Emblema del poder romano, pero también presente en India con Vishnú, en Grecia con los hititas, esta ave aparece muy temprano con esplendor, a menudo siendo vehículo del alma de los muertos…
Aquí está otro rey de los animales, el amo de los cielos que domina con majestuosidad. Emblema del poder romano, pero también presente en India con Vishnú, en Grecia con los hititas, esta ave aparece muy temprano con esplendor, a menudo siendo vehículo del alma de los muertos… El Antiguo Testamento retomó este legado antes de que el cristianismo hiciera de ella un emblema de Jesucristo y del evangelista Juan. Este símbolo del águila combatiente y testigo de la Resurrección puede devolver cierta esperanza en tiempos difíciles.
El legado de Oriente es esencial para comprender mejor el lugar del águila en el patrimonio cristiano. Al igual que el león en la tierra, esta rapaz domina desde las alturas a todas las criaturas del cielo gracias a su poder, su fuerza y su envergadura. Dados sus atributos, era fácil atribuirle un valor simbólico sin rival, como hicieron los hititas, en Siria, en Babilonia, sin olvidar el dios Ra egipcio con cabeza de halcón.
Omnipresente en los ritos funerarios y símbolo frecuente de la guía de las almas de los difuntos, el águila se convirtió en el ave del sol, donde se le representa con forma de disco con dos alas. Los sumerios llegaron a reunir incluso al rey del cielo y de la tierra en una misma criatura, el águila con cabeza de león, el famoso Imdugud, maestro de tormentas.
El águila de Ezequiel
Sin embargo, probablemente son Grecia y sobre todo Roma quienes vienen a la mente cuando pensamos en esta famosa rapaz que adornaba con su prestigio de manera icónica el poderío del Imperio conquistador. También utilizada en Oriente, en particular en Siria, el animal guiaba el alma del emperador desde su hoguera hacia el mundo de los dioses durante las famosas “apoteosis del emperador”.
El profeta Ezequiel en el Antiguo Testamento describe dos águilas en una de sus visiones, la primera de inmensa envergadura se adueña en Líbano de la copa del cedro para llevarlo en un país de mercaderes. También tomó una semilla y la plantó para que creciera hasta ser una vid frondosa. La otra águila pasa y la vid extiende sus raíces hacia ella para que las regara, a riesgo de secarse y perecer.
Detrás de estas dos águilas y esta enigmática profecía se escondían Nabucodonosor y el faraón, según Orígenes, planteando la cuestión del exilio fuera de Jerusalén y la vid debilitada. El águila es, por tanto, una amenaza acechante, idea que abandonará el Nuevo Testamento.
El águila, símbolo de Cristo y de san Juan
Cristo podía simbolizar, evidentemente, ese conductor de almas al paraíso prefigurado por las antiguas religiones paganas de Oriente. También este emblema adornará muy temprano numerosas lámparas de aceite cristianas, sarcófagos, sellos, broches… Cristo encuentra también en esta noble ave todo el poder de la Resurrección, cosa que motivó a san Ambrosio a decir: “Solo es propio hablar de una única y auténtica águila, y es Jesucristo”.
El tetramorfos, ese animal fabuloso de cuatro cabezas evocado por Ezequiel y retomado en el Apocalipsis, incluye un rostro de águila, tradicionalmente asociada al evangelista Juan. Simbolizando la contemplación del discípulo junto al maestro, el águila vuela hacia el sol de la palabra divina para renovar su juventud, como menciona poéticamente el Salmo 103. Una imagen que muy a menudo encontramos en manuscritos ilustrados, pergaminos y vidrieras.