Vacaciones de verano. Solo la frase evoca imágenes de días soleados junto a la piscina, la playa, un lago… Días eternos que se difuminan con la noche, sin tareas, sin horarios… ¿sin hora de acostarse? Así es como recuerdo yo las vacaciones veraniegas de mi infancia, que solíamos pasar en el lago de los Ozarks en Misuri, Estados Unidos.
Lo más brumoso en mi recuerdo son las larguísimas 16 horas en coche hasta Misuri y luego la vuelta. Al contrario que mis viajes como adulto con niños a través del país, no recuerdo que aquellos trayectos en coche fueran tan estresantes. Así que me senté con mi madre para preguntarle cuáles eran sus secretos para traer calma en los largos viajes en coche de mi infancia.
Jugar a juegos de viajes
En cuanto mi madre habló de juegos, los recuerdos inundaron mi mente: ¡El juego de las matrículas! ¡El veo-veo! ¡Las palabras encadenadas! Durante aquellos viajes en coche jugábamos a juegos que no acababan nunca, algunos de los clásicos conocidos por todos (quién ve más coches de un determinado color o de una determinada región) y otros juegos que inventábamos nosotros mismos.
Independientemente de lo tontorrones que fueran los juegos, lo que los hacía tan interesantes era que nuestros padres estaban dispuestos a participar y jugar con nosotros. Esto le daba un toque familiar al juego y evitaba que los niños descendiéramos al fango de las peleas y discusiones.
Que cada niño aporte una forma de entretenimiento
Por supuesto, me pasaba la mayor parte de todos los viajes con mi cabeza entre las páginas de un libro… y por eso mis recuerdos están tan borrosos. Pero resulta que mi madre acumulaba estratégicamente libros a granel justo por esa razón: para mantenerme ocupada. Para mis hermanos, menos dados a la pasión lectora, traía formas alternativas de entretenimiento.
Para mis hermanos pequeños había tableros magnéticos que podían descansar sobre su regazo para hacer dibujos interminables, y mi hermana mayor iba equipada con su Walkman y una almohada, que eran con diferencia sus dos formas de entretenimiento favoritas. Cuando nos aburríamos de los juegos, siempre teníamos intereses alternativos distintos a los que recurrir.
Dar a cada niño su propio espacio
Esta es una parte de los viajes familiares que sí recuerdo claramente. Era crucial que cada uno tuviéramos nuestro propio espacio: mi hermana y yo teníamos los asientos del medio del coche familiar, y mis hermanos pequeños tenían la hilera de detrás. Nadie tenía que sentarse inmediatamente al lado de otro ser humano, lo cual contribuía notablemente a mantener la paz más que todos los elementos de esta lista juntos.
Esta cuidadosa disposición del espacio era tan fundamental que el último verano alquilamos una furgoneta con 15 plazas para ir a Nuevo México, ya que apretarnos 8 personas en un coche familiar de 7 plazas no era una opción. ¿Sabéis que nos aportó aquella furgoneta con 15 plazas? Paz. Una paz gloriosa y sin fin.
Cantar canciones familiares
A pesar de todo, era inevitable que surgieran roces. Normalmente, después de las 10 primeras horas, alguien se aburría, sentía incomodidad o directamente se ponía gruñón y empezaban las riñas. En esos momentos, relucía la habilidad de mi madre para aliviar la tensión a través de la risa.
Entonces interrumpía la discusión con alguna canción escolar bien elegida (hubo una vez memorable en la que terminó una discusión sobre quién mentía sobre alguna cosa recurriendo a una reinterpretación de Frère Jacques con la siguiente letra “Apocalipsis, Apocalipsis, 21,8, 21,8 / Mentirosos al infierno, Mentirosos al infierno / Arded, arded / Arded, arded”). Después de enjugarnos las lágrimas de risa y desconcierto, nos uníamos todos a cantar nuestras canciones favoritas.
Rezar en voz alta
Lo primero que hacía mi padre cuando entrábamos en el coche era arrancar el motor y encender el aire acondicionado (después de todo, estábamos en Texas en pleno verano). Pero lo segundo que hacía era rezar en voz alta. Primero, agradecía a Dios la oportunidad de disponer de unas vacaciones y, luego, le pedía que nos bendijera, por la seguridad y el disfrute de nuestras vacaciones.
Gradualmente, más familias empezaron a unírsenos para estas expediciones veraniegas, así que las oraciones de mi padre empezaron a convertirse en una especie de bendición grupal. Nos reuníamos en algún lugar céntrico, todos los niños y adultos salían de los coches, formaban un gran círculo y mi padre nos guiaba en la misma y familiar oración que llevaba diciendo durante años desde el asiento del conductor.
Siempre era un momento sagrado que aportaba un toque de santidad a nuestra expedición, al tiempo que nos recordaba a todos (tanto niños como adultos) que Dios siempre estaba con nosotros y, sospecho, preparaba nuestros corazones para ser pacíficos en vez de rencorosos.
Si para vuestras vacaciones de verano tenéis que conducir diez horas o volar durante dos, estos consejos son formas estupendas de rebajar el estrés y de ayudar a empezar (y terminar) vuestras vacaciones con una nota de alegría y calma.