Vivir con alegría
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La alegría es el don que comparto con los que amo. Hoy lo escucho en labios del profeta: “Festejad a Jerusalén, gozad con ella, todos los que la amáis, alegraos de su alegría, los que por ella llevasteis luto. Mamaréis a sus pechos y os saciaréis de sus consuelos, y apuraréis las delicias de sus ubres abundantes. Así dice el Señor: – Yo haré derivar hacia ella, como un río, la paz, como un torrente en crecida, las riquezas de las naciones. Llevarán en brazos a sus criaturas y sobre las rodillas las acariciarán; como a un niño a quien su madre consuela, así os consolaré Yo, y en Jerusalén seréis consolados. Al verlo, se alegrará vuestro corazón, y vuestros huesos florecerán como un prado; la mano del Señor se manifestará a sus siervos”.
Habrá paz y fecundidad. Isaías me habla de la tierra prometida. Del paraíso. De la realización de mi vida que comienza ya en la tierra. Tengo la oportunidad de alegrarme con el que se alegra. De saltar de alegría con el que está alegre. De gozar con la abundancia que brota del corazón. La paz es como un río. Las riquezas son un torrente en crecida. A menudo pierdo la alegría cuando no poseo lo que deseo, y no alcanzo lo que sueño.
Leía el otro día: “Dame la paz que necesita mi alma. Concédeme la gracia de descansar en ti, de confiar en ti, de dejar todas las preocupaciones a tu cuidado. Tú te encargaras de solucionarlas mejor que yo. Me abandono para vivir con alegría el ahora y hacer felices a los demás”. Esa actitud ante la vida es la que calma mi corazón herido. Cuando vivo en rebeldía, frustrado por no lograr lo que deseo, me lleno de amargura. La mirada alegre y confiada es la que me sana y salva. Un corazón alegre y confiado es el que más deseo. Un corazón que sabe poner su confianza en Dios. Estoy tan lejos. Quiero alegrarme con el que ríe. No vivir con envidia ante el que triunfa. Quiero conformarme con lo que tengo. Mirar confiado mi futuro, no con miedo. Sin temor a perder lo que poseo y no alcanzar nunca lo que envidio. Estoy convencido de una cosa. Es más feliz el que menos necesita, no el que más tiene. El que más posee siempre quiere más. Nada de lo que tiene en sus manos es suficiente. Sufre buscando más. La codicia nubla el ánimo. Nunca estoy contento con lo que tengo. ¿Dónde está la raíz de mi pobreza verdadera?
Quiero ser pobre de Dios. Vivir anclado en aquel que le da seguridad a mi alma. El que sana mis heridas. El que calienta mi corazón. El que enciende mi ánimo e ilumina mis pasos. Quiero vivir pobre, desprendiéndome de todo lo que me ata e inquieta. No quiero necesitar más de lo que me conviene.
Libre de mis apegos. Libre de todo lo que me preocupa. No deseo más gloria ni honor. Ni fama ni éxitos. Esa pobreza del que lo tiene todo en el Dios de su camino. Así quiero vivir. ¿Cuáles son mis apegos? Miro a mi alrededor. Me veo lleno de cosas que me atan. Quisiera tener un corazón más libre, más de niño, más gozador de la vida que toco. Un corazón alegre que descansa en Dios. Me dice el P. Kentenich: “Si quiero llegar a ser un maestro de la alegría, un apóstol de la alegría, un artista de la alegría, debo ser entonces un artista, un apóstol, un maestro de un amor a Dios de hondo cimiento y elevada aspiración”.
Quiero vivir enamorado de Dios. Anclado en Él. Él hace posible que mi corazón no tema. Lo he visto en los santos. Lo he comprobado en personas de Dios que conozco. Es una certeza, aunque viva sin vivirlo. Lo sueño, lo deseo. Quiero vivir de tal manera unido a Dios que no viva angustiado por el futuro incierto, por lo que no controlo. Todavía no sé hacerlo. Me sé muy bien la teoría. Porque es vida en muchas almas. Y sé que el abandono es posible si logro tener mi corazón anclado en Dios. Mi barca descansando en el puerto seguro del corazón de Jesús. Entonces dejarán de pesarme los días. Y el cansancio no será nada en mis pies descalzos. Iré calmado y seguro sabiendo que mi vida no me pertenece. Es de Dios y yo soy suyo.
Y todo lo demás es amar y ser amado. Y caminar hacia un cielo que sueñan mis ojos ciegos. No sé
cómo se hace para que la paz sea un río en mi alma. No sé cómo vivir sin miedos cuando todo me
da miedo. No sé cómo amar sin sufrir, el sufrimiento me duele muy dentro al perder lo que amo. Y
vuelvo a amar de nuevo. Sé que sufriré al perder. En el cielo todo será armonía, descanso y paz.
No quiero equivocarme al anclar mi corazón. Quiero mirar a Jesús confiando en Él. Como un niño
que sabe que su Padre lo controla todo.