Las personas con autismo suponen el 1,5-2 % de la población. Yo pertenezco a ese grupo.
A medida que aumenta la concienciación sobre el autismo, también se va desarrollando, si bien lentamente, una mayor sensibilidad pastoral hacia nuestras necesidades particulares.
Es muy raro ver información sobre cómo los que tenemos autismo deberíamos abordar la preparación y proceso de nuestra confesión. O sobre cómo los sacerdotes deberían escuchar nuestras confesiones.
No somos tan radicalmente diferentes, pero algunas adaptaciones pueden ayudarnos inmensamente en este sacramento.
Desde que hice público mi autismo, he recibido una serie de preguntas, tanto de personas con autismo como de sacerdotes, sobre cómo tratar ciertas situaciones específicas del autismo en el confesionario.
Espero poder ofrecer algunas orientaciones rápidas para ambas partes interesadas.
Un cerebro diferente
El problema de base del autismo es que nuestros cerebros están configurados de forma distinta al 98 % de la población.
En algunos casos, esto es una ventaja: a menudo somos estupendos con la memoria a largo plazo, el trabajo detallado o con la lógica.
Sin embargo, también crea algunas dificultades. Gran parte del problema de esa configuración es la falta de ciertas conexiones.
Por ejemplo, en el instante entre que ves a una persona, el cerebro filtra las imágenes para identificar expresiones faciales y señales sociales. Ese filtro está ausente o debilitado en quienes tenemos autismo.
Algunos hemos aprendido a compensarlo, consciente o semiconscientemente. Pero el filtro consciente requiere mucho más trabajo y normalmente no es tan preciso como el filtro subconsciente.
Muchos comportamientos estereotipados autistas, como las denominados stimming o estereotipias (movimientos repetitivos, balanceos, aletear las manos, etc.), son intentos de regular nuestros cuerpos. Y se deben a cómo recibimos las señales cerebrales emocionales o sensoriales.
Atención, colapso
Cuando tenemos algún colapso de tipo meltdown (crisis agresiva) o shutdown (un estado de retraimiento), no se trata de una acción voluntaria.
Es que nuestros cerebros simplemente se saturan y desconectan, como un coche que se ha sobrecalentado.
Ya de adultos, muchos percibimos cuándo se aproxima ese “sobrecalentamiento” y qué causas lo provocan.
Así que, con esfuerzo, podemos evitar el shutdown. O en general mantenerlo menos perturbador para los demás a través de mecanismos como escondernos en nuestras habitaciones.
Yo, por ejemplo, cuando siento que se acerca un shutdown, me voy a mi dormitorio y me balanceo en mi mecedora durante una hora. Porque soy incapaz de hacer mucho más bajo semejante presión.
Identificar qué es pecado
Pecar requiere una decisión voluntaria. Por eso los autistas tenemos que ser conscientes de las limitaciones impuestas por nuestra condición.
Y no acusarnos a nosotros mismos de pecar cuando nuestras acciones han sido involuntarias, o voluntarias pero motivadas por el reconocimiento de que cierta acción podría ser necesaria para evitar algo peor. Aunque puedan molestar a quienes nos rodean.
Malinterpretar las emociones de alguien no es pecaminoso a no ser que lo hagamos intencionadamente.
No mirar a alguien a los ojos no es un pecado, en especial si necesitamos hacerlo para nuestra autorregulación.
Las estereotipias no son pecado. Tener un meltdown o un shutdown no es un pecado. Muchas veces ni siquiera nos percatamos de estar siendo groseros, a no ser que alguien nos lo diga.
Buscar la mayor caridad
No obstante, deberíamos intentar lidiar con nuestra condición de la forma más caritativa posible.
Por ejemplo, una de mis estereotipias solía ser hacer clic con un bolígrafo repetidamente, pero varias personas me dijeron que el sonido les resultaba molesto.
Por tanto, cambié a una estereotipia más silenciosa que cumpliera el mismo objetivo.
