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No es lo mismo pluralismo que relativismo

DISCUSSION
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Miguel Pastorino - publicado el 14/07/19
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Aprendamos a discutir

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Quienes buscan honestamente la verdad, suelen saber cultivar amistad con todos los que buscan, aunque piensen de modo muy distinto y tengan posiciones muy divergentes entre sí. Y es que pensar en serio requiere pensar con otros, que obviamente no piensan igual que uno mismo. El pensamiento auténtico nace de un diálogo auténtico. Pero para lograr una conversación verdadera, donde todos aprendemos y nos acercamos a la verdad, es preciso aprender a discutir. Pero la discusión no es un combate entre posturas cerradas donde unos pierden y otros ganan, porque las polémicas son siempre una pérdida de tiempo y suelen herir a las personas que participan de ellas. Pero la verdadera discusión es algo que hemos olvidado y que es sumamente importante para crecer en la calidad de nuestros pensamientos y en nuestras relaciones con los demás. ¿De qué se trata entonces?

La actitud de escucha abierta

“No mires de quién lo oyes, sino guarda en tu memoria todo lo que se diga de bueno” (St. Tomás de Aquino). Quien busca discutir de verdad un tema, quiere aprender, poner a prueba sus razones y argumentos, analizar otras perspectivas y acercarse a la verdad con la ayuda de los otros, buscando progresar juntos en la mejor comprensión de un problema. Y de hecho las mejores discusiones no se programan, sino que surgen del sano interés por comprender mejor. Lo que se necesita es la actitud de disponibilidad a escuchar de verdad, a aprender de nuestros interlocutores, lo cual incluye un auténtico deseo de comprender lo que los otros quieren decir. Cuando existe esta disposición, toda discusión da frutos, porque todos salen con una mirada más amplia, más crítica y más aguda del problema a discutir.

El amor auténtico por las demás personas, por comprender sus razones, por acercarnos a sus aspiraciones de verdad, nos acerca mucho más de lo que podemos imaginar. Intentar comprender cuando el otro me importa realmente, es ya un cambio significativo en cualquier discusión y permite una apertura de ideas inimaginable.

Aunque es bien cierto que a los seres humanos nos gusta más estar de acuerdo que discutir, y en eso colaboran las redes sociales porque nos muestran cada vez más lo que deseamos leer, casi como un espejo de nosotros mismos. Y es que es más placentero el acuerdo que el desacuerdo. El placer intelectual de leer algo con lo que estamos de acuerdo nos hace sentir que nos estamos solos en lo que pensamos. Pero es más fácil equivocarse y permanecer en el error cuando no se confrontan las propias ideas con quienes piensan distinto o tienen otras perspectivas sobre el mismo asunto. Solo así puede nacer el pensamiento crítico y evitar el fundamentalismo en cualquier campo.

Contrariamente a lo que se suele pensar, los intelectuales de la Edad Media, especialmente en las universidades que nacieron a partir del siglo XIII, el argumento de autoridad no era incuestionable ni se le tenía una ciega devoción. Mas, al contrario, una opinión de un autor conocido se consideraba relevante para una disputatio, para discutirlo una y otra vez. Hoy en muchos aspectos somos mucho menos críticos y más dogmáticos en muchos asuntos que los intelectuales de la Edad Media.

El respeto por la pluralidad de opiniones es un signo de amor a la libertad y un signo de la claridad de las propias convicciones.  Aprender a ver la realidad desde diferentes puntos de vista y perspectivas, amplía la mirada e ilumina las propias ideas. Pero cuando solo importa tener la razón, no importa la verdad y podemos vivir presos de nuestros propios miedos a salir más allá de nuestras seguridades. José Ortega y Gasset escribió en 1923 que “el primitivismo consiste siempre en confundir el propio horizonte con el mundo”.

Pluralismo no es relativismo

Es algo muy sano para una sociedad, para cualquier comunidad humana, que existan diversas formas de pensar y de vivir. Y es que no existe una única descripción verdadera de la realidad, sino que diferentes perspectivas presentan aspectos parciales de lo real, que pueden ser complementarios, incluso cuando parecen incompatibles desde una mirada superficial.

Pero esto no significa afirmar que todas las opiniones son igualmente verdaderas (relativismo) o que no se puede conocer nada en realidad (escepticismo). La frontera entre el legítimo pluralismo y el relativismo es para muchos muy borrosa y confusa. Pero lo cierto es que aceptar el pluralismo de ideas y perspectivas, no implica renunciar a la búsqueda de la verdad o caer en relativizarlo todo. La pluralidad de enfoques suma, aporta, enriquece con más luz y disminuye la estrechez de miras. Pero en un legítimo pluralismo pueden reconocerse la superioridad de un parecer sobre otro, porque, aunque nadie tiene el monopolio de la verdad, porque siempre estamos en camino, hay conocimientos más ciertos que otros, más verdaderos que otros. En cambio, el relativista afirma dogmáticamente que no hay verdad, que solo hay diálogo y diversidad de opiniones, pero no verdad, renunciando a cualquier certeza.

La defensa de un sano pluralismo no lleva necesariamente al relativismo que renuncia a la verdad, ni a un escepticismo que niegue la posibilidad de conocer. Y de hecho el relativismo niega el progreso humano y se contradice a sí mismo, porque si no hay verdad, tampoco sería cierto que todo es relativo.

Juan Pablo II escribió al respecto: “La verdad es una, pero se presenta a nosotros de forma fragmentaria a través de múltiples canales que nos conducen a su cercanía diferenciada… en cuanto ciencias, la filosofía y la teología son también ellas intentos limitados para percibir la unidad compleja de la verdad”. Lejos de una ensalada ecléctica de opiniones, el sano pluralismo busca entrar las razones de la verdad en la confrontación de opiniones, porque se sabe, que todos los pareceres formulados con seriedad y honestidad intelectual dicen en cierto modo algo verdadero. Cuando hay buena voluntad en la búsqueda de la verdad, se tienden puentes y no se levantan muros.

La búsqueda de la verdad no es una cuestión teórica, sino que se trata de lo que a todos nos afecta, porque se trata del sentido de la vida y de la vida misma. A nadie le da lo mismo la verdad que la mentira en las cosas que le afectan vitalmente. Y esa búsqueda no es en solitario, sino con otros, con aquellos que desde sus diversas miradas nos ayudan a pensar mejor y a ensanchar la mirada.

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