La fuerza mental es un elemento crucial para enseñar las virtudes, pero los padres no pueden transmitirla si ellos mismos no la tienenNunca olvidaré la primera vez en que me di cuenta que escuchando los problemas de mi hija, en realidad no le estaba haciendo un favor.
Sucedió hace algún año. Ella tenía 11 años, y estaba al principio de ese periodo raro y tumultuoso de transición de la infancia a la adolescencia. Había empezado el año escolar feliz y entusiasmada, y no tenía motivos para dudar que todo seguiría así, con mi feliz, sociable e inteligente hija mayor deseando ir a la escuela por la mañana y volviendo a casa llena de cosas que contar sobre experimentos de ciencia y aventuras.
Sin embargo, poco antes de Halloween, la situación empezó a cambiar. Empezó a tener problemas con su profesora, después con alguna compañera, y lo que contaba de la escuela eran cada vez menos anécdotas y más lamentos. Cada día iba algo mal – al menos una cosa, pero en general muchas.
Durante meses escuché, aconsejé, hice llamadas telefónicas, escrito emails y me tiré de los pelos intentando ayudar a mi hija. Odiaba ver a la niña asustada ante la idea de ir al cole por la mañana, y volver a casa triste, enfadada o ambas cosas.
Descartado el bullying
Durante las vacaciones de Navidad empecé a darme cuenta de una cosa. Dos semanas y media sin ir al cole significaban que mi hija no tenía nada que temer, ninguna razón para levantarse de mal humor y transformar cualquier conversación en una letanía de recriminaciones… y sin embargo, esto era lo que sucedía.
Tenía reacciones excesivas ante cualquier cosa, viniese de mi o de sus hermanos. Encontraba problemas en todo y en todos. Escucharla decir continuamente que todo era “injusto” me dio a entender que había fracasado en un aspecto fundamental – no había sido lo que Forbes define una “madre mentalmente fuerte”.
El rechazo, el fracaso y la injusticia forman parte de la vida. En lugar de permitir que los niños se autocompadezcan y exageren sus problemas, los padres mentalmente fuertes animan a sus hijos a transformar sus luchas en fuerza, ayudándole a identificar las maneras de actuar de manera positiva a pesar de las circunstancias.
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Resiliencia: una gran arma interior
Podemos estar todos tentados de mimar a nuestros hijos cuando están tristes o calmarles cuando están enfadados, pero regular las emociones por ellos impide que adquieran capacidades emotivas y sociales. Los padres mentalmente fuertes enseñan a sus hijos cómo ser responsables de sus propias emociones, para no depender de que otros lo hagan por ellos.
Seguramente había dado pasos en la dirección correcta. La había alentado a hablar directamente con su profesora o a enfrentar a sus compañeros, pero después dejé que tomase de nuevo el control de la conversación para explicar que no podía, que era imposible y que el universo conjuraba contra ella.
Ayudarles a ser dueños de sus emociones
Y después – no tengo excusas – la creí, y había intentado adaptar el universo en lugar de ayudar a mi hija a que fuera lo bastante fuerte como para vivir en él.
El motivo por el que yo respondía así es que yo no era una madre mentalmente fuerte. Me dolía ver a mi niña feliz volverse triste, e intentaba arreglar las cosas. Intentaba que volviera a ser feliz resolviendo todo lo que podía representar una fuente de dolor, malestar o ansiedad, pero en ese proceso había minado su desarrollo emotivo y mentale.
Al permitirle pintarse como víctima, sin querer la había animado a convertirse en una verdadera víctima de sus emociones. No lograba gestionarlas porque no sabía cómo hacer, y no sabía cómo hacer porque yo había intentado resolver la situación por ella, en lugar de enseñarle a hacerlo por si sola.
Aprender la resiliencia
Estoy muy agradecida por haberlo comprendido lo suficientemente pronto como para buscar otro camino. En los últimos dos años ella ha afrontado retos que hacen que los de hace años se queden pequeños, y ha desarrollado un notable grado de resiliencia mental y emocional.
Está empezando a encontrar maneras de transformar sus luchas y su dolor en una fuente de compasión hacia los demás. Está asumiendo el liderazgo de su grupo juvenil, y a menudo en casa cuenta historias de chicas que afrontan algo y a las que puede remitirse. Ahora nuestras conversaciones giran sobre cómo usar mejor lo que ha aprendido para ayudar a sus amigos.
Esta transformación me ha hecho abrir los ojos, mostrándome cómo la educación en las virtudes depende de la fuerza mental y de la resiliencia emocional. No son conceptos que rechazar como psicología pop, sino elementos fundamentales en la vida, y nuestros hijos necesitan absolutamente que seamos lo suficientemente fuertes a nivel mental y emocional como para mostrarles a ellos cómo serlo a su vez.