Convierte tus límites en oportunidad para tocar a Dios
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Zaqueo era un hombre bajo de estatura. Era también un hombre rico. Un publicano dispuesto a hacerse rico a costa de otros. Un pecador público. Detestable. Rechazado por muchos. Su trabajo era un agravio para el pueblo de Israel.
Este hombre que lo tenía todo ve un día pasar a Jesús por el camino y quiere verlo bien. Pero no puede, es bajo de estatura:
“En aquel tiempo, entró Jesús en Jericó y atravesaba la ciudad. Un hombre llamado Zaqueo, jefe de publicanos y rico, trataba de distinguir quién era Jesús, pero la gente se lo impedía, porque era bajo de estatura. Corrió más adelante y se subió a una higuera, para verlo, porque tenía que pasar por allí”.
Ser bajo puede ser a veces un problema. En este caso Zaqueo no puede ver a Jesús. Por eso se sube a una higuera. Al hacerlo corre el riesgo de ser visto por muchos. Pero no tiene miedo.
Hay que tener valor para subirse a un árbol y exponerse a ser visto y juzgado. ¿Qué hace allí ese publicano subido a un árbol? Un hombre rico, respetable, temido. Podía ser ridiculizado por el juicio de los hombres.
Zaqueo se arriesga. Desde allí puede ver a Jesús. También desde allí puede ser visto por todos. Zaqueo no lo duda y sube. ¿Es la curiosidad lo que mueve su ánimo? ¿O es el deseo real y verdadero de conocer a Jesús? No lo sabré nunca.
Me quedan claras algunas cosas. La estatura no puede impedirme conseguir lo que quiero. Mi corta estatura, mis límites, mis deficiencias, la vida que tengo. No son excusa, más bien son una oportunidad para tocar a Dios.
En ocasiones echo la culpa a las circunstancias, a las dificultades del camino. Me justifico. Los demás son los responsables. Los obstáculos parecen insalvables. No me arriesgo para no perder. O cuando pierdo pienso que no fue culpa mía. Lo fue de la circunstancia adversa que me perjudica.
Me dan miedo los obstáculos. Quisiera tener el camino despejado. Pero así no crezco, no me abandono en Dios, no confío en su poder.
Cuando el camino no tiene dificultades no lucho por conseguir lo que quiero. Todo me viene dado. No me esfuerzo, no trabajo, no supero obstáculos. Así lo describe Taulero:
“Abandonarse en Dios, no hay ninguna angustia en el hombre, ya que Dios quiere volver a nacer en ti. Si una criatura, se llame como se llame, te saca de la prueba, arruina completamente el nacimiento de Dios en ti”.
La superación de las dificultades es lo que me permite crecer. En ocasiones intento quitar obstáculos del camino a las personas que amo. Para que no sufran. Para que no tengan que esforzarse. Tal vez esté arruinando el nacimiento de Dios en ellas. En los hijos. En los padres. En la persona amada. En los amigos.
Superar obstáculos me hace crecer y madurar. Me libera de mis miedos. Aparta de mí los pensamientos negativos que me bloquean: “Yo no puedo hacerlo. Es imposible. No tengo fuerzas para lograrlo”.
Quiero ver a Jesús y me subo a un árbol. Supero el obstáculo que no me deja ver. De mí depende trepar a una higuera. En el lugar donde estoy. Si me cierro en pensamientos negativos no seré capaz de salir de mi inactividad.
Jesús me invita a ser más fuerte, a vencer las dificultades, a enfrentar mis miedos. El miedo a fracasar, a perder, a agotarme, a quedarme vacío y solo, a exponerme al ridículo. El otro día leía:
“La fatiga, el sufrimiento y la prueba no significan que sea inútil desear, sino que todo tiene un precio y que es importante saber en qué invertir la propia vida”.
El deseo es lo que mueve el corazón y lo hace capaz de lo imposible. Es el que me da fuerzas para vencer obstáculos y barreras.
Nada puede detenerme. El sufrimiento, la fatiga y la prueba tienen un sentido. Como la flor que nace. Como el gusano que con esfuerzo se transforma en mariposa.
“Sin lagar no hay vino, el trigo debe ser triturado, sin tumba no hay victoria”, decía el Padre Kentenich. Me quieren enseñar a conseguir las cosas sin esfuerzo. No es posible. Tampoco en el plano espiritual.
La lucha es constante. El mundo me seduce y me aleja de la hondura de mi alma. El ruido me saca del silencio. No me detengo a contemplar lo que me rodea.
No guardo silencio. No escucho. No miro buscando a Dios entre los hombres. No me subo a una higuera para ver a Dios.
La experiencia de Dios en mi corazón no sucede de forma mágica. Ocurre cuando salgo de mí mismo y me pongo en camino. Recorro la distancia inmensa que hay entre la superficie y lo hondo de mi corazón.
Los obstáculos me hacen crecer. Las dificultades me hacen más fuerte. Subiéndome a lo alto de mi higuera puedo ver y puede pasar algo más grande. Un milagro que es gratuidad.
Necesito encontrarme con ese Dios que se acerca a mí para salvarme y sostenerme. No quiero rehuir las dificultades. Me hacen más de Dios.