Por su valoración del amor y sus actitudes se pueden distinguir varias clases de machista.
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El machismo supone a la mujer enteramente vulnerable considerando la constitución física con que la naturaleza la dotó. Sin embargo, la mujer, si se lo propone, puede superar al varón en el desarrollo de la inteligencia y voluntad. Más aún está dotada con una mayor fortaleza interior ante los avatares de la vida, así como con un umbral de resistencia al dolor físico muy superior al hombre.
Todas razones de bondad.
Quienes desconocen lo anterior, no aceptan que el matrimonio se establece entre iguales en cuanto a su condición de personas, y que los cónyuges se deben apoyar en el mutuo y pleno desarrollo de toda su humanidad, lo que no permite establecer artificiosas formas de jerarquía que suelen rayar en lo patológico, por injustas.
Aquí, algunos adjetivos sobre estas actitudes.
El dominador
Considera a la mujer como una conquista territorial, en la que esta debe asumir la posición de vencida, y ante quien no debe ya rendir cuentas, sino esperar un total vasallaje. Con actitud de perdonavidas, ya no se cuida de su aspecto físico ni de sus actitudes de menosprecio o maltrato.
Suele abusar de la mujer sobre todo cuando esta se encuentra en cierta vulnerabilidad, por ser de origen humilde, no contar con apoyo de su familia de origen o tener escasa formación académica. Vulnerabilidad que se incrementa por su necesidad de sobrellevar la relación para proteger a los hijos, que necesitan al padre por deficiente que este sea.
Con todo, la parte abusada suele percibir con tozuda constancia, que algo se le debe en justicia, tratando en ocasiones de resarcirse a escondidas de alguna u otra forma, mientras soporta el paso de los años, esperando su momento, al crecer los hijos.
Ella lo sabe: ha sido más madre, que el padre padre, por lo que sus hijos, solidarios con ella, le brindaran una opción de mayor dignidad para vivir.
Y suele suceder que rumbo a la vejez el dominador es abandonado.
El leguleyo
Considera el matrimonio más que nada como un contrato, el cual se puede cancelar sin causa justificada, y, sintiéndose muy apoyado en sus capacidades, defiende sobre todo su derecho al independentismo.
Sus argumentos son siempre: mi tiempo, mis amigos, mi trabajo, mis cosas, mis derechos… por lo que da por muy cierta la absurda expresión machista: “a la mujer, ni todo el amor ni todo el dinero”.
Tuvo mucho cuidado en casarse por el régimen de bienes separados, lo que implica que los bienes adquiridos antes de casarse y después de hacerlo pertenecen únicamente a la persona que los compró. Esto último lo lleva a poner todo a su nombre, amenazando con lanzar a la calle a su consorte ante cualquier desavenencia.
Al intentar poner en condiciones de inferioridad a su esposa, descuida su relación afectiva y acaba por burocratizar sus relaciones conyugales, considerando su matrimonio en términos de conveniencia.
Lo paradójico es que cuando llegan a romper el matrimonio, se encuentran con la realidad de un marco legal que le exige responder por los deberes contraídos con la ex esposa y los hijos. Lo que sumado a la nueva responsabilidad de otro matrimonio, le demuestra que las injusticias se pagan.
El infiel
Ser mujeriego domina sus pensamientos por lo que, sin darse cuenta, se pierde constantemente el respeto a sí mismo e igualmente a las mujeres con las que se relaciona.
Más grave aún, desvaloriza su matrimonio, y cuando para mayor desgracia su infidelidad es públicamente conocida, además de humillarse a sí mismo humilla también a su cónyuge.
El infiel sabe que su matrimonio está vigente, solo que desconoce que lo está de una forma tan delicada y tan frágil que en una fatal ruptura arrastrará en su caída la vida de seres inocentes, y que tarde o temprano, habrá de pagar la cara factura de perder o afectar gravemente sus más valiosos vínculos afectivos.
El muy macho
Considera a su cónyuge como un objeto de placer al que no se le permite pensar, opinar y mucho menos tomar sus propias decisiones.
No es capaz de amar a la persona en su integridad en todas las circunstancias que exigen la comprensión, abnegación y sacrificio como valores muy superiores a sus requerimientos sexuales. Lejos de ello considera que en el ejercicio de la sexualidad realiza su principal desempeño y es lo mejor que se puede esperar de la relación conyugal.
Desde esta óptica trata al cónyuge como un maniquí, una esclava y no con una persona que en su condición de cónyuge se entrega libremente por amor, y por lo mismo puede libremente abandonarlo hastiada de esa deformidad.
Las actitudes machistas desconocen la índole personal del amor. Manifiestan un egoísmo que puede rayar en lo patológico. Sin embargo, es susceptible de superar si se reconocen y corrigen formas de pensar y actitudes equivocadas, o se acepta ayuda profesional en caso necesario.
Por Orfa Astorga de Lira.
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