Cada paso tiene su valor, cada parada, cada silencio, cada momento… Lo que vivo no muere, lo que he vivido en su verdad
Tengo claro que vivir el presente es la única manera correcta de vivir la vida. Vivir el paso a paso de cada día. El camino que se hace presente en el lugar en el que me encuentro, en el momento que me toca atravesar.
Hay ciertas situaciones en las que veo cómo se acentúa mi impaciencia. Quiero vivir ya entonces. Quiero adelantar los plazos, acabar de un plumazo con la incertidumbre, saber ya el desenlace de la obra, encontrar de golpe la respuesta que se hace esquiva.
Lo quiero todo ya, aquí y ahora, como ese niño inmaduro que no acepta las cosas como son en cada momento. Quiero creer en un plan de Dios que supera con creces mis planes pequeños, demasiado terrenos. El padre José Kentenich me lo recuerda:
“Allí gobierna los pueblos y desde allí sabe conducir a los pueblos según su voluntad, según su propio gran plan y sus proyectos”.
Dios conduce con amor mi vida. Da respuestas a su tiempo. Y me explica lo sucedido cuando estoy dispuesto a comprender. Dice la Biblia:
“¿Quién conocerá tu designio, si Tú no le das sabiduría, enviando tu santo espíritu desde el cielo?”.
Quiero vivir ahora. El aquí que piso con mis pies.
Cuando uno recorre el camino de Santiago desarrolla un órgano que tiene por lo habitual dormido. Es ese órgano que existe en el corazón. Esa capacidad para detenerme y contemplar lo que me rodea.
Durante el año voy corriendo, queriendo llegar a tantas partes, sin fijarme en todo lo que sucede junto a mí. En el camino encuentro que cada paso tiene sentido.
No son pasos que me llevan a un sitio concreto para hacer algo. No. Cada paso tiene su valor. Cada parada. Cada silencio. Cada momento. No me espera nadie al final de la etapa. No tengo nada que hacer cuando llegue al lugar hacia el que camino.
Corro el riesgo de querer darle un sentido a cada camino, a cada cuesta. Tengo el peligro de querer llenar de obligaciones los pasos que doy. Hacer algo en este tramo. Pensar en algo en este otro recorrido. Pero es en vano. No es ese el sentido del camino.
Basta con caminar bajo el sol o la lluvia. Basta con detenerme de vez en cuando a mirar las montañas, los ríos, los árboles, los girasoles. Basta con sentarme o andar callado. Basta con estar allí, sin prisas, sin nada concreto que hacer, sin nadie a quien salvar.
Cobra de golpe el vivir todo su sentido. Estoy vivo mientras camino. Y mis pasos me hablan de una presencia a mi lado, de otros pasos silenciosos, de otros susurros que en el ruido no percibo.
Ahora, justo ahora. No mañana, no cuando llegue y descanse, no cuando regrese a mi vida cotidiana. No, justo ahora.
Esa forma de vivir el camino me da paz. No necesito estar ya en el mañana. No me hace falta que corran los días. Basta cada hora en su momento. El minuto que se desliza entre mis dedos sin darme cuenta. Ese paisaje que pretendo retener en fotos torpes. Queriendo reducir a un recuerdo una inmensidad tan bella que nada logra encorsetar.
Prefiero contemplar cada momento como un misterio inmenso. Sin querer guardarlo salvo si es en el corazón. Leía el otro día:
“Que no piense en el mañana ni en el después, que no viva en el futuro. Que sepa amar el hoy, vivir el ahora, en el que estás Tú, que eres el Presente”.
No quiero vivir en el ayer. En la etapa concluida. No quiero adelantarme a mis pasos de hoy pretendiendo recorrer un futuro incierto. No lo quiero. Vivo ahora, aquí, en este instante. Sin prisas, sin miedos. Me gustan las palabras de Eloy Sánchez Rosillo:
“Luz que nunca se extingue”: “No, la luz no se acaba, si de verdad fue tuya. Jamás se extingue. Está ocurriendo siempre. Mira dentro de ti, con esperanza, sin melancolía. No conoce la muerte la luz del corazón. Contigo vivirá mientras tú seas: no en el recuerdo, sino en tu presente, en el día continuo del sueño de tu vida”.
Lo que vivo no muere. Lo que he vivido en su verdad. El amor que se hace sangre de mi sangre. El pasado que fue un día presente grabando su luz en mis entrañas. Esa luz no muere. Brilla ahora. Brillará siempre.
No dudo de su poder, de su presencia. No me da miedo que pasen las cosas que amo. Porque permanecen en el ahora para siempre. No dudo de su verdad. De esa luz que ilumina mi alma por dentro dándole sentido a todo lo que vivo.
Se alegra mi alma al pensar en todo lo que he vivido. En lo que sigo viviendo. El presente no anula el pasado, no lo olvida, lo lleva como en una mochila anclado en los hombros. Lo saborea en una mirada que es memoria y guarda lo sagrado. Buscando en Dios la paz y el sentido.
A veces no se encuentra todo lo que busco en el presente. Necesito esperar a que pasen los tiempos de incertidumbres y dudas.
No quiero respuestas que den sentido a todo lo que ocurre y me calmen. Simplemente camino con paz, paso a paso, contemplando la vida que se despliega ante mis ojos.
Un ancho mar. Un monte inmenso. Un bosque lleno de luces y sombras. Un campo de girasoles que miran asombrados al sol. Un campo segado. Otro campo aún por segar.
El presente es lo que tengo. Lo único que poseo en mis manos temblorosas. Poco importa cuánto tiempo lo sostengo. Pasa rápido, vuela. Alimenta mi alma. Mis sueños. Un paso más en mi camino. Confío mirando hacia delante. Dejo de temer.