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Cómo poner paz, cuando los hermanos se pelean, con una sugerencia

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Orfa Astorga - publicado el 02/04/19
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Los motivos del amor impiden sobrepasar la línea del no retorno, donde comienzan las sombras, y eso ayuda en el conflicto… y toda la vida

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En cierta etapa de nuestra vida familiar, la escasez de medios materiales fue un hecho afortunado y nuestra mejor escuela. Sucedió cuando una hermana nuestra enfermó y necesitaba un caro tratamiento cuyos costos significaban sacrificios en nuestra economía, mismos que implicaban que debíamos ajustar nuestro cinturón al máximo posible.

Esto puso de relieve algo que alertó a nuestros padres, ya que, por su generosa entrega, sin proponérselo, estaban desarrollando en nosotros el marcado egoísmo personal de “yo gano mientras tu pierdes” que nos llevaba a confrontaciones por las que en más de una ocasión dejamos de hablarnos por días, haciendo sufrir a nuestros padres.

Tras herirnos, amenazábamos con no retornar a nuestro amor entre hermanos.

Ellos, luego nos contarían que fue cuando idearon el plan para “rescatar los motivos del amor” para alejarnos del punto “de no retorno “por las heridas causadas.

Consistió en que cuando por nuestras diferencias acudíamos a ellos para decirles iracundos “el miserable de Juan me dijo esto” o “la malagradecida de Adriana no me quiso ayudar, es una…”, entonces escuchaban pacientemente; y, sin tomar partido, sacaban como de un mágico baúl, los recuerdos de algo noble que había sucedido entre las partes en conflicto.

Era como si pusieran, en uno de los lados de la balanza, motivos del amor, cuyo peso era mucho mayor que las apasionadas diferencias. Entonces cedían los ánimos, dialogábamos y dejábamos de herirnos.

Así aprendimos que la pobreza más lastimosa se encuentra en el interior de las personas cuando se dejan crecer los nefastos motivos del egoísmo y la soberbia. Y que en ese reducto de su ser nuestros padres eran verdaderamente ricos.

Con todo, en el proceso hacia la madurez, eventualmente aparecían chispazos de fuertes desacuerdos y reclamos ante la menor disposición a la generosidad de alguno de nosotros, actitudes que no ayudaban en nada a la enferma. Fue cuando nos propusimos pensar más en ella que en nosotros mismos.

Entonces nos dimos cuenta de que más allá del sacrificio al que estábamos dispuestos a llegar en lo material, era necesario hacerlo superando nuestras diferencias, sin traspasar jamás la línea del no retorno, discutiendo menos y armonizando más nuestras relaciones.

E hicimos un acuerdo para conservar lo aprendido de nuestros padres.

“Recordaríamos siempre todo lo bueno que compartimos cuando vivimos bajo un mismo techo, las ayudas que nos dimos y los momentos íntimos que vivimos. Recordarlos siempre como motivos de amor que nos unieran”.

Con un peso mucho mayor que las posibles diferencias y desencuentros que pudieran surgir, mientras como adultos construíamos nuestras propias vidas.


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Han pasado los años y hemos formado nuestras propias familias entre los avatares de la vida. Lo hemos hecho con diferencias de fortuna y ciertos criterios, producto de la libertad personal… mas conservando siempre un fuerte sentido de unidad.

Una mañana, mi hermana, con la que siempre me ha sido difícil conciliar temperamentos, y con la que más de una vez en nuestra vida adulta he tenido desacuerdos, aunque sin perdernos nunca el respeto, me visitó en nuestro acostumbrado café.

Es directa, dice lo que piensa, y en ocasiones me agobia, pues siendo muy servicial se da del todo sin esperar ni preguntar si el otro lo necesita.

Tampoco está dispuesta a transigir fácilmente en sus criterios sobre esto o lo otro. Le gusta imponerse hasta en el sabor de la sopa… ¿qué más da cuando en mí obran los motivos del amor?

Reímos, mientras ella lleva la voz cantante, gesticulando con viveza.

Y recuerdo…

De niñas, habíamos discutido fuertemente entre nosotras, mientras que con fuerte gripe me era imposible terminar una tarea para mí muy importante. Se trataba de transcribir de un libro un largo resumen; por ello estaba triste, agobiada.

A la mañana siguiente, ya más repuesta, me encaminé a la escuela con pesar, cuando le escuché decirme por lo bajo: —de la tarea… ni te preocupes, ¡un diez seguro!

Hasta altas horas de la madrugada, ella la había hecho imitando mi letra como pudo… ¿cómo no amar ese recuerdo de un ser tan bien intencionado, como impositivo? ¿cómo no recordar esos y tantos otros detalles de alguien que solo puede querer a su manera?

¡Ah! Los motivos del amor son siempre senda segura.

Es por eso que en nuestras reuniones familiares siempre comentamos anécdotas que entretejen amorosamente nuestras vidas.

Eso nos ayuda a no percibir únicamente los defectos y deficiencias de los demás, mientras permitimos al corazón ver las cualidades positivas que siempre existen.

La asignatura de una etapa de cierta pobreza solo en lo material marcó nuestras vidas con los motivos del amor, alejándosenos del punto de no retorno, de donde empiezan las sombras. 

 

Consúltanos en: consultorio@aleteia.org

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