Lo que importan no son los números sino lo que puede ofrecer la Iglesia
Desde los años 90, investigadores europeos y latinoamericanos en ciencias de la religión afirman que los cambios culturales en los que estamos sumergidos están transformando radicalmente la religión y sus manifestaciones (Mardones, 1999). No son solo cambios en las prácticas y formas, sino un cambio de cosmovisión, un cambio de horizonte mental tan grande que es muy difícil dar cuenta de la magnitud de tal “metamorfosis de lo sagrado” (Velasco, 1999).
La crisis que atraviesan las religiones tradicionales y especialmente el cristianismo en occidente tiene sus raíces en cambios culturales y sociales, tan rápidos y profundos cuyas verdaderas dimensiones escapan a los análisis estadísticos y a genéricas interpretaciones simplistas. Escribían hace más de veinte años los obispos franceses: “Un mundo desaparece y otro está emergiendo, sin que exista un modelo preestablecido para su construcción”.
Confusiones en las interpretaciones
La complejidad de la situación y los datos aparentemente contradictorios hacen surgir interpretaciones muy diversas. Nadie puede dar cuenta de la totalidad de las causas ni de la profundidad del fenómeno, pero sí pueden hacerse algunas aproximaciones que den cuenta de lo que está sucediendo con la religión en occidente.
Los datos arrojan que decrece a pasos agigantados la pertenencia institucional a las religiones establecidas, especialmente notoria en la Iglesia Católica, aunque las demás iglesias cristianas de origen protestante corren la misma suerte, con la excepción del pentecostalismo que se mantiene.
Hay que tener en claro que el descenso en la práctica institucional de la religión, no va de la mano de un descenso en las búsquedas espirituales, más bien lo contrario. Mientras las iglesias históricas experimentan una grave pérdida de fieles, hay cada vez más personas que se confiesan “creyentes sin religión”, que construyen su propio itinerario espiritual por fuera de las tradiciones religiosas.
El Catolicismo en baja en América Latina
Según las investigaciones del Pew Research Center (2014) y de Latinbarómetro (2017) en América Latina los que se definen como católicos han descendido en forma acelerada en los últimos veinte años.
En todo el continente los católicos eran el 80% en 1995 y en 2017 se estima un 57%. El Censo en Brasil muestra que en 1970 los católicos eran el 92% de la población y en 2010 no llegan al 60%. Con la excepción de Paraguay y México, todos los demás países han experimentado esta baja de católicos desde hace décadas. En Uruguay los católicos eran en 1995 el 60% de la población y actualmente no llegan al 38%, siendo este el país más secularizado de América Latina. Si bien en muchos países hace años que se habla del éxodo de católicos hacia las iglesias pentecostales, cada vez más personas engrosan las filas de los “creyentes sin religión”.
¿Quiénes son los que se van?
Una confusión recurrente es identificar a los católicos nominales, los que responden a los encuestadores: “soy católico”, porque simplemente se identifican culturalmente con una tradición religiosa, pero no necesariamente es un creyente comprometido con esa fe.
De hecho, en el amplio mundo evangélico suelen coincidir los que se confiesan “evangélicos” con los que viven su fe de modo comprometido. Pero no es así en los que se dicen católicos.
Por ejemplo, aunque en Uruguay el 38% se dice “católico”, eso no significa que sean personas que vivan la fe católica de modo comprometido, a veces no pasa de un barniz cultural (haber sido bautizado y haber asistido a un Colegio Católico).
De hecho, la asistencia a misa dominical no supera el 3% de la población. Que haya bautismos y primeras comuniones no asegura que haya creyentes que perseveran en su fe católica. Y la práctica sacramental también ha descendido notablemente. Muchos que han recibido los sacramentos de la Iglesia no tienen la más remota idea de quién es Jesús ni han leído los evangelios, y salen en sus búsquedas espirituales por fuera de la tradición cristiana en el ambiente New Age.
¿Por qué se alejan de la Iglesia?
Suelen verse en la prensa muy seguido algunos mitos que no tienen ningún apoyo en la realidad. Entre ellos es la repetida idea de que la causa de que la Iglesia pierda fieles son sus posturas morales “anticuadas” o que está “desactualizada”.
Y con ello se refieren a temas como el aborto o el matrimonio homosexual. Sin embargo, las iglesias evangélicas más liberales que se han “modernizado” en este sentido, han perdido más fieles y no parecen recuperarse.
Las posturas de la Iglesia católica en temas de moral sexual no alejan al creyente de la fe, en todo caso generan menos simpatizantes fuera de sus comunidades. De hecho, muchos pensaban que la simpatía hacia el Papa Francisco y su estilo descontracturado iba a traer más fieles y eso no sucedió. Lo que sucedió es que mucha gente que miraba desde fuera a la Iglesia comenzó a tener más simpatía hacia el catolicismo. Muchos ateos que leen y admiran a Juan Pablo II, a Benedicto y a Francisco, no por eso se hacen católicos.
