Si tienes “tu propio orden”, es posible que te estés perdiendo oportunidades de mejora personal“¿Se puede saber por qué tocas mis cosas?”, “mis papeles están ordenados, yo ya me entiendo y sé dónde está cada cosa”… Son frases que tal vez nos resulten familiares. Alguien de nuestro entorno, o quizá nosotros mismos, las pronunciamos cuando somos “víctimas” del orden ajeno: alguien que al limpiar el escritorio decidió poner orden a los mil objetos que llegan a tapar el color de la mesa, tu madre que quiso ordenar tu habitación en vista de que ya no se puede dar un paso sin tropezar con un zapato o un balón…
Ocurre en las casas y también en los trabajos: hay quien acumula papeles, uno sobre otro y acaba por levantar torres como si jugara a un lego de gran tamaño.
El orden da paz, da calma y aporta serenidad al espíritu. Proporciona descanso mental y facilita posteriores trabajos: si necesitamos un papel de forma urgente y todo está ordenado, será fácil de localizar.
Preservar la convivencia
Sin embargo, algunas personas acumulan objetos, documentos o cualquier clase de adminículo de forma que solo ellos conocen dónde está eso. Si estuvieran solos en el mundo, esto no sería un problema porque ellos solos deberían encargarse de gestionar su propio “orden”. Pero el caso se complica cuando trabajan con otras personas o cuando en casa hay más miembros de la familia.
¿Cómo hacer que la convivencia no se resquebraje cuando alguien no permite que se le ordenen las cosas?
Lo primero es tener en cuenta que, objetivamente, el orden no es lo esencial de la convivencia. Es importante pero está por debajo de otros valores. Es decir, antes hay que prestar atención a otros valores más importantes, por ejemplo el cariño y la atención a cada uno. Un marido desordenado, una esposa caótica, un adolescente sumergido en la selva de su habitación o una abuelita que todo lo guarda suelen ser mucho más habituales de lo que uno se imagina, pero no han de ser el foco de la ira.
Tampoco podemos denigrar el trabajo de un colega por el hecho de que sea desordenado a morir, y encima se justifique con frases como “yo ya sé dónde está cada cosa”.
¿Qué hacer si en nuestro día tropezamos con un desordenado que no permite que nadie toque sus cosas?
La experiencia es buena maestra
Conviene aprovechar las ocasiones en que enseguida hemos encontrado lo que se busca para hacerles ver que el orden ayuda. Es una forma indirecta de advertirles que tal vez un día ellos necesiten algo y les costará encontrarlo.
Ofrecerse para ordenar
Hay personas que no están dispuestas a ordenar por falta de tiempo o de recursos materiales. Sin embargo, ofrecerse a ayudarles unas horas para mover archivos o separar papeles y tirar lo innecesario a la basura puede ser un buen incentivo. Os ponéis una camiseta de deporte, buena música y manos a la obra. Siempre va bien recordar la frase “el trabajo en cadena facilita la faena”. Y para celebrarlo, una par de cervezas al acabar.
Dialoga
Con una buena conversación nacida del aprecio, el respeto y el cariño, se puede hacer ver a la otra persona que “su orden” no ayuda al orden general y que convierte los instrumentos de trabajo en un coto privado, en un feudo. Lo lógico es que las cosas comunes tengan un orden lógico para todos. Haz que sea la persona desordenada quien saque sus propias conclusiones y vea que con “su orden” impide que otros le ayuden o frena la eficacia del equipo. Tú verás cuáles son las razones de mayor peso: la higiene general, la rapidez en el trabajo, la armonía de la casa, un espacio compartido…
Escoger el buen momento para decir las cosas
A nadie le guste que le recuerden lo que hace mal justo cuando está en plena crisis. Por ejemplo, no es buena ocurrencia criticar el desorden el día en que toda la familia busca desesperadamente los papeles de un seguro o un contrato. Muérdete la lengua y, pasada la explosión, sugiere hacer orden un sábado, el último día de curso, la semana previa a las vacaciones o al acabar un trabajo para un cliente: es el momento de archivar lo útil y romper lo que ya no se necesita.
Lo pequeño es hermoso
Antes de acometer el desembarco de Normandía, haz orden en zonas acotadas y pequeñas, pero que hagan que se noten los beneficios: la máquina del café, tu mesa, una zona de paso, la mesa del salón en casa… Coméntalo en voz alta con alegría y sin insistencias.
Evita las manías
No seas maniático del orden. Debes distinguir entre un desorden perjudicial para la convivencia y un “desorden” que es un criterio distinto al tuyo pero es opinable y respetable.
Paciencia
No se ganó Zamora en una hora. El orden es una virtud y por lo tanto consiste en la repetición de actos buenos. Agradece al desordenado los pequeños detalles de orden que vaya teniendo y se animará a seguir mejorando. Ten paciencia: da margen de horas o días para que ordene.
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