Libérate de esquemas, el único mandato de Dios es el amorHay frases que se han grabado en mi alma desde niño. Por ellas sé hasta dónde puedo llegar. Y sé muy bien lo que puedo conseguir.
Sé si puedo cantar bien, o ser un buen deportista. Sé si se me dan bien los estudios o soy limitado. Sé si podré llegar lejos en la vida o quedarme demasiado cerca del comienzo del camino.
No sé por qué la gente tiene esa manía de decirme siempre lo que estoy haciendo bien y lo que hago mal. Y al hacerlo condicionan mi futuro porque dentro de mí me hacen creer que no puedo o me motivan para llegar más lejos.
Recuerdo la historia del elefante del circo que contaba Jorge Bucay. Siempre estaba atado a una pequeña estaca, pero no escapaba. La historia era simple:
“El elefante del circo no se escapa porque ha estado atado a una estaca parecida desde muy, muy pequeño. Estoy seguro de que en aquel momento el elefantito empujó, tiró, sudó, tratando de soltarse. Y a pesar de todo su esfuerzo, no pudo. La estaca era ciertamente muy fuerte para él. Juraría que se durmió agotado, y que al día siguiente volvió a probar, y también al otro y al que le seguía… Hasta que un día, un terrible día para su historia, el animal aceptó su impotencia y se resignó a su destino. Este elefante enorme y poderoso, que vemos en el circo, no se escapa porque cree que no puede”.
Me han dicho desde pequeño que no seré capaz de llegar hasta donde deseo y no lograré alcanzar las metas que me propongo.
Yo lo he intentado desde pequeño y he fracasado. Con el paso del tiempo dejo ya de intentarlo. Asumo que es imposible. Por mis límites naturales, por mi herencia genética, por mi historia llena de heridas y tropiezos.
Veo que siempre de nuevo he tenido que levantarme después de la caída. Dejo de intentarlo. Sé que no lo conseguiré nunca. ¿Es sana esta forma de pensar?
Me han hecho creer que no tengo tantas capacidades como yo hubiera deseado. Han marcado mis límites mucho antes de que yo lo haga.
Han cortado mi carrera mucho antes de empezar yo a correr. Así soy de limitado. Me cuesta mucho caminar porque me han hecho pensar que no es fácil. Dependo de esa afirmación que he recibido.
¿Cómo cambio entonces tantos pensamientos limitantes que tengo en mi interior? Venzo el miedo a la caída. Venzo el miedo a experimentar mis límites.
Sé que no basta con pensar que sí puedo hacerlo para lograr todo lo que deseo. Puede que no lo logre. Puede que fracase. Pero no por ello dejo de intentarlo.
Cambio mi forma de pensar. Escucho los mandatos de Dios que me hablan al corazón y me muestran lo que puedo llegar a ser:
“Escucha la voz del Señor, tu Dios, guardando sus preceptos y mandatos. El mandamiento está muy cerca de ti: en tu corazón y en tu boca. Cúmplelo”.
Los mandatos de Dios son todo lo contrario a esos pensamientos limitantes. Son el sueño que Dios tiene para mi vida.
Dios sueña con todo lo que puedo llegar a ser si me libero de esquemas limitantes. Si amo por encima de mis propias fuerzas. Si miro confiado el futuro en el que todo parece imposible.
Ese mandato que está en mi corazón tiene que ver con la mejor versión de mí mismo que puedo llegar a ser.
A menudo interpreto que un mandato me prohíbe, me marca los límites. Veo un mandato como el elefante ve la estaca de madera que sujeta su pata.
Veo a Dios como ese ser infinito que limita mis pasos para que no quiera ser como Él. Para que no pretenda dejar de ser finito.
Dios me pide que sueñe con las alturas. Y no me limita. Me dice que ame y entonces haga lo que quiera. Porque el que ama bien no se equivoca nunca.
Sus mandatos tienen que ver con el amor que libera. No es una norma que limita.
Me gusta la mirada que Dios me da. Esa mirada que ensancha el alma. No la mirada limitante de los hombres. A veces no sé bien en qué Dios creo. Si en el que me dice cada mañana cuánto valgo. O en ese otro Dios que ha metido en mi alma un sentimiento constante de culpa. Como si siempre estuviera en deuda con Él.
Dios no quiere que lo haga todo perfecto. Conoce mis límites. Lo único que desea es que saque mi mejor versión, rompa la estaca limitante y corra por los campos feliz por saberme amado.
Es curioso. No es un Dios de normas constantes que constriñen mi ser. Es más bien un Dios bueno que sólo quiere que siga con paz todos los pasos que me van a llevar lejos de mi pobreza. Más allá del mar.