A veces no bastan las buenas intenciones cuando me he equivocado, he herido, he roto la confianza recibida
En ocasiones no basta con decir: “lo siento, me equivoqué, no era mi intención”.
Es cierto que pedir perdón siempre es importante y ayuda. Es el primer paso para abrazar de nuevo y volver a empezar desde cero. Es la primera piedra sobre la que reconstruir la confianza perdida.
Pero no siempre basta.
A veces hay que hacer algo más. Hay que desandar el camino recorrido. Hay que dar señales de hondo arrepentimiento. Hay que proponerse cambios profundos.
Hay que mostrar que voy dando pequeños pasos. Hay que limpiar el fondo del alma con esfuerzo, para parecer otro.
En ocasiones, para no resultar falso, tengo que cambiar mi tono de voz, emprender alguna acción que alivie el dolor causado, sonreír desde dentro esperando una sonrisa de vuelta.
No bastan quizás las buenas intenciones cuando me he equivocado, he herido, he fallado, he roto la confianza recibida.
Es necesario que esta vez sí vaya en serio.
Herir con palabras o con actos es fruto de mi fragilidad. Quiero ser perfecto y cometo imperfecciones. Hiero porque he sido herido alguna vez. O simplemente porque no sé hacerlo mejor y decepciono a quien ha creído en mí.
No es tan sencillo ser fiel en lo pequeño y en lo grande.
Es verdad que la fidelidad se juega en detalles, en palabras, en gestos. Puedo llegar a olvidar el amor con gestos o con descuidos.
Así como lo importante se construye despacio y desde dentro, desde lo profundo. Igualmente, la muerte del amor sucede desde dentro, despacio, con calma.
Todas mis deficiencias pequeñas y tan perdonables pueden acabar pasándome factura. El amor se construye con obras, no con palabras. Y las heridas las provocan el desamor y la indiferencia.
Sé muy bien que sólo el perdón salva mi propia vida y la vida en común de los que se aman. Sólo el amor me hace libre en el fondo del alma para amar más.
El amor me libera de todas las cadenas que me atan. El amor me saca de la angustia de la soledad.
Quiero aprender a perdonar sin rencor para poder comenzar de nuevo. Pero ¡cuánto me resisto! No quiero que el que me ha hecho daño quede justificado. ¿Y si no cambia habiendo sido perdonado?
El perdón me libera a mí. El rencor me encadena al que me ha herido. Perdonar libera. Pero es una gracia de Dios que necesito.
Sé que lo único que logra que cambie por dentro es el amor incondicional que recibo. ¿Existe ese amor humano que no pone condiciones?
Es un abrazo que me sostiene en medio de la noche. Es la mirada que conserva la esperanza al mirarme. Y cree que todo puede ser mejor en mí, siendo como soy, frágil y torpe. Un amor que me ama incluso sin exigir que cambie.
¿Alguien puede amar de esta manera, sin condiciones?
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Conozco amores humanos limitados que se detienen desconfiando ante las caídas de la persona amada. Dudan y se enfrían. Pero hay otros amores humanos, también los conozco, que sí son incondicionales.
Veo su forma de amar y me conmuevo. ¿Cómo es posible que amen así? ¿No estarán fingiendo? No. Su amor es verdadero.
Yo aprendí desde niño a amar al que me ama, a escuchar al que me respeta, a dar confianza al que confía en mí. A corresponder con alabanzas al que me elogia.
Al mismo tiempo me habitué a huir del que me incomoda y hace daño. Dejé de lado a la persona tóxica que me llena el alma de juicios y críticas sobre mí, sobre otros. Me alejé del que me grita. Hui del que no sabe amarme o no reacciona de la forma como yo espero.
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¿Quién puede amar al enemigo, besar al cobarde, abrazar al que me detesta? ¿Cómo se unen los polos opuestos en un abrazo eterno? ¿Cómo se puede amar sin esperar amor como respuesta?
El cielo en la tierra es ese amor incondicional de Dios que se hace carne en hombres limitados. Es posible. Yo estoy llamado a amar así.
Para eso necesito saberme amado de esta forma. Necesito perdonar al que me ha hecho daño en mi vida. Necesito cuidar fielmente el amor que se me ha confiado. Esa fidelidad cotidiana compuesta de gestos pequeños. Volver a empezar siempre de nuevo.
¿Cómo se puede recuperar la confianza perdida? Es el misterio más grande del alma humana. ¿Cómo confiar de nuevo en ti cuando me has fallado?
Es un milagro. De otra forma no lo entiendo. Volver a confiar en quien me ha fallado una vez parece imposible. ¿Para qué perder el tiempo?
Mi amor me lleva a intentarlo de nuevo. ¿Por qué no? Algo puede cambiar. No sé bien cómo pero seguro que es posible. Confiar en la palabra dada. Confiar en que en medio de sus debilidades va a poder emprender la lucha de nuevo. Todo es posible.
Hoy repito las palabras del salmo. Dios nunca me falla:
“Levanto mis ojos a los montes: ¿de dónde me vendrá el auxilio? El auxilio me viene del Señor. No permitirá que resbale tu pie, tu guardián no duerme; no duerme ni reposa. El Señor te guarda a su sombra, está a tu derecha; de día el sol no te hará daño, ni la luna de noche. El Señor te guarda de todo mal, Él guarda tu alma; ahora y por siempre”.
Cuando siento que está todo perdido, alzo la mirada al cielo y confío. Miro mis heridas abiertas y confío. Me han hecho daño, he probado la amargura de la infidelidad en la piel.
No importa. Vuelvo a confiar. Es posible. Dios lo puede hacer todo posible porque nunca me deja solo. Es siempre fiel y guarda mis pasos.
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