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Cómo volver a amar a Dios

PRAY

Pascal Deloche | GoDong

Carlos Padilla Esteban - publicado el 17/12/19

La rutina puede hacer gris el cristianismo, pero en Navidad vuelven los colores, las sonrisas...

Revisto en Adviento mi vida de fiesta. La adorno con ángeles, bolas de colores, nacimientos, árboles navideños. Me empeño en llenar de luces la oscuridad de mi casa.

Pinto de colores vivos la monotonía y el gris desaparece de mi paleta de pinturas. O quizás nunca estuvo y se formó sólo de repente, al mezclarse con otros colores.

Pero ahora decido pintar mi vida de fiesta. ¿Para ocultar algo? ¿Para que parezca más bella? Todo bien limpio, ordenado, arreglado, el contorno de mi alma se embellece.

¿No puedo entonces seguir siendo yo mismo? El amor brota de la admiración. El otro día decía la protagonista de una película:

“Yo pensé que siendo yo misma, con mi mal genio, con mis malas palabras y mi carácter difícil, nunca me ibas a dejar de querer. Y ya ves, me equivoqué”.

¿Es posible que dejen de amarme cuando me muestro tal y como soy? No lo sé. Lo que sucede es que a veces, en medio de mis tristezas, puede brotar en mi alma la versión más fea y gris. Pierdo la alegría y la esperanza. Dejo de ser creativo y me conformo con la mediocridad en mi entrega.

Y entonces el amor, que se sostiene sobre el pilar de la admiración, comienza a tambalearse. Y desaparece la fascinación. Y ese carácter mío tan difícil, esas palabras poco agradables, las quejas constantes ocupan todo el espacio en la relación.

Siento entonces que ya no me aman. El amor desaparece lentamente. La persona amada sigue siendo ella misma, pero en su versión más pobre. Ya no la amo.

¿Cómo hago para recuperar el amor?

Hace falta un cambio. Es necesario introducir cambios que provoquen una revolución. Si haciendo lo de siempre he llegado a esta crisis, tal vez tenga que cambiar algo.

Y quizás entonces, al descubrir nuevos caminos, puede que la queja pase a un segundo plano y el mal carácter se suavice. Y puede que surja de nuevo la admiración y con ello el amor.

En mi vida no veo que Dios se haya desenamorado de mí. Eso no lo veo. Más bien veo que soy yo el que ha perdido la fascinación que un día sentí por Él. Me he conformado.

Hubo un tiempo en el que amé más a Jesús. Todo era novedoso y estaba lleno de música y colores. Y de repente me encuentro en una encrucijada de desierto.

Mi cristianismo ha envejecido, se ha llenado de rutinas insípidas, se ha vaciado de la fascinación de aquel día primero. Y el amor, mi amor, que siempre fue pequeño, porque soy niño y me siento frágil, ese amor que puso Dios en mi pecho como una pequeña llama temblorosa a punto de sucumbir con los primeros vientos, se ha debilitado tanto que tiembla peligrosamente.

En medio de mis rutinas de Iglesia he perdido el atractivo de Jesucristo. Ya no me parece tan bello ser cristiano. La santidad no es digna de admiración.




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Puede que llegue así a este tiempo de Adviento. En el que las calles se visten de colores de fiesta. En el que por todas partes brotan nacimientos y árboles de colores.

Y me arreglo para la vida, para la fiesta. Dejo de lado el gris y los colores me llenan de belleza. Confío en que el amor vuelva a surgir en mi alma.

No quiero perder el amor de Jesús, ni el de María. No quiero quedarme solo en medio de mi vida sin tonos vistosos. Me pongo en camino. Adorno mi alma para que la luz me ayude a descubrir su belleza oculta.

CHRISTMAS
Georgios Liakopoulos | CC BY-SA 3.0

No me da miedo caminar en estos días de Adviento con el corazón en paz y alegre. Quiero aprender a amar más y mejor. A ver detrás del gris mil colores navideños. Detrás del mal carácter una sonrisa afable. Detrás del mal genio o las palabras feas, el corazón más bello del mundo.

Pero me cuesta tanto amar de esta forma… Decía santa Teresita del Niño Jesús:

“He comprendido qué imperfecto era mi amor por mis hermanas, vi que no las amaba como Dios las ama. Ahora comprendo que la caridad perfecta consiste en soportar los defectos de los otros, en no asombrarse por sus flaquezas, en edificarse con los más pequeños actos de virtud que se les vea practicar, pero, sobre todo, he comprendido que la caridad no debe permanecer encerrada en el fondo del corazón”.

Salgo de mí mismo para aprender a amar mejor a todos. Para mirar la belleza escondida detrás de la dureza del corazón, de su oscuridad y tonos grises.

No me desanimo con las quejas y el mal carácter. No quiero perder el amor, quiero salvarlo. El Adviento me da fuerzas para amar en su verdad al que Dios pone ante mis ojos.

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