Sólo quien quiere separar y cortar sin importarle las consecuencias es el que está equivocado bajo una y sólo una premisa: no mira la realidad social
En nuestro mundo, no importa el país, suelen existir terribles y sufridas situaciones entre bandos políticos, un gobierno y su oposición, el pueblo y su gobierno, o entre distintas facciones.
Muchas veces, esos bandos políticos urgen en un clamor constante por hacerse con con el respaldo de gobiernos e instituciones internacionales, superiores y con mayor influencia, con el fin de refrendar su posición.
Parece que dicho clamor representa el eco de lo que ambos bandos no saben dirimir por sí mismos y entre ellos, pero, además, representa el poder ser reconocido por una entidad superior en la causa que cada uno defiende.
Así lo confirman muchas veces reuniones y llamadas telefónicas entre presidentes de distintos países o los carteles escritos y exhibidos en las manifestaciones o cualquier demostración pública que pide una justicia para su favor.
Pedir justicia, según la causa de cada cual, a una entidad superior en un litigio propio cuya imparcialidad puede canalizar el conflicto (la Unión Europea, la ONU, USA, Rusia o China) es el clamor de esos políticos enfrentados.
Es sabido que la Unión Europea, la ONU y muchos mandatarios extranjeros de todo tipo (desde Rusia hasta Francia) expresan con seriedad y a veces estupor que esos conflictos son internos y que han de ser dirimidos en instancias que a ellos no les competen.
Posiblemente, el mismo estupor y extrañeza tendría un presidente del gobierno si el litigio fuese ya no por la soberanía de un territorio, o los derechos de los trabajadores (algo que podemos reconocer propiamente como un “problema político”) sino por la custodia y maternidad de un niño.
Algo así, aunque más bien “literalmente así”, le sucedió al rey Salomón cuando dos mujeres, prostitutas ambas, se presentaron delante de él para que dirimiese la pertenencia del niño y la fiabilidad genealógica de la madre.
Es más que razonable afirmar que la situación salomónica antes que una extrañeza era una cuestión política de aquellos tiempos, y que si bien genealogía, ley y pertenencia eran una cuestión legal, no menos extrañeza asomaría en nuestros ojos si dos mujeres se presentaran en el Parlamento Europeo o la ONU para que éste impartiese justicia sobre quién es la verdadera madre.
La situación bíblica, sin embargo, guarda y revela significaciones que bien nuestros políticos y, sobre todo, quienes les escuchamos constantemente, deberían atender y prestar oídos.
Como en todo litigio, hay una zona oscura en la que el espectador no sabe muy bien cómo ha sucedido lo que ha sucedido.
Se cuenta que ambas mujeres, que vivían en la misma casa, dieron a luz a la vez, y que tras una noche uno de los retoños amaneció muerto. La historia bíblica, de sobras conocida, es el clamor de ambas mujeres ante quien, según el texto sagrado, poseía una sabiduría “mayor que la sabiduría de todos los hijos de Oriente y que toda la sabiduría de Egipto”.
Conviene ahora advertir que lo único que realmente no hace verdadera justicia al problema es el mismo refranero popular cuando hablamos, ante este tipo de conflictos, de una “decisión salomónica”.
Cuando oímos o decimos esa idea, las más de la veces, la entendemos como una especie de “ni para ti ni para mí” o lo que los ingleses llamaron “50-50”.
De hecho, en muchos litigios laborales en los cuales dos empleados acuden a un jefe con versiones e intenciones distintas, el responsable suele conceder algo a cada una de las partes pero no todo a ninguna de ellas. También los padres y las madres que tienen varios hijos de edades cercanas saben de lo que aquí se habla. La tradición y el refranero popular parecen decir que la decisión de Salomón, revestido de toda sabiduría, es la de separar y partir y cortar al niño en dos.
Sin embargo, el texto es justamente lo contrario. Como es sabido sólo quien está dispuesto a separar y partir, o mejor, sólo a quien no le importa lo que queda roto y partido, es aquel a quien hay que mirar con recelo y sospecha.
Revela, y mucho, la muy poca importancia que algunos políticos protagonistas de esos conflictos y jefes de esos bandos en litigio, le dan al hecho de que están fracturando una sociedad y partiéndola, como aquel niño, por la mitad.
Quizás, la misma poca importancia a que se parta el niño por la mitad también revela lo enconados y convencidos que están algunos de la verdad de sus ideas, pero es un empecinamiento vacío, porque se les olvida, como Salomón sabiamente acertó a ver, que se van a quedar al final con la mitad de un cadáver y no con un niño.
Estar dispuesto a partir y cortar algo es no ver que se está poniendo a la justicia en el lugar de aquel niño delante del rey y bajo el filo cortante espada, pero es, al mismo tiempo, no atisbar y ser tan ciego de no ver que el resultado no va a ser, tras el golpe cortante y sólo aparentemente justiciero de su filo, un niño feliz y sano, sino que el resultado de esa corte en ese conflicto será sociedad rota, dividida y en total crisis.
Tolkien lo resumió muy bien: “aquel que decide romper algo para saber lo que es, ha perdido el camino de la sabiduría”
Y es esa y no otra, malentendida por el refranero popular, la decisión que Salomón ya ha intuido y que el rey reconoce en la madre, aquella que sabe prever el cadáver como resultado de la separación, como el valor de lo verdadero.
Ver a políticos de distintos bandos tomar decisiones que parten a la sociedad en dos y que no asumen como propio el coste de sus decisiones, no deja de ser sospechoso, y como Salomón, bien podemos mirar con cierta desconfianza no tanto sus intenciones cuanto las decisiones que de ellas salen.
Pero lo mismo, cabe decir que en un conflicto, aquel que no mira con el afecto de una verdadera madre los problemas reales dejará a los demás rotos, partidos y muertos. Afecto, a propósito, que es mayor que el propio bien de uno porque se está dispuesto a renunciar a la maternidad con tal de que el niño viva, aunque nunca a costa de que viva partido y cortado.
Así, Salomón no es tanto la decisión de partir y cercenar como solución correcta, cuanto entender que sólo quien quiere separar y cortar sin importarle las consecuencias es el que está equivocado bajo una y sólo una premisa: no mira la realidad social. Ya no es lo que está unido lo que vale, sino que el valor reside en aquel que desea la unión pacífica y justa incluso hasta la renuncia de lo propio.
Eso ya da ciertas pistas a los políticos sobre cómo se ha de dirigir, al menos mínimamente, esta situación, y otras tantas pistas a los que asistimos de primera mano a muchos conflictos para poder discernirlos.
En primer lugar, partir al “niño”, o romper y expulsar a la mitad de una sociedad (uno de los bandos) es no acertar a ver que no se recibiría en sus brazos un niño sano y entero sino aquel que sale herido de muerte del mismo corte; del mismo modo, y en segundo lugar, que hacer un acuerdo de 50-50 será postergar y no dar con solución alguna.
El diálogo, tan pedido y solicitado muchas veces por ambos bandos en ese conflictos, no puede ser bajo ningún concepto un diálogo sobre y tras el niño partido y cortado por la mitad, pero, por lo mismo, tampoco puede ser sobre qué parte se va a trocear primero intentando, por lo mismo, dejar que el niño viva aunque sea manco, cojo o tuerto.
Más les vale a muchos políticos o gobiernos desear la unión de la realidad y tomar sus decisiones según el deseo de esa unión. Dicho con el texto bíblico: “Concede, pues, a tu siervo, un corazón que entienda para juzgar a tu pueblo, para discernir entre el bien y el mal, pues ¿quién será capaz de juzgar a este pueblo tuyo tan grande?”