Los autistas a menudo tienden al recelo. Pero, como compañero autista que soy además de teólogo moralista, permítanme que les cuente una regla de oro. Si no tienen claro si uno de sus rasgos autistas es voluntario, probablemente no lo sea.
A no ser que seamos groseros intencionadamente, probablemente no es culpa nuestra, así que no necesitamos confesarlo.
Del mismo modo, los sacerdotes que escuchen en confesión a una persona autista quizás deban explicarle algunas cosas. Por ejemplo, que la grosería no intencionada no es pecado.
En el confesionario
Como autista que soy, por lo general recomendaría empezar por mencionar al sacerdote que tienen autismo.
Después, si los escucha confesar “falta de caridad”, como el “evitar contacto visual” o “molestar a los demás con mis acciones”.
Entonces él puede ayudarlos a evaluar si en su situación hay realmente falta de caridad.
(Incluso para los no autistas, los comportamientos relacionados con lo que es socialmente aceptado pueden no tener ninguna relevancia moral. Es decir, simplemente no son pecaminosos aunque no sean “socialmente aceptables”).
Apartar la mirada
Y por cierto, colegas autistas: si tienen problemas con el contacto visual, les recomendaría encarecidamente la confesión con una rejilla. Siempre que no necesiten comunicación aumentativa o alternativa o algo similar.
Sacerdotes, sean conscientes de que a quienes tienen autismo a menudo les resulta difícil o angustioso el contacto visual, así que por favor no insistan.
Tendemos a ser sinceros hasta decir basta, así que no apartamos la mirada para engañarles.
Casi todo el mundo se pone nervioso en la confesión. Esto incluye a los autistas, pero sumado al nerviosismo habitual están nuestras dificultades sociales o sensoriales adicionales.
A menudo esto nos agudiza las estereotipias durante el sacramento, para regular esas emociones y problemas sensoriales. Si son autistas, no teman el stimming en el confesionario.
Sacerdotes, sepan que las estereotipias son una parte natural del ser autista, no hay de qué preocuparse.
Distintas maneras de comunicar
Hay quienes tendrán dificultades para hablar. La Iglesia enseña que el penitente debe comunicar –no hablando específicamente– sus pecados al sacerdote. Así que utilizar una nota escrita u otra comunicación no verbal también sirve.
Algunos tendrán un ordenador portátil equipado con imágenes para CAA (comunicación aumentativa y alternativa).
Si son autistas, no se sientan mal por entregar una nota al sacerdote o por utilizar CAA si no pueden hablar. Incluso aunque en otras ocasiones sí se expresen verbalmente.
Algunos autistas también saben lengua de signos. Sin embargo, la mayoría de sacerdotes la desconoce, así que quizás necesiten un intérprete, que está tan sujeto al secreto de confesión como el sacerdote.
Yo he empezado a aprender lengua de signos para ayudar a las personas que lo necesiten en confesión. Pero me queda mucho para poder comprender una confesión signada.
Quienes tengan un CI funcional bajo o dificultades comunicativas extremas necesitarán emplear una lista visual de pecados donde el sacerdote pueda preguntar “¿Hiciste X?” mientras señala a una imagen de X, a lo cual el penitente autista puede asentir o negar con la cabeza.
Sacerdotes: si sucede que necesitan hacer una pregunta al penitente autista, por favor sean concretos. E ilustren lo que quieren decir con un ejemplo, si cabe.
“¿Querías tanto lo que tenía alguna persona que deseaste que se lo quitaran?” es mucho más claro para nosotros que un “¿sentiste envidia?”.
Perspectiva única
Este espacio limitado no me permite entrar en más detalles. Pero espero que estos consejos iniciales puedan ayudar tanto a quienes tienen autismo como a quienes escuchan sus confesiones.
No lo sé todo. Pero al ser de los pocos sacerdotes autistas, ¡creo que tengo una perspectiva única que ofrecer en este tema!
Una última recomendación. Quienes tenemos autismo tendemos a tener ansiedad –a los autistas se les diagnostica ansiedad en mucha mayor proporción que a la población general. Por eso, los consejos para tratar la ansiedad también son útiles.