No se convierten a la fe las personas por la simpatía de los pontífices o por una mayor flexibilidad en cuestiones doctrinales, sino por una experiencia espiritual que transforma sus vidas y los lleva asumir la fe y la moral católica con alegría y convicción. Ese es el caso de la cantidad de conversos adultos al catolicismo en diversidad de movimientos católicos en todo el mundo.
Aclarado este punto, podemos tener presente algunas causas del alejamiento de la fe católica de millones de personas, que por diversas razones no podemos abarcar. Pero entre ellas podemos resumir algunas:
La pérdida de relevancia cultural de la tradición religiosa cuyos valores formaban parte de los supuestos culturales de la sociedad y eran aceptados incluso por los no creyentes. Ahora convivimos en una pérdida de la cultural común, con una gran fragmentación de visiones y en medio de un desarrollado relativismo cultural, ético y religioso. La religión ejercía el monopolio del sentido de la vida de mucha gente y ahora el discurso religioso coexiste junto a otros valores y opciones de sentido, incluso a una extendida naturalización del sinsentido. En los países más secularizados, la religión es vista como una realidad privada, individual y limitada al mundo interior. Su influjo social, político y cultural es cada vez más reducido.
La desinstitucionalización de la religión: “creer sin pertenecer” es el lema de individuos que construyen libremente su itinerario espiritual. La distancia entre lo que la “institución prescribe” y lo que las personas deciden vivir y hacer, es cada vez mayor. La religión que se valora es que se experimenta, sin importar demasiado las doctrinas y cada uno cree lo que le parece.
Ateísmo práctico o indiferencia religiosa: Cada vez más jóvenes crecen en un contexto secularizado sin demasiadas referencias a la religión y prescindiendo de ella, con un importante quiebre con la tradición. No se combate a Dios, simplemente no interesa.
Prejuicio anticristiano: Cuando hay interés por la religión suele ser por religiones orientales o novedades esotéricas, pero hacia el cristianismo hay una visión peyorativa, como religión del pasado y como un cúmulo de dogmas y mandamientos. La visión que muchos tienen del cristianismo no es de un itinerario espiritual que transforma la vida, sino de un código de moral perimido. Este fenómeno es alimentado también por la literatura y el cine contemporáneo cargado de prejuicios con respecto a la fe cristiana.
Secularización interna del cristianismo: Cuando la fe se reduce a valores éticos, a un discurso vaciado del Evangelio, la Iglesia se vuelve una ONG renunciando a su propia vocación misionera de transmisión de la fe y se vacía de su originalidad.
Aún así siguen existiendo las grandes manifestaciones (Ver Galería):
Lo que importan no son los números
El Cardenal Newman en 1859 había advertido que una fe heredada, pasiva, inercial, “tenida” en lugar de “vivida”, solo conduciría a las personas cultas a la indiferencia y a los más sencillos a la superstición.
Teólogos de mediados del siglo XX como Romano Guardini, Ives Congar y Joseph Ratinzger, anunciaron que el catolicismo disminuiría en número por los efectos de la secularización y que solo volviendo a su columna vertebral de una fe vivida, experimentada y celebrada con alegría podría tener algo que decir a las futuras generaciones. Advertían que quien viva de la nostalgia del pasado puede no ver la oportunidad de renovación y transformación que ofrece el Evangelio en cada tiempo. La Iglesia del futuro -escribía Ratzinger- será una iglesia pequeña y pobre, pero “capaz de ofrecer al mundo vida y esperanza más allá de la muerte”.
No confundir evangelizar con “recristianizar”
Quienes no toman conciencia de las grandes transformaciones socioculturales y la metamorfosis que experimenta la religión, pueden confundir evangelizar con querer recuperar lo perdido, con recuperar hábitos y prácticas tradicionales que solo serán un nuevo barniz que no transforme la vida de las personas.
Juan Pablo II, Benedicto XVI y Francisco han insistido en la necesidad de una nueva evangelización que no es adoctrinamiento ni recuperación de una cristiandad que ya no vuelve, sino una conversión de la propia Iglesia que la lleve a transmitir el núcleo de su fe y lleve a los seres humanos de todos los tiempos el tesoro de vida y esperanza que es siempre nuevo, que no es otro que Jesucristo.
La fe no debe confundirse con valores, ni con prácticas piadosas, sino con el encuentro real y transformador con la persona de Jesús. Sin esa experiencia fundamental, todo lo que se construya puede ser una nueva forma de catolicismo nominal, pero no real.