Nunca habrías pensado que sentarse ante un tablero fuera algo tan activo.
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El ajedrez es, básicamente, un juego entre dos. Todo se decide según el movimiento de tus piezas y persigue dar muerte al rey del oponente.
Sin embargo, el ajedrez también puede entenderse como un reto contra uno mismo. Hay que saber concentrarse y tener la capacidad de prever los siguientes pasos, tanto los tuyos como los del contrario.
Aunque parezca algo que sirve para pasar los días de frío siberiano (esos apellidos rusos…), el ajedrez es un deporte que supone mucho ejercicio mental y que transmite valores. Por ejemplo, la prudencia. Prueba a ponerte ante un tablero con un amigo y verás qué lecciones aprendes:
Antes de mover, pensar
Cada movimiento tiene sus consecuencias. Puede que haciendo avanzar una pieza, por pequeña que sea, dejes al descubierto la reina o, peor aún, el rey; de modo que antes de dar un paso, hay que estar convencido de que es la mejor opción y que no provocas un peligro o desencadenas la derrota.
No vale aquello de que “solo es un peón”. Cualquier movimiento cuenta y es decisivo para lo que te pase a continuación.
Lo mismo en la vida, hay que pensar antes de actuar. Hay que reflexionar antes de hablar.
Hay que estar despierto desde la primera jugada
El ajedrez obliga a no distraerse ni un segundo. No puedes pensar “vamos comenzando y ya dentro de un rato me pondré a pensar”. Hay que concentrarse ya cuando empieza la partida, si no antes.
De hecho, en ajedrez existen trucos de apertura para imponerse inmediatamente. Cuando tienes poca experiencia, te da la sensación de que te acaban de vapulear, porque a ti no te ha dado tiempo ni de mirar el tablero con calma.
Así que lección aprendida: la próxima vez, alerta máxima desde el minuto cero.
Plantea los escenarios de futuro
No te limites a mirar lo que el tablero deja a la vista. Activa la inteligencia. Has de imaginar qué podría ocurrir con las piezas que tú mueves y con las que moverá el contrincante. Imaginar los escenarios que pueden venir en adelante para no caer en un jaque a la reina o para que no te maten ninguna pieza, a poder ser.
La prospectiva nos ayuda a no despreciar ninguna posibilidad. Hay que asegurarse de que no dejamos nada al azar. El ajedrez no es un juego de azar sino que en él todo está medido y planificado, pero entre dos: se trata de descubrir la mente del de enfrente y generar jugadas en las que no adivine nuestros planes.
Tienes que mover ficha
En los torneos de competición, tienes un tiempo limitado para mover las piezas. Una partida de competición en los torneos internacionales tiene un control de tiempo estándar de 40 movimientos en 2 horas y luego una hora más para llegar a 60. Se coloca un reloj-cronómetro en la mesa junto al tablero. Esto hace que tus decisiones no puedan eternizarse y te obligan a dar pasos.
En la vida ocurre algo similar. Por un lado hay que pensar y es muy positivo reflexionar, pero por otro no podemos eternizarnos en los planteamientos. Finalmente hay que actuar.
Tener paciencia con el otro
Cuando has visto una jugada que te permitirá matar una pieza del otro, te entra el ansia por llevarla a cabo ya. Quieres mover el alfil y acabar con ese caballo que ha quedado al descubierto, por ejemplo. Pero no, hay que ser paciente y esperar tu turno.
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La paciencia es un valor que nos hace más fuertes porque exige resistir a la pulsión, a ese pronto que nos ha entrado. Pero es cierto que las virtudes se ayudan unas a otras. Si te haces más paciente, serás más fuerte y tu mente estará más preparada para reflexionar y tomar decisiones acertadas. Así que practicar la espera es algo muy positivo.
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