En la pareja o con los amigos, darse a conocer del todo a veces genera miedo a que nos rechacen. ¿Qué hacer para combatirlo?En la vida aspiramos a ser felices, y en ese caminar nunca estamos solos. La familia, la persona a la que entregamos la vida, los amigos… van tejiendo una red de conexiones que nos permite avanzar y que nos hace crecer como personas.
Siempre la relación con otras personas está en el crecimiento personal. El crecimiento personal no podría existir si solo nos dedicáramos a la meditación y a encerrarnos en nuestro yo. Incluso los religiosos que deciden llevar una vida de apartamiento del mundo, cultivan la relación, en su caso con Dios.
A la mayoría de nosotros, la senda de la vida nos lleva a establecer conexiones, más o menos intensas y más o menos duraderas.
Y siempre, en esa conexión, uno se da a conocer. Damos información acerca de nosotros y recibimos la de las otras personas: así poco a poco hacemos amigos y conocemos sus gustos, aficiones, esperanzas, objetivos en la vida…
Cuando la relación se hace más profunda, pasamos a hablar de temas más interiores: por ejemplo, explicamos lo que nos preocupa o decimos claramente lo que no nos gusta. Ya no hay conversaciones superficiales o banales como quien está en el ascensor con otros y rompe el silencio engorroso hablando del tiempo.
Con los amigos, con el marido o la esposa, con el novio o la novia, uno busca la conexión cada vez más intensa. Y eso genera algo que no habíamos calculado: el deseo de agradar al otro.
Temor al rechazo
Al mismo tiempo, aparece un enemigo: el miedo. ¿En qué consiste ese miedo? Es el temor a desagradar y a perder a esa persona si contamos algo que no le va a gustar.
Es así como a veces nos da miedo mostrar nuestras facetas negativas o algún mal recuerdo del pasado.
Las heridas
La experiencia negativa no siempre es fácil de contar. Mucho menos las heridas. Tememos que, si las contamos, tal vez la otra persona no las entienda o no nos comprenda y se aleje de nosotros.
Nunca es fácil hablar de las heridas que uno lleva en el alma. Pero a eso se añade la presión de imaginar que si somos transparentes y mostramos las heridas, vamos a perder la conexión que nos une a otros.
El miedo a perder a una persona si somos sinceros con ella es algo muy común. La investigadora norteamericana Brené Brown, profesora de la Universidad de Houston, habla de lo vulnerables y frágiles que somos en este punto. Ella, católica conversa, ha publicado numerosos estudios sobre temas como la vulnerabilidad o la imperfección.
¿Cómo superar ese miedo a mostrar nuestras heridas?
¿Existe la posibilidad de vencer el miedo y superar la distancia que me separa de los demás? ¿Seré capaz de superar ese enorme miedo al fracaso en la amistad o en la pareja si llegan a conocerme tal como soy, con mi pasado, con mi carga interior, con la mochila de mi pasado que a veces puede ser muy dolorosa o muy desagradable?
La palabra clave: coraje
Brown detectó en sus investigaciones, después de miles de entrevistas realizadas durante 6 años, que existe un grupo de personas que sí superan el miedo a fracasar en las relaciones: son las que tienen coraje. La palabra “coraje” viene del latín cor (corazón) y nos indica una forma de valentía que sale de lo más profundo de nuestro interior y mueve a la voluntad.
El coraje ayuda a superar los obstáculos. Procede de nuestro yo más íntimo, delo que hay en el fondo de nuestro corazón.
Cuando uno tiene coraje, es capaz de poner la amistad y el amor al cónyuge o al novio por encima de las consecuencias que lo que explique puedan tener. Se disipa el miedo porque el coraje solo llega cuando uno siente que es digno de ser amado y estimado.
Todas las personas, absolutamente todas, somos dignas de ser amadas.
El secreto para no tener miedo a dar a conocer nuestras heridas está en el amor. Descubrir y saber que soy digno de ser amado, me dará la fuerza para explicar quién soy y dejar que me conozcan de forma auténtica.
Cuando la persona descubre (y a veces redescubre) que es digna de ser amada, ya no teme el fracaso. El miedo se desvanece. Y la consecuencia es que darnos a conocer de verdad crea un vínculo de unión mucho más fuerte con los demás, porque ahora sí nos sabemos queridos tal como somos, enteramente.
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