenta de que la vida es un regalo y que no depende de nosotros, que la vida solo puede proceder de Aquel que la da y que los hijos son un regalo.
Mientras Irene todavía estaba en tratamiento, en una revisión médica, le dice a su doctor que se encuentra mal, que tiene mareos y que algo está pasando. Desde el hospital se temen lo peor, y cuando van a hacerle la ecografía para buscar un posible nuevo tumor… se encuentran con Yago. Un niño sano que ya lleva 11 años jugando con sus padres.
Después vinieron 5 hijos más, y otros 4 que se fueron al cielo antes de salir del vientre de Irene. Pero ellos lo viven con naturalidad y a pesar del dolor de la pérdida, confían en que algún día les conocerán en el cielo.
“El amor tiene baches” le dijo una vez un sabio a Irene. Y así ha sido también en su matrimonio con Israel. A pesar de ello, miran atrás y siguen viendo el sentido de todo lo que les ha ocurrido, y que “cuando este amor está bendecido, puede pasar cualquier cosa que no va a poder con ello. Cuando el matrimonio no es de dos si no de tres, porque está Jesús en medio, eso es invencible. Por nuestro matrimonio han pasado lobos salvajes, que han tratado de destruirlo todo, pero mi marido y yo seguimos aquí por gracia de Dios”.
Siguen diciendo que son “padres normales”, a pesar de haber vivido una preciosa aventura juntos, donde han peleado juntos, disfrutado juntos, reído juntos y también sufrido juntos. Hoy se lo cuentan a miles de personas en sus cuentas de Instagram, e inspiran a muchos con este ideal de verdadero amor y de ‘gran’ familia.