Las fotografías dicen mucho de nuestras vidas, de nuestra forma de ser, y de sentir, haciéndonos conscientes de que vale la pena recordar lo vivido: por eso una sonrisa espontánea es mejor que una pose
Para ayudar a Aleteia a continuar su misión, haga una donación. De este modo, el futuro de Aleteia será también el suyo.
Por ciertos avatares de la vida, hubo un tiempo en el que no me sentía vivir libre y plenamente, diciéndome: Ahora, yo soy, “yo y mis circunstancias”… más tarde viviré como anhelo. No me encontraba realmente viviendo, sino solo esperando a vivir. Mientras, reprimía mis verdaderas emociones.
De eso dan testimonio ciertas fotografías en las que ensayaba poses con doblez, disimulo… mentira.
Al sincerarme con una buena amiga, me aconsejó: solo trata de ser feliz el instante presente, y lo puedes lograr con tres grandes actos de libertad:
- Con respecto al pasado: Como no podemos ya cambiar ni un ápice de nuestra historia personal, solo nos queda aceptarla tal como fue, y ponerla confiadamente en manos de Dios. Nadie tiene un pasado perfecto, deja atrás tus heridas.
- Con respecto al futuro: Es imposible programar la vida infaliblemente, sólo nos queda acogerla un instante tras otro, conscientes de su natural contingencia.
- Con respecto al presente: Lo único que nos pertenece es el “aquí y ahora”, pues sólo en el instante presente podemos asumir nuestra realidad a través de actos de libertad interior y exterior, en la que la aceptamos tal cual con “el mazo dando y a Dios rogando”.
Lo comprendí y me propuse asumirlo poco a poco, y de eso dieron nuevo testimonio otras fotografías, en las que ahora si pude reconocer felizmente proyectada la intimidad de mi verdadero ser.
Y aprendí a vivir el instante presente.
Al verlas ahora no me cabe la menor duda de que con la plasticidad de nuestro rostro expresamos algo no solo meramente biológico, sino algo de nosotros mismos que se proyecta por encima de lo anecdótico, para dejar entrever lo que realmente traemos en nuestro interior.
Muchas fotografías familiares fueron espontáneas, y por ellas puedo entender en mis hijos su actual madurez emocional y su ser autentico, pues denotan que siempre dieron rienda suelta a sus verdaderos sentimientos, lo mismo llorando, que expresando aceptación, rechazo, enfado, tristeza, dolor, ternura, y tantas otras facetas de su espíritu.
Recuerdo que alguna vez reñí con ellos, cuando al momento de lo que consideraba una fotografía formal, de pronto ponían cuernos a un hermano, sacaban la lengua o hacían mil gestos para aparecer muertos de la risa.
Más rectifiqué pensando: ¡es ahora cuando se vale…! además, es una foto de ellos y para ellos. Ya se tomarían la foto oficial para la licencia de conducir o de graduación de la universidad.
¿Para qué entonces el reprimir o afectar su naturalidad, si la mentira del corazón comienza desde la cara?
Ahora son los mismos, en cuyas fotos de bodas tomadas por profesionales aparecen viendo directamente a la cámara, relajados y con la mejor de sus sonrisas, muy a propósito de su dedicatoria: “Para nuestros padres con amor”.
Son fotos con un mayor significado personal.
No fue así como se estilaba antes, por lo menos no en mí familia.
Alguna vez he visto viejas fotografías en las que resultan evidentes otras facetas del espíritu, que igual se pueden traslucir en gestos faciales muy distintos. Como aquella donde se enmarca la rigidez de mi bisabuela, de rostro solemne e inexpresivo, extendiendo su sombra sobre las infantiles caras de sus hijos, en las que se salvan dos o tres disimuladas sonrisas.
O las antiguas fotografías formales en blanco y negro, donde aparecen personajes de expresiones graves, que no veían directamente a la cámara, en una forma de proyectar dignidad y elegancia, a costa de no dejar el legado de una mirada y una sonrisa como una ventana de su alma a las posteriores generaciones de la familia.
Sonreiríamos ahora al ver una pícara sonrisa o un espontaneo guiño, que quizá no hubiera aprobado un profesional fotógrafo, pero que habría dicho mucho más de ellos, que su pose, la elegancia de su vestimenta, o el estudiado escenario. Si lo hubieran hecho, le habrían dado un gran valor a ese instante presente, imprimiendo en la fotografía algo de la intimidad de su ser y facilitando así el amor por su recuerdo, pues eran seres que reían, cantaban, bailaban y lloraban.
Cuando he vuelto a ver mi álbum fotográfico, pienso que las fotografías dicen mucho de nuestras vidas, de nuestra forma de ser, y de sentir, haciéndonos conscientes de que vale la pena recordar lo vivido, porque en cada instante presente, hasta lo más anecdótico puede colmar de sentido nuestra existencia.
Y, que por eso, es más importante la sonrisa del alma, que una estudiada pose.
Todos los actos sin el respaldo del propio sentido de la intimidad corresponden a la simulación y a la mentira, y son siempre fruto de haber aceptado la mentira personal en el seno de la intimidad.
Consúltanos en: consultorio@aleteia.org
.