Defender a la Amazonía es defender a la Creación y también a los hombres que viven en ellaDesde ayer y hasta el 27 de octubre –por una iniciativa nacida del corazón latinoamericano del Papa Francisco—se lleva a cabo la Asamblea Especial para la Región Panamazónica del Sínodo de los Obispos con el tema “Nuevos caminos para la Iglesia y para una ecología integral”.
Es un Sínodo extraordinario cuyo objetivo se resume en el encuentro de nuevas formas para evangelizar (y aprender de ellos su relación con la tierra) a los indígenas que viven en la región, y que ha levantado polémica. Sus resultados, han dicho propios y extraños, pueden cambiar el rostro de la Iglesia católica.
Un bastión de la Creación
La Amazonia es la selva más grande del planeta. Es también el hogar ancestral de un millón de indígenas. Estos se dividen en unos 400 pueblos diferentes, cada uno de ellos con su propia lengua, cultura y territorio. Muchos han mantenido contacto con foráneos durante casi 500 años. Otros, los pueblos indígenas “no contactados”, nunca lo han tenido.
En el fondo del Sínodo se encuentra el llamado urgente hecho por Laudato si’ sobre el cuidado de la casa común. La Amazonía, con sus 6.7 millones de kilómetros cuadrados y sus 34 millones de personas que habitan en ella, es la mayor reserva ecológica con la que cuenta la humanidad.
Si se piensa en una ecología integral lo que hay que defender es al hombre y, también, a las más de 2.500 especies de peces que habitan en el enorme río de 7.020 kilómetros de longitud, mismo que alberga 20 por ciento (una quinta parte) del agua dulce no congelada del planeta (7.05 millones de kilómetros cuadrados).
El río-mar
El Amazonas, al que se le ha llamado el río-mar, es el más caudaloso del mundo (tiene 1.100 ríos tributarios y más agua que el Nilo, el Yangtsé y el Misisipi juntos) abarca ocho países y un territorio de ultramar: Brasil, Colombia, Bolivia, Ecuador, Guyana, Perú, Surinam, Venezuela y Guyana Francesa.
La vida silvestre de la Amazonía es incalculable. En términos aproximados, la región que baña el río contiene poco más de diez por ciento de las especies conocidas del mundo, y un tercio de los animales conocidos por el hombre viven en su selva.
En número muy aproximados, el Amazonas y la selva tropical que lo rodea albergan más de 40.000 especies de flora 2.500 especies de peces, alrededor de 400 especies de mamíferos y anfibios, una cifra similar de reptiles y 2.5 millones de insectos.
Hacer frente al deterioro
Además, la Amazonia es un bioma dos veces más grande que la India, con aproximadamente 6.7 millones de kilómetros cuadrados. Su selva tropical es la más vasta del mundo, si bien destacan otros ambientes como las sabanas, los pantanos y los bosques inundables.
Pese a su importancia, la selva amazónica experimenta un deterioro extraordinario debido a la deforestación y, más recientemente, a los efectos del cambio climático global que han generado incendios fuera de lo común en la zona.
Según el Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF), durante los últimos cincuenta años la Amazonia ha perdido hasta 17 por ciento de la cubierta selvática. Y en los últimos incendios también se dio a conocer la grave presencia de grupos de delincuentes que cobran por incendiar la selva para pastoreo de ganado.
Escuchar a la Amazonía
Como se dijo en el numeral 2 del Instrumento de Trabajo previo al Sínodo: “La Iglesia tiene nuevamente hoy la oportunidad de ser oyente en esta zona donde tanto está en juego. La escucha implica reconocer la irrupción de la Amazonía como un nuevo sujeto. Este nuevo sujeto, que no ha sido considerado suficientemente en el contexto nacional o mundial ni en la vida de la Iglesia, ahora es un interlocutor privilegiado”.
Habrá que escuchar a este “nuevo sujeto”. Antes de que acabemos con él. Y, seguramente, con la Creación.