El asedio continúa. La agresión a la Iglesia es pan de cada día. “Por fin te agarramos” , dijeron a un párroco de Masaya
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El año 2018, cuando las grandes protestas tomaron las calles en Nicaragua, las turbas orteguistas tenían un mandato: agredir a miembros de la Iglesia Católica, seglares o religiosos.
Fue por aquellos días cuando supimos de aquel fin de semana sangriento en el Departamento de Carazo con saldo de nueve asesinatos y vimos al obispo Silvio José Báez con su brazo herido arrodillado ante el Santísimo.
Saquearon iglesias, amenazaron sacerdotes, hirieron a varios, encarcelaron a muchos y los paramilitares fanáticos del orteguismo sitiaban a los fieles dentro de iglesias rodeadas por las llamas. Nunca se vio algo así en Nicaragua.
Mientras tanto, el cardenal y sus obispos auxiliares, sacerdotes y fieles católicos comprometidos, paseaban al Santísimo en procesión al tiempo que se dedicaban a dar consuelo, compañía y auxilio a las víctimas. Repudiaron valientemente los abusos y denunciaron las muertes y las persecusiones con que el pueblo nicaragüense fue azotado.
Las apariencias engañan
Nicaragua no se ha tranquilizado. Hay un clima de tensión que subyace tras las trincheras del descontento y la esperanza por conseguir un futuro más digno.La Iglesia católica sigue su ruta solidaria con el pueblo nicaragüense.
Masaya es la región más castigada. Las protestas estallaron en esta indomable zona, cuna del cardenal y su obispo más emblemático: Báez. Se convirtió en el punto de mira de los paramilitares orteguistas.
La cosa no ha parado. El pasado 13 de febrero, en horas de la noche, el P. Edwin Román Calderón, párroco de la iglesia San Miguel Arcángel de Masaya fue retenido y luego agredido físicamente por efectivos de la Policía Nacional.
El hecho fue condenado por la Arquidiócesis de Managua en un comunicado difundido en las redes sociales de la Iglesia en Nicaragua:
“Esta situación pone en evidencia la falta de un ambiente de paz y se suma a otros actos que no contribuyen a un camino de concordia social. Ante esta y otras expresiones de intolerancia urge retomar el respeto al derecho de la persona humana en nuestra patria”, señaló el Arzobispado, que denunció la existencia de una represión gubernamental en el país, pero sobre todo en Masaya.
Román, valiente y consecuente, advirtió a la policía que no necesitan buscarlo porque saben que vive en la iglesia San Miguel y enfatizó que seguirá “junto al pueblo sufrido de Nicaragua”.
“A mí nadie me va a callar, aunque me digan que me van a dar un balazo en la cabeza, seguiré del lado del pueblo de Masaya”, declaró el sacerdote en aquella oportunidad.
A estas alturas, la campaña de acosos no ha terminado y a Nicaragua no hay que perderla de vista.
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Diablos con sotana en la Ciudad de las Brumas
En junio pasado aparecieron pintas en los muros y paredes de la parroquia Nuestra Señora de Los Ángeles, también llamada “la Ciudad de la Brumas”. “Diablos con sotana”y “golpistas” eran las consignas pintoreteadas en la sede parroquial como provocación de los seguidores de Daniel Ortega. Los obispos han sido prudentes pero se mantienen firmes e imperturbables en la resistencia a tales agresiones.
Ha pasado más de un año desde los hechos de la Basílica de San Sebastián en Diriamba y ya se cuentan 30 agresiones significativas, violentas y cargadas de odio contra instalaciones y personas católicas.
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Un polvorín
Hoy, los presos políticos proponen una Ley de Amnistía, los asesinatos siguen en la impunidad. Costa Rica se queja de incursiones en su territorio y los asesinatos de jóvenes siguen sin castigo, mientras las madres denuncian y piden justicia. Ortega intenta mantener el control en un país que vive su peor crisis política en los últimos 40 años. Pero sigue “en su laberinto” como escribió el columnista Carlos Salinas desde Managua.
Aún con aparente calma chicha, no hay que descuidar el seguimiento de las evoluciones en la sociedad nicaraguense porque el consenso no ha variado: Ortega debe dejar el poder. Nicaragua sigue siendo un polvorín.
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